Cuesta entender cómo es posible que, con la de tinta que se ha derramado para intentar poner en palabras el conflicto palestino-israelí que lleva prolongándose más de tres cuartos de siglo y se ha vuelto a poner recientemente en boga, por un lado, y lo que gustan las listas en la actualidad, por otro, no se hubiera traducido al castellano hasta ahora la novela que la Unión de Escritores Árabes nombró, en la lista que confeccionó en 2010 de las 100 mejores novelas árabes, la mejor novela palestina y la segunda mejor novela árabe.
Quizá se deba a la propia naturaleza de la obra, que ya nos aventura el título: el que nació feliz y bendecido se ha extraviado. Porque Walid Masud ya no es únicamente el niño indefenso del campo de refugiados que pudiera haber aparecido en la portada del National Geographic, también es el buitre que aguarda pacientemente a poder papeárselo. Puede que la genialidad de Yabra Ibrahim Yabra, el autor, radique justamente ahí: en haber sabido reconocer que el mayor enemigo del pueblo palestino no es el israelí, con independencia de lo que se haya postulado para poder ser apreciado como tal, sino su incapacidad de renunciar a sentirse el blanco.