Mi pueblo

Calle de Damieta, ciudad en Egipto

A las diez y media, el sol entolda mi habitación de dorado. Como un vampiro jubilado, estoy a la espera de que anochezca para poder salir. Las calles llaman a pasear. El sol adhiere sus rayos a mi espalda y su calor me envuelve progresivamente. Me roza sin forzarme a cerrar los ojos. Camino sin rumbo fijo, sin molinos de viento en la mollera. Las calles aún están vacías, los niños siguen bien recluidos en el colegio. Podría vagar por ellas per in eternum. En mi pueblo, todo está a un tiro de piedra. Tanto es así, que me planteo engurruñarlo y metérmelo en el bolsillo: la estrecha entrada a la casa de mi abuela; la maqueta del barco de madera en la vitrina; la vitrina que limita con los álbumes de fotos que tocan canciones cuando se abren; mi cafetería favorita, mi antigua residencia, la calle de la iglesia y la calle de mi antigua escuela; los incómodos asientos de la cornisa del Nilo; las muchachas que, al atardecer, nos deleitan con sus eufónicas voces, cuyos rostros no tardo en escanear con la mirada; el olor a pescado a la sal, que, pese a ser quien soy, no me hace la boca agua; la Mezquita del Mar, que se come toda la calle y me la tiene jurada porque me escaqueo a la hora de rezar; y, finalemente, el monumento conmemorativo del que no recuerdo qué conmemora ni cuándo fue construido.

Aparece una sirenita. Desaparece. Le tenía reservado un sitio en mi pensamiento, pero no es de las que toma asiento. Como el monstruo del lago Ness, se desvanece tan pronto se ha puesto de manifiesto. Susurrándome al oído, incide en mis dotes melodramáticas. Hoy es el último día que me muevo a mi antojo sin tener que seguir órdenes ni pedir permisos. Mañana me devorarán los que han pasado a mejor vida, ya no me queda más remedio que resignarme a acabar hecho pedazos. “Todo llega a su fin”, afirma un cisne en calcetines que comienza a contorsionarse como intentando poner a prueba la elasticidad de la prenda a estrenar. Su lógica me parece incontrovertible. Mañana me alisto al ejército. Puede que esa sea la razón por la que hoy me parece que el cosmos luce colores más llamativos. Veo a las jóvenes aún más bellas de lo que las pintan en los cuentos de hadas. Todas las calles se funden en una, por la que discurro alejándome, yéndome para no volver. No miro atrás. Tal vez, el aforismo del cisne no sea todo lo lapidario que aparenta. La cafetería me recibe con los brazos abiertos y yo me recuesto contra una de las sillas en las que me ofrece asiento. Me he sentado en todas y cada una de ellas con el juego musical de las sillas. Todos los días me da por probar una nueva, hasta que se agotan las alternativas desconocidas. Entonces, me levanto y me largo. He descubierto que la amo, hasta cuando me detesto a mí mismo y mis circunstancias. No estaba por la labor de reconocérmelo a mí mismo. La sirenita reaparece para susurrarme algo al oído nuevamente. “¡He dado con la clave! Una solución mágica efectiva. La idea consiste en descepar este lugar y trasplantarlo, trasladarlo a un sitio del que no se sepa donde queda.” Me sorprendo a mí mismo sonriendo. Todo por un niño enviciado con los hexágonos. Ahora habrá de padecer las consecuencias de su obsesión con el asfalto.

 

Escrito por Eslam Ashry.

Elige tu propia aventura

Mi pueblo adquiere nuevas proporciones al recorrerlo por última vez antes de partir a honrar mi palabra de dar mi vida por

a) la patria.

b) que la realidad no se desvíe de cómo figura retratada.