Inmiscuir a extraños en los desaguisados domésticos no tiene perdón de Dios

Casa azul en el Cairo, Egipto

El sol brillaba anunciando el inicio de un nuevo día. El cenicero estaba a rebosar de colillas. Realizó sus abluciones y se puso a rezar. Cerró los ojos para, aguzando el oído, atender a la voz de la nación musulmana, que lo estrechó entre sus brazos con ternura y le imprimió un beso sobre cada una de sus mejillas antes de marcharse en paz. Ella acababa de bajar las escaleras y le comunicó que salía a hacer unos recados. Algo le hizo seguirla con la mirada para ver si, pasada la puerta principal, giraba a la derecha o a la izquierda. Tarde. De pronto, ni rastro de ella. Él se frotó los ojos y echó un último vistazo en derredor para cerciorarse de que ella se había ido, permitiendo que su ausencia se depositara en su interior. Corrió entonces a deshacer la maleta, que había hecho hacía tan sólo unos días, cuando las cosas se empezaron a poner feas en su pueblo y la única escapatoria viable que se le ocurrió fue la de emigrar al Cairo.

Sólo tenía un ...Leer más

Mi pueblo

Calle de Damieta, ciudad en Egipto

A las diez y media, el sol entolda mi habitación de dorado. Como un vampiro jubilado, estoy a la espera de que anochezca para poder salir. Las calles llaman a pasear. El sol adhiere sus rayos a mi espalda y su calor me envuelve progresivamente. Me roza sin forzarme a cerrar los ojos. Camino sin rumbo fijo, sin molinos de viento en la mollera. Las calles aún están vacías, los niños siguen bien recluidos en el colegio. Podría vagar por ellas per in eternum. En mi pueblo, todo está a un tiro de piedra. Tanto es así, que me planteo engurruñarlo y metérmelo en el bolsillo: la estrecha entrada a la casa de mi abuela; la maqueta del barco de madera en la vitrina; la vitrina que limita con los álbumes de fotos que tocan canciones cuando se abren; mi cafetería favorita, mi antigua residencia, la calle de la iglesia y la calle de mi antigua escuela; los incómodos asientos de la cornisa del Nilo; las muchachas que, al atardecer, nos deleitan con sus eufónicas voces, ...Leer más

Gente

Manshiyat Naser, pueblo de Mokattam, la ciudad de la basura en El Cairo

En la cúspide de las milenarias colinas de Mokattam, detrás de las que se yerguen las colinas de Dawiqa, se atrincheraban nuestras casas, muchas de ellas guarecidas tras un peñasco gigantesco.

Vivíamos en una zona llamada Al Muadaseh, en cuyo seno se vierten la basura y los desperdicios de la gente. Más concretamente, en las granjas de Manshiet Nasser.

Como las campanas de las iglesias que nos convocaban para que acudiéramos a rezar la oración sagrada, el alba nos badajeaba y, durante horas, las cerdas del amanecer tañían su exhortación sobre nuestra piel, que ardía incandescente, pues el desértico muladar asignado a nuestro tan merecido descanso nos forzaba a continuar vagando en sueños. Nos quedábamos varados y encorvados, como el arisco chasquido de una luz que mengua acoquinada por las tinieblas. Desde lo alto de nuestras montañas, nos asomábamos a un mundo que dormía impasible. Nos abatíamos sobre él cuales forajidos nocturnos que garrapiñan residuos. Descendíamos por una senda escabrosa que habíamos ido pavimentando con el hábito de ...Leer más

La estación de Egipto

La estación de Egipto, en El Cairo

La llovizna y el medio disco solar anaranjado beatifican enero, que se asoma desde detrás de las pocas horas que le quedan de vigencia y extiende sus faldas sobre los hombros de la ciudad del Cairo para ungirla, primero, con su calor y, al cabo, con su bendición.

Las pisadas de los peatones, el pitido de los agentes, las voces de los vendedores ambulantes y el silbido de los trenes al arrancar animan el lugar con música alegre, que se manifiesta ora en vítores que reciben al que se hallaba ausente, ora en la melodía que se presta para despedir al que ha de zarpar, que suena como si llovieran pétalos de violetas.

Con su elegante vestido rojo, como una efigie del cumpleaños, una princesa salida, de golpe, de un cuento de hadas, cubre la distancia entre el portón de entrada a la estación y la antigua cafetería con el cartel nuevo, las sillas de plástico y los manteles amarillo chillón en ambos sentidos, yendo y viniendo.

Con mirada y cabellera desmelenada inspecciona los trenes ...Leer más

La isla de Dios

La Isla Sehel o Seheil, localidad nubia cerca de Aswán en Egipto

El primer y el último día son los que se me hacen más cuesta arriba con diferencia. Las angustias previas al encuentro y el duelo de la partida; las expectativas que tan susceptibles son a quedar pisoteadas y la espera a que la nostalgia trate de apuñalarte por la espalda.

He pasado una noche nefasta. Me bajó la presión sanguínea en la medida en que me subió la presión que me ejercían contra el cráneo sentimientos y pensamientos. Me he despertado bien pasada la hora a la que me había habituado a amanecer durante los últimos diez días. Me acicalo frente al espejo más que ningún otro día. Combato mi palidez y mis sentimientos con la misma fórmula cromática.

