Sé que no todo el mundo comparte mi afición, pero a mí lo que me priva, lo que me levanta el espíritu y me llena de felicidad es pasar tiempo en el campo: ver crecer las plantas, descansar a la sombra de un árbol, admirar la altura que llegan a alcanzar las palmeras, deleitarme con el aroma de las flores … Me gusta absorber de la naturaleza la energía positiva que necesito para estar de buen rollo con la gente con la que me tengo que relacionar a diario.
Cuando compré la granja, estaba en unas condiciones desastrosas. No obstante, la rehabilité y planté naranjos y limoneros. Un día, un amigo mío sufrió un ataque de ansiedad. En cuanto me enteré, le invité a que se viniera con su familia a pasar un día en la granja. Aprovechando la ocasión, avisé a unos cuantos amigos más. Antes de que se vinieran, me pasé un par de veces por la granja para acondicionarla, dejarlo todo preparado para su visita e inspeccionar el terreno para poder indicarles cómo llegar. Fue así cómo me percaté de que tenía dos entradas. Una de ellas conduce por una alameda que lleva hasta unos aspersores que extraen el agua con la que riegan las zarzamoras que crecen a los lados de un pozo situado a corta distancia. Hacia el final, el sendero se estrecha. La segunda entrada conduce a una zona con varios edificios por un camino alicatado y abovedado por una pérgola de madera con parra trepadora. Es suficientemente ancho como para que los coches puedan circular por debajo. Al final del camino y a la derecha, se encuentra un banco circular con una mesa en medio. Este se halla entoldado por las copas de los árboles que se yerguen a su alrededor y que ostentan una plétora de flores de colores. Los rayos del sol acarician las hojas de los árboles y surten al entorno de una luz suave y lírica. Este es el acceso más directo a la residencia principal, que está construida sobre un zócalo que la eleva del suelo. Hay un muro que la separa del resto de los edificios, que son: el domicilio de la ayuda doméstica, dos palomares y los establos. Desde este conjunto de edificios se puede acceder directamente tanto a la residencial principal como al exterior. Delante de la residencia principal, hay un jardín con árboles frutales. Destaca la cantidad de zarzamoras y palmeras que abarca. Las palmeras también se encuentran a ambos lados de la primera mitad de la alameda que da acceso al recinto.
Para llegar a la granja, mis amigos tuvieron que coger el autobús que recorre la autopista del desierto que une Alejandría con el Cairo atravesando la provincia de Behera y bajarse en el quilómetro 112. Desde allí, tuvieron que seguir a pie por un camino con curvas que sale a la izquierda. A la tercera curva, se toparon con la mezquita Naím, junto a la que se ubica un gran corral de pollos. Desde allí, mi granja está a un tiro de piedra.
Los recibí con los brazos abiertos y, al rato, nos pusimos todos juntos a construir unos columpios con unos leños que colgamos de las ramas de los árboles y aseguramos con cuerdas. Los montamos pensando en los niños, pero los adultos acabamos disfrutando de ellos tanto o más que los enanos. También nos dedicamos a recoger naranjas de los árboles, que ya habían madurado y tenían una pinta impresionante. Luego juntamos nuestro botín y lo repartimos equitativamente entre todos. Después, nos echamos unas fotos con los árboles, las flores y las torres de los palomares. Comimos moras y arrancamos unas hojas de parra, así como unos tallos de menta que crecían alrededor de la casa, para cocinar dolmas. El tiempo se nos pasó volando y, para cuando quisimos darnos cuenta, había llegado la hora de despedirse. Antes de emprender el viaje de vuelta a nuestras respectivas casas, prometimos repetir la experiencia. Nos había sentado de lujo tomarnos un descanso del frenesí de nuestras vidas cotidianas en la gran ciudad para recargar pilas y recuperar la vitalidad. Respirar aire puro es extremadamente tonificante y viene de lujo para restaurar el equilibrio interno.
La gracia divina no conoce límites. No sólo hemos sido honrados los seres humanos con poder habitar un planeta con una naturaleza exuberante, sino que además se nos ha dotado de las facultades para poder apreciarlo. Estamos en deuda con Dios por el afecto, la amistad y el cariño que se dan en el mundo y que hacen de este un lugar hermoso.
Escrito por Hanaa Abdel Hady.