Un amor sin perspectivas de prosperar

Girl's Profile in Aden, Yemen

Suad miraba por la ventana inmersa en un piélago de cavilaciones del que ni la música que tenía puesta en el tocata a mil bombas lograba sacarla. Se enroscaba mechones de su melena azabache en el dedo de una mano al tiempo que se pasaba la otra por la cara con ademán pensativo. Se había puesto a rememorar viejos tiempos. En un momento dado, uno de esos recuerdos le demudó el rostro y le encendió las mejillas, que adoptaron un color tostado tornasolado.

Los calurosos vientos que comenzaban a soplar por aquella época del año en la ciudad costera de Adén le trajeron el olor a alheña negra que despedía el tarro sobre la mesa de madera de la habitación, el cual le hizo volver la mirada hacia dentro. El interior de la habitación se hallaba lleno hasta los topes de los paquetes que el prometido de su hermana, con el que se casaba al día siguiente, le había estado enviando desde los Emiratos durante los últimos meses de regalos de boda, y eso que aquellos eran sólo los que a su hermana ya no le habían cabido en su propia habitación. ¿Cuándo le tocaría a ella el turno de ser feliz?

Aquel olor le recordaba a su ex, al que no había conseguido quitarse de la cabeza. A sus ojos, sus padres siempre habían tendido más a progres que a otra cosa. No les habían dado una educación normativa en exceso a ella y a su hermana y les habían enseñado a formarse un criterio y a confiar en él. Pero entonces ocurrió toda la historia con su ex y su verdadera naturaleza salió a relucir. Su padre trabajaba para una estación depuradora de aguas y su madre se había jubilado recientemente tras pasarse veinticinco años impartiendo clase en un instituto de Cráter.

Se llamaba Ali y poseía un puesto de productos de belleza en el mercado que tenía que atravesar todos los días para volver de la facultad a casa. Era de talle espigado y lo primero que le atrajo de él fue la gentileza de sus andares. Lo que la enamoró, no obstante, fue la forma que tenía de hablarle. Sus palabras rezumaban sabiduría y misterio. No tardó, pues, en aficionarse a la alheña que vendía. Cada vez que se paraba frente a su puesto con la deplorable excusa de necesitar reponer, se dedicaban miradas tórridas y se sonreían tímidamente.

Se aficionó, a su vez, a la música romántica y a leer relatos de amor por internet. Estaba venga a suspirar por él y le resbalaban las admoniciones de sus amigas, que le aleccionaban de cómo con un pelagatos negrata no tenía futuro, que su sociedad jamás lo permitiría, a lo que ella contestaba que su daltónico corazón no entendía más que del color de las sonrisas. El portador de la que le había llevado a dar un vuelco procedía de una familia humilde que vivía en los arrabales más pobres de la ciudad, en el campo de refugiados al que llamaban la Pequeña Mogadiscio. A ella no le había importado, como tampoco le había arredrado que él no hubiera llegado a acabar sus estudios de educación primaria, porque poseía el saber de los hombres de mundo y a ella le encantaba que se lo transmitiera por teléfono mientras ella soñaba que la colmaba.

Un día, no obstante, sus padres se enteraron de la relación que había estado llevando con Ali en secreto y se propusieron convertir su vida en un infierno. Le prohibieron continuar asistiendo a clase en la universidad y la encerraron en casa. Un par de días después de que el castigo entrara en efecto, le llegó un mensaje al móvil. Ella se abalanzó sobre el dispositivo de un salto. Era de él. Decía:

“Te quiero, a pesar de que seguramente no debiera. Lo último que deseo es que el color de mi piel te meta en líos.”

Las lágrimas se le desbordaron.

 

Escrito por Amal Al Mahyoub.