Me paso el día sin poder concentrarme y con la mente dispersa. Recapitulo lo vivido: el viaje de vuelta con mis muchas y pesadas maletas, cuyo peso y volumen se habían visto duplicados con creces con la cantidad de regalos y artículos varios que ...Leer más

Alessandra

Atardecer sobre el mar en Sharm el-Sheij, Egipto

Me mudé a uno de los enclaves turísticos para encontrar empleo y, de facto, conseguí un trabajo como guarda de seguridad en uno de los hoteles de la ciudad de Sharm el-Sheij. El puesto era para cubrir el turno de noche, lo cual me alegró, porque, ¿qué hay mejor que poder disfrutar de la playa en soledad, con esos turquesas que se difuminan para componer un cuadro de belleza sin igual?

Como el hotel se hallaba emplazado en lo alto de una colina, tenía vistas que daban al mar, que quedaba debajo. Me dije a mí mismo: “¡Qué fabuloso es este trabajo que me ahuyenta el cansancio de delante de los ojos y me permite sobrevolar el mar desde lo más alto como si fuera un pájaro!”

No obstante, siempre permanecía en vilo y avizor de que nada enturbiara la calma de los huéspedes del hotel. Sobre todo, porque, al fin y al cabo, eran extranjeros que habían viajado desde tierras harto remotas hasta aquel lugar para encontrar algo de paz. ...Leer más

El amor a orillas del Nilo

Finalista del concurso literario “Las mil noches y un amanecer”

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Antaño se decía que placer daban tres cosas en este mundo: el agua, la vegetación y una cara bonita. Yo digo que las tres radican en un lugar llamado la Cornisa del Nilo.

Deseaba toparme con ella por la mañana temprano en aquel lugar, que era célebre por ser el punto de encuentro de los enamorados desde que, a través del telescopio que constituían las películas de los años cincuenta del siglo pasado, el mundo desfilaba ante nuestros ojos ataviado en blancos y negros.

Rompiendo con mi rutina, decidí acudir al encuentro caminando, para evitar que la luna del coche me empañara el propósito de agraciarme la vista con su semblante.

Nada más llegar, a las siete de la mañana, la vi acercarse con su vestido dorado y el calor que desprende, que hace caer rendidos a sus pies a los empedernidos románticos.

No hay, pues, espectáculo más hermoso que el quebrar del alba sobre la orilla del Nilo, cuando Eos extiende sus rosados ...Leer más

El traje

Finalista del concurso literario “Las mil noches y un amanecer”

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La Plaza Huseín, las tres de la tarde.

El calor es asfixiante. Eso, o bien son las sales que acumula mi cuerpo, que me hacen sudar hasta en invierno. Mi madre me apremia y yo ensancho mis zancadas con desgana. Contemplo la fachada de la moderna mezquita, la insignia de Dios que la nimba y las sombrillas electrónicas que se abren para proteger a los que acuden a la mezquita para asistir al sermón de los viernes. Una verja de hierro, que se abre y se cierra en caso de necesidad, divide la plaza en dos mitades. En la primera mitad, los vendedores ambulantes despliegan su barata mercancía de origen chino, están los mendigos, las mujeres que tatúan con henna y los campesinos que han recorrido cientos de quilómetros para recibir la bendición de la Casa del Profeta. La segunda mitad, fuera del recinto vallado, acoge a los turistas, los cafés, los restaurantes turísticos y los bazares en los que se venden antigüedades. Uno de ...Leer más

La hija de Abu-l-Hayyay

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Era mi cuarto día en el Sur.

Y la primera vez que visitaba la mezquita de Abu-l-Hayyay, pese a no tratarse de mi primera visita a la ciudad de al-Aqsar. Tras pegarme una vuelta por la mezquita, mi cámara digital hizo ostensible lo que, hasta que no me hube arrellanado en uno de los balcones de la mezquita abiertos al público y, desde aquella altura privilegiada, puesto a contemplar el templo al tiempo que comenzaba a sonar desde el alminar la llamada a la oración de la tarde, no había sido capaz de captar, a saber, el peso que comportaba lo que se desplegaba ante mí. ¡Cómo me deslumbraba aquel lugar! ¡Cómo me inspiraba! Aquello me indujo a enfrascarme en mis pensamientos.

De pronto, la inquisitiva voz de una joven interrumpió el curso de mis cavilaciones sin derrochar saliva en preámbulos:

-¿Estás casada?

Me volví hacia ella y estudié la belleza de su rostro y la larga, holgada y negra túnica que la ataviaba. Como, a raíz de la curiosidad que me suscitaba, ...Leer más

El balcón de ella y el de él

El balcón de ella dista unos metros del de él. En invierno, el sol lo atraviesa y lo expande con calidez y ternura. Al otro lado, el frío se encarama al balcón de él, provocándole escalofríos que lo paralizan. Sus dientes castañetean, el deficiente abrigo que le procura la ropa que lleva puesta no basta para disuadir a su trasero de que huya despavorido y su tan ansiado propósito de conseguir que el encuentro entre ambos cristalice se ve truncado. No obstante, el sol surca el cielo una vez tras otra y las cosas se contagian de su dinámica cambiando de pies a cabeza. Él acaba al amparo del sol que abraza su balcón; ella, desafiada por el frío que azota el suyo, que la muerde sañoso, se escabulle en el interior de su dormitorio. No se separa de la estufa en la esperanza de que esta le devuelva equilibrio y consistencia a su materia, pero no se siente arropada en su abrazo. En vez, le gustaría salir a su encuentro, ella al de él, él al de ella. Justo entonces, no obstante, él ...Leer más

Elige tu propia aventura

La historia reza como sigue: Chico conoce a chica, chico se enamora locamente de chica, chica resulta ser

a) un zorrón.

b) una ciudad.