El héroe de la ciudad

Manbij, tejados en Siria

Siempre he querido que me vieran como un héroe, al menos una vez en la vida. Mi ciudad es un hervidero de delincuentes. En una ocasión, vi cómo unos chavales se liaban a puñetazos con un niño escuchimizado porque los había interrumpido mientras jugaban al pasar a su lado. También presencié en otra ocasión una pelea entre adultos. Un señor barrigudo trató de zanjar la refriega separando a los contrincantes antes de que la cosa llegara a mayores, pero, para cuando intervino, los ánimos ya se hallaban demasiado caldeados. Uno descalabró a otro y, antes de que a nadie le diera tiempo a reaccionar, se confundió entre la marabunta de gente que se había congregado en torno al suceso. En cuanto la gente se percató de lo ocurrido, comenzó a vociferar: “¡Horror! ¡Canallas!” No obstante, apenas hubo la sangre comenzado a teñir la acera, los alaridos se trocaron en vítores que ensalzaban al hombre que había intercedido por la concordia: “¡Qué grande eres, oh, tú, nuestro héroe!”

Otra vez, estando en el zoco, uno de los vendedores me pilló por banda y empezó a darme la murga con que la única blusa que le quedaba por vender me iba a quedar a mí que ni pintada. Me acorraló en la tienda y me instigó a que me la probara. Seguidamente, se aseguró de que no me quedara duda alguna de lo mucho que me favorecía la prenda pegándome un repaso integral con mirada depredadora. La arruiné la misma noche de estrenarla y mi padre decretó que no volvería a merodear por el zoco sin que me acompañara alguno de mis hermanos.

Un día, yendo a comprar el pan, me encontré a todo el barrio hacinado en la panadería. La gente andaba pegándose unos empellones de aúpa para alcanzar el mostrador. Cuando al panadero le dio finalmente por propinarle un tortazo a un chaval en toda la jeta, me percaté de que la situación requería que hiciera acopio de valor a mansalva.

Me puse a la cola, que a lo sumo avanzaba a una velocidad media del espacio que ocupan dos personas la hora. Como era de esperar, la mercancía se agotó. Volví con las manos vacías y mi derrota me granjeó en casa un rapapolvo de abrigo y un castigo de marca mayor. No obstante, lo que superó con creces todo aquel tormento fue la humillación de ver cómo al hijo del vecino, al que saco dos años y el que, a diferencia de mí, sí que fue capaz de amasar la victoria y traer pan a casa, le llamaran “hombre de provecho capaz de proveer para su familia”. Y así reza la historia de cómo mi tripa me impartió a borborigmo pelado una lección sobre el significado real del término “heroismo”.

Recapitulando lo ocurrido, recordé que yo tampoco me había andado con melindres a la hora de decidir si saltarme o no la cola para llegar al ventanuco por donde se despachaba el pan. No obstante, de pronto, me había sacudido un golpe de calor almizclado con olor a tabaco y a sudor que a punto había estado de derribarme. Uno de esos supuestos héroes que tan alegremente se habían pasado la cola por el forro y que se habían servido de sus arácnidos brazos para afanarse el pan a fuerza de empujar a contracorriente me propinó tal envite que casi me catapulta a la acera de enfrente.

Asía su fardo de pan con ambas manos para que su hazaña quedara debidamente registrada. Me enjugué entonces una lágrima que había acudido a enjuagarme el ánimo que trataba de empañarme el calor y su altanera forma de mirarme.

Días más tarde, me encontré en la tele a una presentadora explicando el significado real de la palabra “heroismo”. Para ilustrar su argumentación, señaló una imagen grande que colgaba de la pared del estudio y que mostraba el rostro de un hombre que había luchado por proteger los derechos de la infancia. Después leyó un informe acerca de la industria nacional, lo que llevó a su compañero del plató a mostrar la imagen de alguien que había sido aclamado como un héroe, si cupiera, de aún mayor talla que el presentado con anterioridad. A la postre, poco antes de que el programa llegara a su fin, un logo que danzaba en la esquina de una mesa que presidía la escena efigió al héroe por antonomasia. Era un hombre que se hallaba merendando.

 

Escrito por Mahmoud Alhsan.

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Si tuviera cómo y con qué, pelearía por convertirme en

a) un experto en el combate verbo a verbo.

b) Rocky.