La muela del juicio

Kobani Syria

“Muela del juicio,
como si se tratara lo que me aplasta de algo corriente y moliente,
como si se tratara de avena que me fuera a ayudar a hacer la digestión,
muéleme los pesares, hazlos puré alible.”

No somos cuatro gatos. Somos cientos de miles, sólo que estamos dispersos, repartidos a ambos lados de las fronteras políticas, en un territorio que no se halla bajo nuestra jurisdicción.

A las afueras de la ciudad de Kobane, en un recodo del mundo presa del terror, una belleza curda se recuesta sobre una colina que su unidad tiene el deber de defender.

Con ambas manos, Berivan estruja su fusil de asalto como si le pudiera exprimir protección, afina la voz y, como si le fuera la vida en ello, canta a su muela del juicio. Todo sea por, cuando menos, fingir que uno puede olvidarse, aunque sea brevemente, de la desesperación imperante.

Da la sensación de que la negra noche se dilata a placer y ella teme no llegar nunca a poder dejarla atrás en la noche de los tiempos. De hecho, teme no llegar a tener ocasión de ver otro amanecer. El fulgor del fuego enemigo le ha chamuscado las retinas y metido fantasmas en el cuerpo que la hostigan incluso durante los escuetos lapsos de tiempo en los que dejan de oírse las explosiones.

La pobre. De haber nacido en otro tiempo y en otra parte, habría gozado de una oportunidad de convertirse en lo que le hubiera venido en gana, de competir en certámenes de belleza y, quien sabe, tal vez incluso de hacer carrera en Hollywood. Al fin y al cabo, puede jactarse de poseer un rostro angelical y unos almendrados luceros color miel que derriten los corazones de hasta los más aguerridos caballeros. Además, tiene madera de actriz, eso es incontestable. No hay quien le haga sombra a la hora de maquillar una mirada feroz con una sonrisa cautivadora. En vez, no obstante, ha tenido que resignarse a cumplir con su cometido y ofrecer su vida a la causa de salvaguardar la supervivencia de un pueblo sin identidad nacional reconocida. Consiguientemente, ha aprendido a valerse de sus agallas para retar a la muerte y, con el tiempo, se ha ganado fama de peshmerga nata.

Sin embargo, de todos es bien sabido que lo cortés no quita lo valiente y, aunque su atractivo ya no resida en su feminidad, ella sigue cuidando su aspecto. Verbigracia, lleva su larga melena de tonalidad cobriza en una elaborada trenza de raíz.

Bierina echa a correr hacia la colina de enfrente esquivando las balas que silban a su alrededor. Nada más ponerse a refugio, advierte que sus zapatos se han manchado de sangre, la de su compañera, que se ha quedado a medio camino.

Maldice a Occidente. En lo que a ella respecta, ellos tienen la culpa del genocidio curdo. Los muy canallas los han estafado. Primero, les habían dado a entender a los curdos que les iban a prestar apoyo aéreo pero, en el último momento, se habían retractado, se habían lavado las manos y los habían dejado en la estacada, solos ante el peligro que representan los engendros malnacidos de Dáesh. A lo mejor, habían llegado a la conclusión de que, acorde a sus cálculos, se les comenzaba a salir de presupuesto el precio a pagar por controlar otro par de pozos de petróleo adicionales. Tal vez les resulte más lucrativo dejar que los turcos se hagan cargo del marrón que encarnan los abanderados de la guerra santa. El primer mundo ha de poder elegir sus batallas. A los curdos, no obstante, no se les concede el privilegio de la elección.

De pronto, estalla el pánico. En la distancia, se escucha su grito de guerra. Se acercan. Sus takbires truenan ensordecedores. La muerte se halla a la vuelta de la esquina. Se ha hecho demasiado tarde para acometer la huida. Esta vez, necesita de un milagro para salvar el pellejo. Algo como poder valerse del bastón de Moisés o de los arrebatos de locura de Kawa.

¡Ay, el Newroz! Ha sido su cuento favorito desde que era niña. Hasta la canción del mismo nombre del célebre Hassan Zirek la entusiasma.

Cuenta la leyenda que érase que se era un sultán déspota, conocido como Zohak, que tenía al pueblo curdo subyugado y durante cuyo reinado el sol decidió abjurar de su compromiso de circular por la bóveda celeste para hacer florecer la corteza terrestre. Cuentan que tenía de mascotas unas serpientes muy sibaritas que debían ser alimentadas a base de sesos de niño curdo. No obstante, todo cambio el día en que, a un herrero de muchas luces llamado Kawa, se le ocurrió una idea brillante. Logró que le encomendaran la tarea de abastecer a las voraces fieras de los víveres que gustaban de ver componiendo su pantagruélico festín y, en vez de cebarlas con sesos de niño curdo, comenzó a darles sesos de borreguito. Las serpientes cayeron en la trampa y, cuando la población curda se enteró del éxito que había tenido, lo ensalzaron como héroe nacional. Los niños, que le debían su vida, comenzaron a seguirle. Él los entrenó en las artes marciales y, en cuestión de años, había conseguido reunir un ejército dispuesto a darlo todo por derrotar al tirano de Zohak, lo cual no tardó en ocurrir. En cuanto a Zohak se le hubo rebanado el gaznate, el sol volvió a brillar en el cielo. A raíz de sus hazañas, Kawa se convirtió en un símbolo de arrojo a lo largo y ancho del territorio curdo, pues, no sólo había liberado al pueblo curdo de la tiranía, sino que también había roto la maldición de las tinieblas. Su victoria sobre el infame Zohak aún se conmemora en la actualidad, más concretamente, en el Día de Año Nuevo, el Newroz.

¡Qué recuerdos, los del Newroz! Lo que le divertía acicalarse para salir a bailar dabka con las chicas de su edad. Trata de contener las lágrimas destinadas a anegarle el rostro.

Está convencida de que a los zumbados de Dáesh los han sacado del mismo molde y cortado por el mismo patrón mefistofélico que al reptil de Zohak. Una pena que con las criaturas del averno no se pueda acabar de un golpe de una vez para siempre. De pronto, acude a su mente una imagen que la hace estremecerse. Se trata de su cabeza ensangrentada colgando por su trenza de raíz de la mano de uno de esos salvajes que se hacen llamar Dáesh. No se puede permitir que la encuentren con vida. Sabe que, cómo se lo piense mucho, se juega que uno de esos verracos del clan de de los tartufos la coja por las piernas, la inmovilice y se la hinque hasta que la rompa por dentro. Por encima de su cadáver, no piensa darles el gusto de verla padecer, perder el conocimiento y, finalmente, las ganas de vivir. Si ha de morir, por lo menos será en sus términos.

Nota cómo su determinación mengua a medida que se le empiezan a agotar las balas. Ha llegado el momento. Palpa la oscuridad a su alrededor en busca del cartucho que ha reservado para la ocasión. Carga el fusil y pega la boca a su mentón. Pero antes, reanuda su canto:

“Muela del juicio,
como si se tratara lo que me aplasta de algo corriente y moliente,
como si se tratara de avena que me fuera a ayudar a hacer la digestión,
muéleme los pesares, hazlos puré alible.”

Registra una palabra de despedida en la pantalla de su teléfono móvil:

“Adiós.”

Y aprieta el gatillo.

 

Escrito por Amr Saleh.

Elige tu propia aventura

Mis respetos a

a) todos los que cogen el toro por los cuernos y se enfrentan a su realidad, sea lo que fuere lo que esto les depare.

b) una peshmerga muy femenina que se alzó en armas contra todos esos aficionados a tratar a las mujeres como insectos que se resisten tenazmente a ser fumigados.