Un digno adversario

Lake Qarun in Egypt, Faiyun Province

La casa se halla sumida en penumbras y un silencio sepulcral. Es una noche sin luna. Además, se ha ido la luz. Él está acojonado. Se asoma por el balcón al lago Qarun. Las aguas están en calma. No permiten aventurar la tormenta que se avecina. Tiene que mantenerse ojo avizor, pues el muy hijo de puta que le ha arruinado la vida se halla al acecho. Primero, se cargó a su querido padre. Le inoculó una enfermedad incurable. Y a la muerte de este, él y su madre dejaron de poder cubrir gastos y se endeudaron. Lo perdieron todo, salvo por la casa y las tierras que la rodean.

Después fue su madre la que enfermó y la espichó. No lo puede probar, pero está convencido de que la culpa recae en él. Le duele recordar. Se ha quedado solo ante el peligro. Al entierro de su madre acudió toda su familia extendida para darle el pésame. Debieron pensar que se le había ido la olla al oírle hablar de un bicho como si se tratara de una criatura del mal que se la tenía jurada, pero se la sopla. Lo único que importa en estos momentos es procurar evitar convertirse en su merienda y, a tal fin, ha tomado precauciones.

Fumiga la casa con pesticida sin escatimar en la cantidad de producto que rocía en su cuarto y, en cuanto cae la noche, se encierra a cal y canto. Sabe que respirar el veneno le puede llegar a ocasionar problemas de salud, pero lo que prima es sobrevivir a corto plazo. También apaga las luces. Sabe que no sirve de gran cosa, pues el muy canalla de su adversario sabe cómo apañárselas para orientarse en la oscuridad, pero por si acaso.

Se tumba en la cama y se echa la manta sobre la cabeza. Es verano y hace un calor de morirse, pero así se siente más a salvo. Todos sus intentos de conciliar el sueño resultan infructuosos. Aguza el oído para oírlo llegar. Está cagado de miedo. “La de bichos que hay de los que no te puedes fiar ni un pelo”, piensa mientras espera a que haga acto de presencia. Pero nada, el tiempo pasa y él sigue sin aparecer. Llegado el momento, se levanta para salir a su encuentro. Debe desafiarlo para combatir el miedo que lo tiene paralizado.

Suena el reloj de pared antiguo que se encuentra en el vestíbulo marcando la hora de las meigas. De pronto, cree oír un zumbido apagado. ¡Qué cabrón!, ¿cómo habrá conseguido infiltrarse en la casa? Ha llegado la hora de enfrentarse a él. Trata de que no le venza el miedo recordando a sus padres y concentrándose en trazar un plan. Se prepara mentalmente para el ataque. Siente al mostruito revoloteando a su alrededor, como si se hallara buscando un cacho carne sobre el que abalanzarse. No parece importarle que se halle embutido en una manta de grosor considerable. Su zumbido se intensifica. Saca la cabeza de debajo de la manta y lo divisa, a pesar de las tinieblas. En el último momento, logra reprimir las ganas de proferir un grito de horror. Se acerca, trompa en ristre. En cuanto lo siente posarse sobre su piel, saca la mano de la manta y lo estampa a la velocidad del rayo. Se ha hecho daño, pero por lo menos así se aseguraba de dejar a su rival fuera de combate de un único manotazo. Tiene el corazón henchido de júbilo, pues ha encarado sus miedos y ha vengado la muerte de sus padres. Se limpia los restos mortales del pequeño nosferatu, se vuelve a meter bajo la manta y se acuesta nuevamente. Esta vez, nada logrará perturbar su descanso.

 

El autor, Hatem Mohammed Asseyid Abdullah:

Nació el uno de enero de 1976 y tiene un doctorado en Derecho (islámico y secular). Es miembro de la Asociación de Escritores Egipcios con sede en El Cairo. En 2005, publicó una antología de cuentos cortos intitulada Relatos escritos en la actualidad. También ha publicado otros varios relatos y artículos de periódico a lo largo de su carrera literaria.