La lucha de la calzada

Chemaia

Estaba tomándome algo en la cafetería “La Rosa Roja” cuando me enteré de la noticia: El Peregrino Guevara había besado el suelo tras tropezar con uno de los hoyos de la calle La Marcha Verde. Antes de comenzar a desglosar las implicaciones que tuvo dicho accidente, quisiera poner a mi audiencia en antecedentes de dos historias: la primera gira en torno al nombre de la cafetería y la segunda, en torno al nombre del peregrino.

“La Rosa Roja” es una de las cafeterías más nuevas de la aldea, que es la típica aldea que hasta los años ochenta del siglo pasado no contaba con más de diez habitantes. Su historia se halla estrechamente ligada a la del Peregrino Guevara y a la de su sobrenombre. Ahora es su hijo menor, Omar AlMahdi, el que regenta el local y lleva las cuentas. El mayor, AlMahdi Omar (al Peregrino Guevara le pareció que tenía su aquel poner a sus hijos el mismo primer y segundo nombre, pero invirtiendo, con la segunda criatura, el orden que les había asignado al ir a inscribir a la primera) vive en Europa, en Bélgica, para ser exactos. El Peregrino le tiene asociado un valor especial a su nombre. Le recuerda los tiempos en los que los hombres preferían morir de pie a vivir arrodillados. Cuando fue a inscribir el nacimiento de su hijo Omar AlMahdi en el Registro Civil de la localidad, acabó engrescándose con las autoridades porque no le permitían otorgarle a su hijo el nombre que había elegido para él. Otro tanto ocurrió cuando quiso patentar la idea de su cafetería. Las autoridades se negaban a dejarle que tiñera la rosa que deseaba que diera nombre a su cafetería de rojo. Él, no obstante, decidió pasarse las directrices de los gerifaltes por el forro y fijar a la entrada de su cafetería un rótulo que mostrara el nombre que él había escogido para su negocio, La Rosa Roja, con adjetivo calificativo y todo. Era su forma de largarles un epíteto a las autoridades locales. Las comunidades de vecinos más versadas en temas legales le ayudaron a elevar una queja formal. En respuesta, las autoridades alegaron que no veían la necesidad de que la peña se dedicara a hacer apología de sus ideas políticas en la vía pública. El peregrino entonces se puso farruco y amenazó con forrar las paredes de su cafetería con las caras de Guevara, Lenin, Omar y AlMahdi, entre otros. Su arranque de osadía le valió el apodo de Guevara, que no lo ha abandonado hasta la fecha. Sus ideas para renovar el local eran revolucionarias. En poco tiempo, convirtió el tugurio de poca monta que había adquirido en una cafetería a la última: azulejada, con sillas chulas, mesas chic, una cafetera hipermoderna y una televisión a color. El lavado de cara que le pegó al sitio lo transformó enseguida en uno de los rincones más fashion de todo Chemaia. En el interior, reservó un rincón para la lectura y llenó las paredes de libros y revistas. Además, vedó la entrada a los que gustaban de apostar a las cartas y fumar hierba. Permitió al color rojo campar a sus anchas: cortinas rojas, mesas y sillas rojas, … Su provocación tenía todos los visos de tratarse de una declaración de guerra contra los detractores del pensamiento de izquierdas.

El Peregrino Guevara es un profesor jubilado que en los setenta estuvo vinculado al movimiento de izquierdas. Había sido detenido en cinco ocasiones distintas. Con la edad, se había vuelto un meapilas recalcitrado, renuente a dejar que nada desafiara sus convicciones. No es por tanto de extrañar que, a la vuelta de su peregrinaje a la Meca, los autóctonos comenzaran a cachondearse de él y le adjudicaran aquel mote que reflejaba lo bien que combinaban su dos credos, en Dios Todopoderoso y en el dios Marte.

Del contexto recién dispensado se desprende que la caída del Peregrino Guevara en el hoyo de la calle no fue un incidente cualquiera. Cuando lo despacharon del hospital, todo un batallón de gente, entre amigos y habituales de la cafetería La Rosa Roja, le fue a visitar a su casa. La mayoría eran activistas por la defensa de los derechos civiles y todos se sentían en deuda con el Peregrino Guevara por haberles provisto con su cafetería de un sitio al que poder acudir para reunirse, contrastar sus ideas y planear cómo concitar de forma más efectiva los sentimientos de animadversión de las autoridades, ya de por sí, bastante quemadas.

Finalmente, convinieron entre todos en que lo sensato era que el Peregrino Guevara presentara una demanda contra el ayuntamiento por el peligro que representaba para los habitantes del pueblo que las calles se hallaran en un estado tan sumamente lamentable. Las organizaciones comunitarias se pusieron manos a la obra e hicieron acopio de evidencia. Al poco tiempo, con todo el material que habían recogido, se habían pertrechado de suficiente munición como para aplastar a su rival en las cortes. La noticia corrió como la pólvora. En cuestión de meses, la gente comenzó a seguir su ejemplo a todo lo ancho y largo de la región. Se presentaron decenas de denuncias para obligar a los ayuntamientos y consejos locales a pavimentar las calles y mantenerlas en buen estado. Asimismo, se les instó a que erigieran instalaciones deportivas y otros centros de reunión y recreo al servicio de la ciudadanía.

Dos años más tarde, las cortes fallaron a favor del Peregrino Guevara y fijaron una indemnización, que el ayuntamiento pagó y el Peregrino, en parte, donó a los huérfanos de la localidad y, en parte, invirtió en las organizaciones comunitarias para que estas pudieran continuar prestando su ayuda a quienes la necesitaran y se la merecieran. ¡Dios bendiga a Ibrahim AlMaghrabi, más conocido como el Peregrino Guevara! Su imagen pasó desde entonces a decorar las paredes de todas las sedes de las distintas organizaciones comunitarias. Con los años, la cafetería pasó a tener otro nombre y perdió mucho de su encanto original. Llegó incluso a tener que cerrar sus puertas en varias ocasiones. Sin embargo, eso ya es harina de otro costal.

 

El autor:

Abdul Jalil Laamiri es un ciudadano marroquí nacido en 1962 que enseña lengua árabe a estudiantes de secundaria. Posee un diploma que acredita su conocimiento de la literatura árabe expedido por la Universidad Cadi Ayyad de Marrakech. Completó sus estudios en la Universidad Mohamed V de Rabat. Asimismo, se sacó un título para ejercer de profesor de secundaria en Marrakech. Es un gran defensor del trabajo en equipo, se dedica a investigar en materia educativa y literaria y ha escrito numerosos relatos cortos que han sido publicados en revistas, periódicos y páginas web tanto marroquíes como árabes.

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Los Diarios de Motocicleta documenta como el Che, en un momento dado, se planteó

a) convertirse en un chupacirios.

b) abrir un café rojo para pisar el callo a los carcas de la comunidad.