La fiesta del club cultural concluyó tras el acto que se celebró en homenaje a los docentes jubilados de la ciudad de Berkan. Lo habían obsequiado con un certificado de excelencia en reconocimiento a toda una vida dedicada a la enseñanza. Por desgracia, presentaba un gazapo en el nombre y, además, su confesión religiosa no concordaba con la que le habían adjudicado. Se montó en el coche y arrancó con rumbo a Taforalt, que llevaba un tiempo sin poder sacarse de la cabeza, a pesar del apretado programa de actividades que le había saturado la agenda últimamente. Se sentía levitar sisando unos instantes de paz a la vorágine cotidiana, mientras disfrutaba con cada giro y en cada pendiente de la imponente belleza de los montes de Beni Snassen. Aparcó el coche a pocos metros de la tumba de su abuelo y se aproximó con respeto y solemnidad. Acto seguido, se puso a declamar:
-La paz sea con vosotros que habéis cruzado el umbral del más allá. Nos habéis mostrado el camino a seguir y nosotros, vuestra progenie, estamos orgullosos de honrar vuestra voluntad. Dios todo misericordioso apiádate de nosotros y perdona nuestras ofensas.
Se arrodilló cerca de la tumba, recitó los versículos del Sagrado Alcorán «que con mayor desenfado acudieron a su mente» (Alcorán, 73: 20) y alzó las palmas de las manos al cielo para ofrecer una plegaria al Altísimo.
Por la tarde, se sentó en su escritorio, sacó papel y lápiz, y, descerrajando su imaginación, escribió:
“Tu amor por la patria era ciertamente admirable. Tu corazón era límpido, fiel al Señor y a su senda. Con el ardor que destilaban tu cánticos jaculatorios, contagiaste de ilusión a todo aquel con quien te topaste durante tu peregrinación vital. A pesar de haber crecido en un entorno en el que regían unas condiciones de vida deplorables y haber tenido que enfrentarte a los chupasangres que acechaban en las tinieblas, has dejado tu impronta no sólo en la memoria individual, sino también en la colectiva que se hereda de generación en generación. Ahora te hallas bajo tierra, pese a haber jurado y perjurado en vida que nadie jamás lograría doblegarte. Rezas día y noche por que tu simiente sepa sacar provecho de tu mensaje y crezca sana y robusta.
Descansa, tú que has sabido apostar por la vida y exprimirla al máximo. Tus palabras aún hoy resuenan en mis oídos. Recuerdo las historias que nos contabas sobre el movimiento nacionalista y las asambleas que celebrabais de noche en las montañas, ojo avizor de los ocupantes franceses, así como del jeque, el comandante y el alcalde. Los diversos nombres que reciben los fusiles de asalto que empuñabais por aquel entonces para combatir a los franceses han quedado grabados a fuego en mi memoria, merced a la pasión con la que blandías tu discurso. ¿Quién podría olvidar la bouhaba o el boshfer, así como otros moukhalas de factura inglesa o francesa?
Conservo intacto el recuerdo de aquellas historias que me narrabas y que giraban en torno a dos ángeles y a la batalla que se libró en la planicie de Angad. También retengo en la memoria aquella historia que me contaste acerca de las flagelaciones a las que fueron sometidos los moradores de las montañas cuando los franceses descubrieron las asambleas que se convocaban en los montes de Taforalt. En silencio, tu tumba da fe de tu fervor por la causa y tu lealtad a las tropas de la dinastía alawita. No obstante, la tierra parece haberse tragado la historia: el exilio de tu padre, la revolución de Tafilalet y el credo sufí de Darqa que abrazaste y cuya doctrina suscribiste, observando, por ejemplo, la fetua que prohibía beber café y azotar a la gente con ramas de espina santa. La paz sea pues contigo y bendito sea el día en que naciste y el día en que llegó tu hora. Descansa en tu sepultura con la bendición de Dios al abrigo de las montañas que amaste en vida, en las que combatiste la iniquidad y las infames condiciones de vida como sufí y anacoreta. Descansa en paz a sabiendas de que, a pesar de los tiempos tan difíciles que te tocó vivir, tu recuerdo pervivirá por siempre jamás, hasta el día del Juicio Final.”
Congratulaos en vuestros hogares de saber que de lo que se siembra se cosecha y que los sueños se hacen realidad si uno aprende a apostar por ellos. Dios se halla en el principio y en el fin. La paz, la misericordia y las bendiciones de Dios sean contigo.
El autor, Abdelhamid Hadouch:
Marroquí, natural de la ciudad de Berkan, director de secundaria jubilado. Nació en 1952. Traductor del francés del libro Bali-Bali, un relato africano, publicado en 1924. Asimismo, la revista literaria Anhaar publicó su ensayo De recrearse con el interludio o las maqamas de al-Hariri en formato electrónico. También ha publicado una interpretación de la obra de Ibn Sallam al-Jumahi, Lecciones acerca de cómo convertirse en un gran poeta, con la editorial al-Maqabis an-Naqdiya (el baremo de la crítica literaria).