Todo a su debido tiempo

Entrance to the walled city, Oujda, Morocco

Esta historia se remonta a cuando, con cuarenta y pico abriles, Leila decidió aprender a leer y escribir.

Leila se podía considerar una mujer afortunada. Estaba casada con un hombre que la amaba locamente y que seguía sintiéndose atraído por ella, pese a que ella ya no presentaba la apariencia física de antes de dar a luz a sus tres retoños.

Aunque su marido, Majnun, solía colmarla de atenciones y no escatimaba en piropos para mostrarle lo mucho que la quería, una vez que sus hijos se hicieron mayores y abandonaron el nido, decidió empezar a acudir una vez a la semana a un centro de alfabetización para mujeres de todas las edades en aras de lograr mantener a su hombre interesado en ella.

Empezó, pues, a asistir a las clases y, al cabo de un tiempo, su marido comenzó a notar cambios en su comportamiento. Sentía que lo rehuía, como que evitaba encontrarse con él a solas. Además, parecía hallarse desencantada de la vida.

Su repentino cambio de actitud respecto a su relación de pareja y a los placeres de este mundo se debía a que la profesora del centro de alfabetización, aparte de enseñar a leer y escribir a sus alumnas, también se dedicaba a instruirlas sobre lo que las buenas costumbres estipulan para las mujeres de cierta edad.

—El atractivo de las mujeres tiene fecha de caducidad, —solía decirles. —En cuanto cumplen los cuarenta y les llega la menopausia, se acabó lo que se daba. Lo que corresponde es que, a partir de ese momento, se dediquen a rezar, ayunar y loar al Altísimo, y que renuncien a continuar manteniendo relaciones sexuales con sus maridos.

A Leila, las palabras de su profesora le generaron un conflicto interno. Por un lado, no quería ofender a Dios, pero, por el otro, su marido continuaba reclamándola y no quería que su relación conyugal se deteriorara. Al fin y al cabo, seguía apeteciéndole compartir momentos de intimidad con él. Según su profesora, el atractivo de la mujer en la tierra sólo duraba cuarenta años. En cambio, en el cielo, no vencía jamás. En consecuencia, tras una larga lucha consigo misma, decidió finalmente optar por hacerle caso a su profesora y contentar a Dios, para así no tener que enfrentarse a la posibilidad de ir progresivamente perdiendo sus poderes de seducción y tener que acabar resignándose a que su marido dejara de desearla.

Majnun comenzó a angustiarse, pues no sabía a qué se debía su desgana ni porque lo tenía tan abandonado, así que, un buen día, se armó de valor y le preguntó:

—¿Por qué estás tan arisca conmigo últimamente?

Ella respondió sin vacilar:

—Porque, a mi edad, ya no tengo nada que aportarte. Ahora lo que toca es centrarse en Dios y el más allá.

A continuación, él la cogió de la mano y la llevó al dormitorio. Allí le pidió que se tumbara junto a él en la cama y, mientras le acariciaba el pelo, le susurró al oído:

—Vaya tonterías me dices, mi vida. Yo te quiero, te amo y te necesito aquí conmigo. Ya tendremos ocasión de preocuparnos por el más allá cuando nos llegue la hora.

La cara de Leila se iluminó con una sonrisa. Él le plantó un beso en los labios y ella se quedó dormida entre sus brazos. Desde entonces, no ha vuelto a poner un pie en el centro de alfabetización.

 

Escrito por Abdul Majeed Taam.