Aspira a hacer realidad tus sueños

Acre, Israel

Mi trágica historia se remonta a 1948, el año en que mi pueblo fue condenado al exilio. Yo me hallaba sentado con mis hijos frente a la chimenea, bebiendo té a sorbos para entrar en calor. Alguien comenzó a aporrear la puerta con tal vehemencia que, por un momento, pensé que esta iba a ceder y romperse en mil pedazos. Mi mujer y mis hijos corrieron a esconderse en un rincón de la casa y yo abrí la puerta. Se trataba de un grupo de soldados israelís. Antes siquiera de que pudiera abrir la boca y preguntar por el propósito de su visita, uno de los soldados me ordenó en árabe que abandonara mi domicilio. Mi corazón me dio un vuelco. ¿Qué les iba a decir a mis hijos? ¿A dónde íbamos a marcharnos?

Al relatarle a mi esposa lo sucedido, esta prorrumpió en llanto. En aquel momento, me limité a hacer lo único que estaba en mi mano, dadas las circunstancias. La estreché contra mí y traté de consolarla diciendo:

-No desesperes aún, mujer. Con la ayuda de Dios, algún día regresaremos.

No nos concedieron suficiente tiempo como para organizar el traslado de todas nuestras pertenencias, por lo que tuvimos que conformarnos con empacar solamente lo esencial. Mi hijo Yihad, que por aquel entonces tenía siete años, me preguntó:

-Papá, ¿cojo toda mi ropa?

A lo que yo contesté:

-No, hijo mío, sólo vamos a estar fuera un par de días.

Era noche cerrada cuando dejamos la casa. No teníamos donde pernoctar a cubierto, por lo que aquella noche dormimos al raso. A la mañana siguiente, cruzamos la frontera con Siria. Era invierno y los caminos estaban cubiertos de nieve. Hacía tanto frío que mis hijos cayeron enfermos. Finalmente, llegamos al campamento de Yarmuk, que fue donde nos establecimos. Mis hijos y yo nos mudamos a un piso a cuyo techo y cuyas paredes les faltaba poco para venirse abajo.

La fecha del tres de noviembre de 1948 es una fecha que se me ha quedado grabada a fuego en la memoria. Es una fecha que jamás olvidaré, porque corresponde al día que fui expulsado de mi amada Acre.

Con el transcurso del tiempo, mi hijo Yihad creció y cumplió dieciocho años. Entonces se me acercó y me dijo:

-Padre, ¿recuerdas aquello que dijiste cuando salimos de Acre de que sólo íbamos a ausentarnos por un par de días? En vez, han pasado años y aún no hemos regresado. Yo ya apenas me acuerdo en condiciones de cómo era Acre. ¿Tú crees que la ciudad se acordará de nosotros? ¿Crees que llegaré a volver a verla algún día?

Suspirando por volver a recorrer las calles de la hermosa Acre, le contesté alicaído:

-Seguro que te recuerda, una madre jamás se olvida de sus retoños. En cuanto a si volverás a verla, hijo mío, sólo puedo aseverar que Dios es misericordioso. Tal vez, ¿quién sabe? Recuerda que el Corán nos anima a no perder la esperanza. Dios conmina a quienes apremian al destino a tener paciencia y a confiar en que en algún momento sus súplicas serán atendidas (azora 17, aleya 51). Entretanto, cuando la nostalgia arrecie, enfoca tu atención en la luna, pues su rostro es el rostro de la libertad. Eso te insuflará esperanza.

A partir de entonces, empecé a advertir que Yihad esperaba impaciente a divisar la luna en el cielo. En su mirada se adivinaba que el amor que sentía por su patria irradiaba la esperanza de retornar a ella.

Con el tiempo, me fui haciendo viejo y mi cabello se tiñó de blanco, por lo que, con miras a poder ver crecer a mis nietos, comencé a darle la tabarra a Yihad. De tanto en tanto, le preguntaba:

-Hijo, ¿para cuándo tienes pensado dejar lo de casarte y fundar una familia?

Siempre me contestaba lo mismo:

-Me casaré en cuánto encuentre a una chica palestina que me convenga.

Gracias a Dios, acabó dando con ella. Era una joven refugiada. Samra poseía ojos y melena azabaches, además de facciones típicamente árabes. Después de casarse, Yihad tuvo un hijo al que puso de nombre Sabir (el paciente). Un día, me confesó:

-Padre, no sabes cómo me hubiera gustado que mi hijo hubiera nacido en Acre para poder gozar allí de la infancia tan hermosa que yo tuve la suerte de tener. ¿Recuerdas, padre, que me prometiste que regresaríamos en cuestión de días? A estas alturas, considero más probable que aterricemos en esa luna en cuya angulosa fisonomía hemos tallado el nombre de “Acre”.

A continuación, le di una palmada en el hombro y le dije:

-Acre, al igual que la luna, se halla asediada por las tinieblas, a saber, la ocupación. Si Dios quiere, nosotros seremos el sol que, al brillar, erradique toda esa ruin oscuridad. Hijo mío, aspira siempre a hacer realidad tus sueños. Si la luna no se pone a tiro, tendrás que ingeniártelas para pescarla por tus propios medios. Invierte siempre todas tus energías en luchar por lo que deseas de todo corazón y no te olvides de conservar la paciencia. Debes perseguir tus sueños, aunque estos pendan del cielo.

 

Escrito por Seema Khaled Hamad Saqr.

Elige tu propia aventura

Cuando Laika volvió a casa

a) arengó a los seres humanos para que se cepillaran los unos a los otros.

b) ladró a la luna por haberla hecho regresar.