Blida, mi ciudad: la puerta de entrada a mi patria

Blida, ciudad argelina de origen andalusí

A Wasim no le iba a resultar fácil dar con la cuna de su historia, en la que radicaba la casa de sus abuelos, dado que apenas sabía nada de su lugar de origen. No obstante, conocer a Samir le hizo albergar esperanzas de llegar a lograrlo. Wasim rondaba los veinte, mientras que Samir tenía treinta años largos de talle.

Antiguamente, Blida era un ciudad conocida por las rosas que proliferaban en cada una de sus esquinas, por lo que Samir no tuvo más que mandar a Wasim que preguntara a los perfumistas por el lugar de procedencia de sus mejores rosas. Su periplo en pos de las flores y las rosas de las que se extrae la fragancia más exquisita había partido de las calles de París y le había llevado a dar con un perfumista que le propuso que se quedara a trabajar para él durante un mes, fines de semana incluidos, a cambio de que, al finalizar dicho periodo de tiempo, el perfumista le transportara a la ciudad de sus antepasados. Él aceptó el trato y arrastró los pies desde el rayar del alba hasta el ocaso. Al concluir el mes, el perfumista faltó a su promesa y se desentendió de su compromiso de ayudar a Wasim. Entonces, este se le encaró y ambos alzaron la voz hasta el punto de llegar esta a oídos de la gente de la ciudad, que acabó al tanto de la historia de Wasim y de su acérrimo deseo por conocer la ciudad de sus abuelos. Durante un tiempo, se dedicó a relatársela a cada hijo de vecino por si acaso le acababa sonriendo la suerte y se tropezaba con quien supiera orientarle acerca del rumbo a seguir. Finalmente, conoció a un jeque que le sugirió que se dirigiera a una ciudad que había caído en manos de los cristianos hacía siglos. Dijo que se llamaba Al Andalus y que era la ciudad por la que se hallaba haciendo pesquisas, pues también había sido célebre por sus rosas y sus jardines, así como por todos los aromas que impregnaban su atmósfera. La habían fundado los musulmanes en el pasado y la habían llenado de flores de todos los tipos.

Wasim se encaminó hacia dicha ciudad tratando de seguir olfativamente el rastro de sus abuelos, pero, nada más llegar, se sintió como en el extranjero, sensación que atribuyó al hecho de que aquellos que, en su momento, fundaron la ciudad fueran expulsados. Finalmente, constató que aquella ciudad que había sido abandonada por sus precursores no era la ciudad que andaba buscando, por lo que decidió volver por donde había venido.

Wasim se volvió a encontrar con Samir y se lamentó de su infortunio, de la infinidad de desgracias que le habían ocurrido durante su peregrinaje tras la estela de sus antepasados. Sin embargo, Samir le insufló nuevas esperanzas cuando se puso a describirle una pequeña localidad en medio del territorio argelino que recibía el sobrenombre de “la Ciudad de las Rosas” y que había sido levantada por los andalusíes más de 479 años atrás. En ese momento, Wasim preguntó: “¿Acaso tiene siete puertas?” Samir le contestó que sí, que él también había oído eso, pero que las puertas habían desaparecido y que ya sólo se conservaban sus nombres. Dijo: “¿Y qué hay de las flores?” El otro repuso: “A los hogares humildes les siguen importando, pero el resto ha descuidado lo que, en su día, plantó el jeque, nuestro gran señor, en cuanto a jardines y sistemas de regadío. Aun así, su impronta se deja adivinar en todos los barrios y travesías, en la arquitectura, la música y la gastronomía locales.” Al principio, Wasim quedó atribulado, pero Samir enseguida le refirió las crónicas de la ciudad de las que le había llegado noticia. Según su testimonio, los poderosos otomanos de la capital solían mandar a sus hijos a Blida a estudiar y a mezclarse con los lugareños para que se contagiaran de su elegancia y aprendieran su cultura y capacidad analítica. Wasim quedó extasiado con el relato de Samir y decidió proseguir su viaje en busca de sus raíces, en la esperanza de llegar algún día a reconstruir las puertas de aquella ciudad que tanto penaba por conocer, de llegar a desempolvarla, a sacarle brillo y a dejarla nuevamente cubierta de rosas y jazmines, tal como hicieron sus abuelos en su pequeño Al Andalus, sito en la ciudad de Blida.

 
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La autora:

Leila Birane es una novelista y guionista argelina que también escribe cuentos cortos, literatura infantil, artículos y entrevistas para varios periódicos y páginas web árabes.

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Se conocieron en Granada en la Fiesta de la Cruces. Pasada la hora de las meigas, se hallaban bamboleándose por las calles de la ciudad,

a) de camino al piso de él.

b) de camino al piso de ella.