Nos hallábamos confinados en el patio de la Gran Mezquita. La noche se manifestaba tenebrosa y lúgubre de solemnidad. Nos había encerrado un tuerto abyecto, que parecía salido de una mazmorra del averno. No conocía rival a la hora de ejercer de depravado y de decapitar a gente inocente. Era un nigromante experto que había plantado la corrupción sobre la faz de la tierra. En Levante, había empujado a la mayoría al borde del precipicio. Nosotros, no obstante, no teníamos pensado rendirnos a la primera de cambio. Nos dedicábamos a suplicar al Señor que nos enviara a uno de sus combatientes para que nos liberara y le sacara al tuerto su ojo remanente. Finalmente, un día, vimos descender del cielo en picado a un hombre a lomos de una acémila que parecía un ángel. A unos palmos de distancia del minarete, el caballero ralentizó el trote de su montura posando sus manos sobre las alas del ángel. Seguidamente, se coló en el interior de la mezquita por uno de ...Leer más
Siria
Relatos
El fattoush
Cualquier parecido con la realidad es extremadamente intencionado.
1
Diab me visitó en sueños y me pidió que le hiciera un plato de fattoush. Enseguida llamé a la madre de Sami para que me echara una mano.
2
Las dos mujeres comenzaron a preparar el fattoush para el joven, que había muerto hacía dos meses. Esa misma tarde, la madre de Sami escribió en su muro de Facebook: “A veces pienso en el desgaste emocional que comporta cocinar, cantar y bailar para invitados que nunca llegan a hacer acto de presencia. No sólo no llegan a aparecer, sino que además nos ponen de manifiesto su ausencia. Hoy me he acordado de los rasgos que memoricé en su día de la poesía que versaba sobre la ausencia y la presencia. Después me he volcado en aprestar el fattoush para Diab, al que no tuve el placer de conocer. Sé cómo murió y conozco su cara de haberla visto en dos fotos. Una es la que cuelga de la pared ...Leer más
El héroe de la ciudad
Siempre he querido que me vieran como un héroe, al menos una vez en la vida. Mi ciudad es un hervidero de delincuentes. En una ocasión, vi cómo unos chavales se liaban a puñetazos con un niño escuchimizado porque los había interrumpido mientras jugaban al pasar a su lado. También presencié en otra ocasión una pelea entre adultos. Un señor barrigudo trató de zanjar la refriega separando a los contrincantes antes de que la cosa llegara a mayores, pero, para cuando intervino, los ánimos ya se hallaban demasiado caldeados. Uno descalabró a otro y, antes de que a nadie le diera tiempo a reaccionar, se confundió entre la marabunta de gente que se había congregado en torno al suceso. En cuanto la gente se percató de lo ocurrido, comenzó a vociferar: “¡Horror! ¡Canallas!” No obstante, apenas hubo la sangre comenzado a teñir la acera, los alaridos se trocaron en vítores que ensalzaban al hombre que había intercedido por la concordia: “¡Qué grande eres, oh, tú, nuestro héroe!”
Otra vez, estando en el ...Leer más
Para emplazar los recuerdos
Ganador del segundo premio del concurso literario «Las mil noches y un amanecer»
No sabía que el bus fuera a pasar por delante de la Plaza de los Abasíes. Llevaba dos años intentando evitar dejarme caer por ahí, pero el anciano conductor había decidido hacer caso omiso a la angustia que les pudiera producir a los pasajeros tener que atravesar aquella zona controlada por las filas del Frente.
El bus se acercó al acceso de la plaza que limita con el barrio de Zabaltani y condujo por delante de unos enormes neumáticos arrumbados a un lado del camino. En ese momento, pese a haberme instalado la tensión en estado de alerta, era incapaz de refrenar el aluvión de recuerdos que se agolpaban en mi cabeza. Viramos a la derecha, donde se alza el gran polideportivo bautizado con el nombre de la plaza: Polideportivo Internacional de los Abasíes. Frente a aquel polideportivo, me había pasado yo hacía unos años horas colmadas esperando a que pasara cualquier medio de transporte que me pudiera llevar de vuelta a casa en ...Leer más