El nieto de los Anunnaki

Great Ziggurat of Ur, Nassriya, Irak

Un día, un forastero llegó a nuestra ciudad sagrada subido a un bólido y ataviado como un dandi. Nada más instalarse en sus inmediaciones, se empezó a correr la voz de que se dedicaba a comprar antiguallas. Por lo visto, no le hacía ascos a nada que tuviera por lo menos un par de siglos de antigüedad, ya fueran estatuillas de piedra, como tablillas pintadas, vasijas de cerámica o joyas varias. Pagaba en dólares americanos.

A los pocos días de su llegada, no había en todo el pueblo quien no se hubiera puesto pala y azada en mano a desvalijar las tumbas de sus antepasados. Nadie parecía tener reparo alguno en arrancarles a los cadáveres sus vestimentas y despojar a los huesos de cuanto pudiera aportarles identidad y entereza. Los cuatro billetes sueltos que esperaban recibir a cambio de profanar el lugar de reposo de sus progenitores parecían justificar su flagrante vandalismo con creces.

Lo cierto es que a mí también me pudo la codicia en un primer momento y, muy a mi pesar, no supe resistirme a la tentación del dinero fácil y a tocateja. Me eché mis herramientas de cavar a la espalda y me dirigí a donde antiguamente se erigía la ciudad sumeria de Ur, a las afueras de Nasiriya, mi ciudad. Nada más llegar, me paré a contemplar el zigurat que se emplazaba en medio del complejo en ruinas. Aquella edificación de arcilla que brillaba de color rojo intenso frente a mí evidenciaba que los sumerios llegaron a ser grandes ingenieros.

Enseguida me puse a trepar los más de cien escalones que componen la escalinata central del zigurat, hasta que hube alcanzado la cima, desde la que se podían disfrutar de unas vistas espectaculares sobre la explanada que dio origen a una de las primeras civilizaciones humanas. Estiré los brazos, cerré los ojos, alcé la barbilla e inhalé una larga bocanada de aquel aire puro que olía al inicio de los tiempos. Me hallaba pues en casa del profeta Abraham, Dios lo tenga en su gloria.

De pronto, una voz que parecía proceder del fondo de la tierra me interpeló:

—Tú que provienes del tiempo presente, descálzate, pues te hayas pisando suelo sagrado y en presencia de Nanna, la deidad de la luna.

Un escalofrío me recorrió la médula espinal cuando, de repente, apareció ante mí un hombre vestido con un delantal de lunares que le llegaba hasta los pies y cargando sobre la cabeza una cesta con herramientas de construcción, de la que sacó una pizarra sobre la que ponía en la lengua más antigua del mundo y, por ende, escrito en caracteres cuneiformes:

“Soy el rey Ur-Nammu, el enviado del dios Nannar para proteger este santuario.”

Después de enseñármela, me cogió de la mano y me llevó a la columnata de la esquina occidental del parque arqueológico. Allí, me ofreció asiento sobre un poyete de arcilla con una inscripción que rezaba: “Este es el banco de los jueces.” A continuación, me pasó una jarra con agua fría para que aplacara mi sed.

Al cabo de un rato, el lugar comenzó a llenarse de odaliscas y de soldados, que se alinearon a ambos lados de la columnata. Un hombre corpulento se me acercó y me preguntó con voz estentórea:

—¿Qué es eso que llevas en la mano derecha?

Bajé la mirada y advertí que aún me hallaba asiendo la pala que me había traído de casa. Inmediatamente, me sentí avergonzado por haber acudido a aquel lugar sagrado con la intención de saquearlo. Dediqué un instante a meditar mi respuesta y después afirmé con orgullo:

—Es el instrumento con el que pienso defender el honor de mis ancestros y proteger mi acervo cultural. No pienso dejar que nadie nos robe el legado de nuestros antepasados.

Dicho esto, sacudí los brazos y eché a correr hacia el enemigo. Nadie nos iba a arrebatar nuestra herencia, al menos, mientras yo estuviera ahí para evitarlo.

 

El autor, Abbas Ajaj Albadri:

  • Director de la ONG Edrak
  • Redactor jefe de la agencia de noticias Khabar
  • Fundador del concurso de relatos hiperbreves convocado anualmente por la agencia de noticias Khabar
  • Se considera un filántropo
  • Ha escrito numerosos relatos más y menos breves, algunos de los cuales han sido publicados.