Boceto del Apocalipsis

Church Notre-Dame d'Afrique, Algiers, Algeria

El aguachinado sopicaldo que les sirve de cena no les dura nunca nada en el cuenco. A Juan Pablo le gustaría poder añadirle más sustancia para asegurarse de que no se quedan con hambre, pero la comida escasea. Por lo menos, pese a lo delgados que se les ve a algunos de los niños, todos parecen gozar de buena salud. Por lo pronto, no parecen haber perdido el apetito, lo cual es buena señal.

Fuera de la iglesia en la que viven atrincherados él y los veinte niños que recogió de las calles cuando, seis años atrás, comenzó a extenderse la epidemia de tuberculosis que ha diezmado la población mundial, reina el caos. Los pocos que lograron sobrevivir a la enfermedad se hallan ahora matándose los unos a los otros por hacerse con algo que llevarse a la boca. Es un milagro que haya conseguido mantenerlos a salvo intramuros durante tanto tiempo. Juan Pablo cree que la suerte que han tenido hasta ahora se debe, en parte, a que, pese a hallarse en la capital argelina, la iglesia se ubica en un lugar retirado y de difícil acceso. No obstante, sabe que la razón fundamental por la que los niños siguen con vida es que se encuentran bajo la protección de la Virgen, a la que se halla dedicada la iglesia, pues son la única esperanza de supervivencia que le queda a la humanidad.

Después de cenar, se arremolinan todos en torno a Jalal, que es el mayor de los niños y siempre les cuenta un cuento de buenas noches para ayudarles a conciliar el sueño y olvidarse del mundo que los rodea antes de que toque acostarse y apagar las luces. A Juan Pablo le gusta ver que se cuidan entre ellos. A veces se pregunta si está haciendo lo correcto manteniéndolos aislados del resto de la sociedad y privándoles de poder decidir por su cuenta la vida que quieren llevar, sobre todo cuando ve cómo se les iluminan los rostros con los relatos que Jalal se inventa, llenos de aventuras y ambientados en tierras de fantasía.

De pronto, comienzan a aporrear la puerta. Los niños, que están muy bien entrenados, soplan las velas que iluminan el interior, cogen sus rifles y se esconden bajo los bancos de la iglesia. Tras un insistente y violento forcejeo, la puerta cede finalmente y en el umbral aparece Fadi, que hasta hace unos meses, antes de que le diera el brote psicótico aquel que le llevó a abandonarlos, formaba parte de la familia que han creado entre todos. Tiene la cara hinchada y llena de moretones. Junto a él, se yerguen dos adultos. Justo entonces, se pone a arreciar la tormenta que ha empezado a caer hace un rato. La luz que despiden los relámpagos que centellean a sus espaldas proyectan sus sombras sobre el embaldosado de la iglesia.

Los intrusos comienzan a avanzar por el pasillo que conduce hasta el altar, sobre el que se alzan las estatuas de Cristo crucificado, la Virgen, San Agustín y Margaret Berger.

—Venimos en son de paz, sólo queremos liberaros de vuestra prisión. ¡Múestrate, Padre Juan Pablo! Tu reinado ha llegado a su fin. ¡A partir de ahora se ha de hacer lo que digan los musulmanes!

Juan Pablo obedece, saliendo de detrás de una mampara, y los hombres le encañonan con sus pistolas.

—Estos son mis hijos y esta es su casa. Nadie les obliga a quedarse y vosotros no tenéis ningún derecho a irrumpir aquí.

Antes incluso de que le dé tiempo a acabar de hablar, los niños se levantan, apuntan a los intrusos con sus armas y los acribillan a balazos. La sangre salpica las paredes y la placa a la entrada, que reza: “Nuestra Señora de África, guárdanos de todo mal, a nosotros y a nuestros hermanos musulmanes.”

 

Escrito por Mustafa Boualatin.