La vendedora de suerte

Tafoughalt, Morocco

En el villorrio de Tafoughalt, que es apacible hasta límites insospechados, las novedades son asaz bienvenidas. De resultas, a los dos día de que llegara a nuestro pueblo la anciana que se anunciaba a sí misma como vendedora de suerte, la noticia ya se hallaba en boca de todo el mundo.

Vestía una túnica oscura hecha jirones, se valía de un bastón para andar y siempre llevaba bajo el brazo un trozo de papel amarillento del que se rumoreaba que se trataba de un contrato que había firmado tiempo atrás. La muy bruja parecía haber logrado engañar al paso del tiempo. En vez de adquirir definición con los años, sus rasgos faciales parecían haberla ido perdiendo. Gustaba de pegarse largas caminatas campo a través por las afueras del pueblo cuando el calor se volvía soportable. A veces, se paraba a escuchar el trinar de los piopíos. Con la sonrisa tonta y la mirada perdida que lucía en el rostro, daba la impresión de hallarse hueca por dentro. “Tan hueca como sus promesas de poder cambiarle la vida a la gente”, era lo que alegaban sus detractores.

—Señores, ¡suerte a la venta! ¡Hagan girar la rueda de la fortuna por un precio de escándalo! —pregonaba por las calles a ritmo de tambor.

La gente acudía a ella para referirle sus secretos más inconfesables. Unos pedían potra para sí; otros, para otros; había quienes deseaban ser correspondidos en el amor y quienes, tener la oportunidad de despedirse de sus seres queridos; algunos la merecían más y otros menos. No obstante, lo que todos ellos tenían en común era que acudían a ella cuando ya no tenían a qué ni a quién recurrir.

Ella jamás dejaba que se le notara lo que le afectaba oír todas aquellas historias de desventuras e infortunios. Lo escuchaba siempre todo en silencio y esgrimiendo su característica sonrisa. Seguidamente, se ponía a consolar a sus clientes y recitaba los conjuros correspondientes. Al escucharlos, sus clientes se quedaban pálidos, como si, de golpe, se hubieran dado de bruces con la realidad.

Poco a poco, su clientela se fue expandiendo hasta incluir a aquellos que habían recelado de ella en un primer momento, así como a los grandes jeques y venerables ancianos del pueblo. Se hizo un nombre, alquiló un espacio, se montó su consulta privada y lo puso en la puerta. Posteriormente, amplió su negocio y abrió sucursales en los pueblos de alrededor. Actualmente, no hay en toda la comarca quien ponga en duda de lo que es capaz.

 

Escrito por Abderrahim Cherrak.