La memoria del mar

Playa de Alejandría: el mar en Egipto con pájaros y olas

Aquel día, según paseaba como acostumbro a orillas del mar, reparé en que el mar se estaba comportando de forma un tanto inusual. Me paré a contemplarlo y entonces lo capté: A pesar de hacer un día de mil demonios, el mar se hallaba en calma, más hermoso que nunca. Me dio la impresión de que me encontraba frente a una postal en la que el mar hubiera quedado anclado a las aspiraciones que su azul marino parecía tener de convertirse en celeste, mientras que, por su parte, la espuma de las olas y las nubes acordaban dejarse retratar por el mismo blanco para aportar equilibrio a la composición, que, con tantos designios encontrados, había adquirido, no obstante, visos de surrealista. Miré al mar y me embargó una sensación de paz. Muy a mi pesar, me hallé de pronto buceando en recuerdos que esperaba haber logrado, tras infinidad de intentos, expulsar definitivamente de mi cabeza.

“Ay, mar, ¡cuán insólito eres! Llevas siglos escuchando nuestras historias y supervisando nuestro devenir y todavía nos sigues pareciendo insondable. ¿Cuántas personas a lo largo de la historia se habrán dirigido a ti desde dónde yo me hallo en estos momentos?»

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Alejandro otea el horizonte tratando de vislumbrar la otra orilla. Atalaya las aguas y suspira recordando la batalla en la que derrotó a los persas. ¡Cuánto anhela volver a Macedonia y recuperar su antigua vida! Sin embargo, sabe que con el destino no se juega. Debe plegarse a su voluntad y seguir liderando sus tropas en una guerra que no conoce fin.

Pese a poder jactarse de tener infinidad de victorias jalonando su carrera militar, es incapaz de resistirse a la atracción que ejerce sobre él el campo de batalla. Continúa atiborrando la solapa de su chaqueta de medallas e insignias en la esperanza de que llegue el día en que sienta que ya ha cumplido con su misión en la vida y puede volver a descansar a su hogar. Aparcando momentáneamente la nostalgia que siente por la otra orilla, se gira examinando su entorno y, tras columbrar su posición, se dice para sus adentros: “Algún día convertiré este lugar en una ciudad que me recuerde a mi ciudad natal. Fundaré una capital nueva para Egipto. Una que lleve mi nombre y que nunca me olvide.”

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Cleopatra escolta con la mirada los barcos que atracan en el puerto. Después de haber sido testigo de cómo la ciudad ha sido arrasada y la mayor parte de sus monumentos más emblemáticos han quedado reducidos a cenizas, no puede evitar achacarles intenciones deshonestas y pensar que arriban para asediar el delicado corazón de la ciudad.

No obstante, a pesar de haber visto cómo la devastación de la que ha sido objeto la ciudad ha venido del mar, Cleopatra no es capaz de dejar de contemplarlo, pues ostenta una belleza sin parangón que pone en entredicho la premisa de que pueda estar en modo alguno implicado en la desolación que le ha acarreado el ser humano a la ciudad.

Lo mira largamente y después piensa: “No hay nada que ansíe más en este mundo que restaurar el Egipto que me arrebató Ptolomeo. No obstante, aunque la ciudad haya perdido parte de su esplendor, estoy convencida de que aún tiene mucho que ofrecer.”

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El cielo se oscurece por momentos. El mar está encabritado. Pero esto no desmoraliza al maestro Sayed Darwish. Hoy comienza una nueva etapa en su vida, se muda al Cairo para cantar junto con Salama Hijazi.

Su entusiasmo efervescente espuma con la misma pujanza con la que se encrespa el oleaje. Mirando el mar con detenimiento y delectación, dice:

-Puede que no vuelva a verte en mucho tiempo, pero te recordaré cada vez que cante, pues estás presente en todas mis composiciones.

Después canta alzando la voz:

-Oh, amor mío, eres un regalo para los ojos. No dejes, por vanidad, que me haga a tu encanto, que me acostumbre a lo sublime y que, a consecuencia, se me acorche el gusto.
Cuando estoy lejos de ti, mi corazón pena por que nos volvamos a ver.
Vida mía, amor mío, tú lo sabes mejor que nadie, la belleza me pierde.

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Las festividades tienen a todo el país brincando de alegría. No obstante, en aquella franja de tierra junto al mar, se respira una atmósfera completamente distinta, pues la mayoría de los cortejos fúnebres que desfilan por la zona presentan carácter militar.

El rey Faruk se detiene a examinar a la muchedumbre que se ha congregado para ver cómo abandona su palacio y su posición sin perder la compostura. Después vuelve la vista hacia el mar para observarlo posiblemente por última vez.

¡Cómo de extraña es esta vida! De la noche a la mañana, ha sido desterrado del país en el que reinaba. Tiende la vista hacia el mar con nostalgia y se sube al ferry.

– – –

Me lavé la cara con el agua del mar para espabilarme. Su temperatura me arrancó de golpe de mis ensoñaciones. Me percaté entonces de que el frío de la calle se había recrudecido. Miré al cielo y unas gotas de lluvia me salpicaron el rostro.

Me abracé a mí mismo para intentar suministrarme algo de calor y me puse en camino de vuelta a casa, en la esperanza de que el mar me guardara en su memoria, impreso en el recuedo que creara de aquel día.

 

Escrito por Radwa Magdy Amer.

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Esperemos que Tritón no se huela que la sirenita se siente atraída por

a) la brisa matutina que cabalga el oleaje.

b) él.