El ausente

Roman ruins in Bir Kasdali, Algeria

—¿Liki? Oigo el latir de tu corazón.

—Hagas lo que hagas, no te conviertas en un mamut, hijo mío. No te creas todo lo que oyes.

—¿Un mamut?

—Fue la ingenuidad de los mamuts lo que los llevo a extinguirse. Pese a advertir el advenimiento de la tormenta de hielo, permanecieron encapsulados en su convicción de que, si se escondían y permanecían muy quietecitos, les pasarían desapercibidos a las fuerzas de la naturaleza o no, pero estas les perdonarían la vida igualmente. Confiaron en que la tormenta reconocería lo excepcionales que eran, en virtud a cómo se sentían.

—¡Pobres criaturas!

—Puede. Tú, hijo mío, que gozas de una alta capacidad de percepción, tienes que cantarle al mundo lo que ves con esa hermosa voz que tienes.

—Liki, para, siéntate a mi lado. ¡Cuánta energía! No sé de dónde la sacas. Parece que te vas a arrancar por bulerías en cualquier momento. No sé si sabes lo triste que me dejó tu partida.

—¡Hala, sécate esas lágrimas de cocodrilo! Aunque he de decir que tienes un brillo en los ojos que me recuerda vagamente a alguien extrañamente familiar. ¿Quién eres y qué haces aquí interrumpiendo mi descanso?

—¿No sabes quién soy? ¿Acaso te crees el único con derecho a merodear por aquí?

—Siéntate, cálmate y dime: ¿De qué me conoces y cómo es que me suena tanto tu jeta?

La ciudad de Bir Kasdali no me gusta en general. La peña de aquí está siempre como aletargada y son todos unos tramposos. Pero el sitio que más rabia me da es este, sin lugar a duda. Según lo que se publica en Facebook, la gente acude a este camposanto a practicar todo tipo de rituales satánicos. El cementerio se halla flanqueado por pinos y se sitúa junto a un yacimiento arqueológico, cuyas ruinas romanas han quedado prácticamente abandonadas desde que se excavaron. Como no hay letrero alguno, nadie sabe muy bien a qué pertenecen ni cómo encajan en la historia. Se trata, en suma, de un lugar un tanto siniestro y fantasmagórico.

He decidido emprender el camino de vuelta cuando los perros se han puesto a ladrar. El sol ya ha empezado a meterse. Ha sido entonces cuando ha aparecido él, como salido de la nada. Casi me da un jamacuco. Se me ha llegado incluso a escapar un poco de pis del susto. Trato de tranquilizarme para otorgarle un sentido lógico y proseguible a que él esté aquí, en carne y hueso frente a mí. A lo mejor, todo se debe a una feliz coincidencia. No obstante, ¿cómo es posible que no me reconozca? A lo mejor no es él, es lo único que tiene sentido. A lo mejor se trata de un genio, como el de la lámpara. Intento que no se me note lo alterado que estoy.

—Mírame a los ojos y confiesa, ¿eres Liki o un payaso disfrazado de él?

Me arrepiento al instante de haberle instado así a que se sincere. ¿Y si aprovecha para hipnotizarme con la mirada?

—Además, —prosigo fingiendo compostura, en tanto que no me sale simular indiferencia, —¿qué pasa después de que te revele mi identidad?

—¿No decías antes que podías oír el latido de mi corazón? Pues yo también puedo oír el tuyo. ¿No deberíamos tratar de averiguar a qué se debe que hayamos adquirido superpoderes? ¡No sé tú, pero yo estoy estupefacto!

Al final, ninguno de ambos consigue aguantarle la mirada al otro por mucho rato. En vez, rompemos a llorar. No puede ser que este tipo me esté mintiendo a la cara descaradamente. Aún conservo un recuerdo vívido del día en que nos vimos por última vez. Aquel día, se despidió de mí con esa misma mirada. A la sazón, no supe vislumbrar lo que llegaría a significar con el tiempo. Pero desde entonces, la tengo grabada a fuego en la mente. Seguidamente, me estrecha entre sus brazos, como no recuerdo haberle visto hacer nunca antes. Luego, me entrega un ramo de flores y dice:

—Toma estas flores, no dejes que se marchiten y, por el amor de Dios, no te conviertas en un mamut. Cerciórate de que estás en lo cierto en todo momento, para no acabar como ellos.

Me despierto gritando su nombre. Es mi madre la que me ha sacado de la pesadilla sacudiéndome. Me abraza y dice:

—Ya siento que tu padre nos haya abandonado.

 

El autor, Abdeldjabar Deboucha:

Soy el Director Ejecutivo de la revista Idea, un escritor y un activista social. Lucho por aquello en lo que creo, porque la vida está para ser vivida.