Ganador del segundo premio del concurso literario «Dos mil noches y un amanecer»
Corre, descalzo. Sus dos perseguidores le pisan los talones. Vista desde arriba, la ciudad parece de color blanco, pero, a pie de calle, las paredes y las puertas de las casas se revelan azul zafiro. Para darles esquinazo, trata de elegir las callejuelas por las que se mete de forma que su trayectoria parezca lo más aleatoria posible. Al mismo tiempo, no obstante, no puede permitirse olvidarse de por donde tuerce cada vez, pues teme que, de perderse por el laberíntico entramado de las travesías de esta localidad, ni el Altísimo pueda mostrarle la salida.
Lo probable es que los fundadores de esta ciudad también se hubieran hallado huyendo de algo. De lo contrario, no se habrían molestado en construir la ciudad sobre un desfiladero; en vez, la habrían erigido en un valle o a la orilla de un río.
Lo bien que le vendría en estos momentos poseer en la cima de un pico una fortaleza azul inexpugnable donde poder ponerse a refugio.
Llega a la plaza principal, en cuyo seno se yergue un pino imponente. La longitud de sus ramas es casi perfectamente inversamente proporcional a la altura a la que estas se desligan del tronco. La alcazaba roja se alza a su izquierda. Detrás, se encuentra la mezquita mayor. La plaza está a rebosar de gente de lo más variopinta: vendedores, compradores, hombres, mujeres, chilabas a rayas, túnicas blancas, … ¿son uniformes militares aquello que se divisa a lo lejos?
Se da la vuelta. Parece haber conseguido despistar a sus perseguidores. Seguidamente, dirige la mirada hacia los militares, que parecen estar conversando con unos chavales. Su furgón se encuentra aparcado frente al hotel de la plaza. Unos tipos se hallan cargando la parte posterior con cajas. Parecen querer pasar desapercibidos. Visten en harapos y el que no lleva unas sandalias raídas va directamente descalzo. A juzgar por sus cadavéricos semblantes, pasan hambre. Como yo, piensa.
No le hace falta preguntarles cuál es su destino. Su país está, pues, en guerra con España. Circulan diversos rumores acerca de lo que se cuece en el frente y lo que traman los contendientes, pero la versión más extendida sostiene que el pachá al que se conoce como Franco ha cruzado el estrecho hacia España para entrenar a los rebeldes y procurarles formación militar. Hay quienes dicen que se dedica a aplicar lo que ha aprendido luchando contra Abd el-Krim, que tiene fama de ser el rebelde por antonomasia. También ha escuchado que Franco sólo ha confiado en unos pocos para que lo acompañen en su misión de aplastar al enemigo español, en el puñado de valientes marroquíes por cuya lealtad pondría la mano en el fuego. Tiene sentido.
Vuelve a arrojar un vistazo a la calle por la que ha entrado a la plaza. Se le agota el tiempo para tomar una decisión. No se puede permitir que le echen el guante y no sabe cuánto más va a aguantar intentando a carrera tendida que le pierdan la pista con las suelas de los pies como las tiene.
Enristra, pues, el lugar donde se halla aparcado el furgón militar. Cruza la plaza presurosamente y, al llegar a donde está la patrulla, su comandante, que parece rondar la cuarentena, lo saluda. Acto seguido, le indica con un gesto manual que suba al furgón. Antes de comprometerse a nada, nuestro joven fugitivo le pregunta al comandante:
—¿Y yo que gano uniéndome a la comitiva?
—A lo mejor me equivoco, pero he de decir que no tienes pinta de contar con una alternativa mucho mejor. Alistándote por lo menos te garantizas que tus necesidades básicas quedan cubiertas.
—Yo sé buscarme la vida, siempre lo he hecho, y en España no se me ha perdido nada.
—Aparte, recibirías un salario, se te curtiría hasta que te convirtieras en un hombre, se te entregaría un arma y nadie jamás volvería a faltarte el respeto ni a dispensarte un trato peor del que mereces. Aquí, no sólo te las tienes que ingeniar para no acabar en una cuneta, sino que, además, tienes que andarte con ojo para que no te pillen con las manos en la masa. Allí, nadie te va a reprender por que desvalijes al enemigo. Tú saca tajada de la oportunidad de hallarte en tierra hostil y rapiña cuanto puedas: que si un reloj, una muela de oro, algo de calderilla, … Luego, una vez que estés aquí de vuelta, nadie va a ponerse a echar cuentas. Se te dará la bienvenida que corresponde a quien regresa a su país después de servir en el ejército y se te obsequiará con una casita azul preciosa, con espacio para criar niños y montarte una vida cómoda.
De pronto, el comandante pausa su alegato al percatarse de que el joven con el que se halla charlando se ha quedado petrificado al ver entrar en la plaza por la calle que desemboca más cerca de donde se sitúa la fuente que llaman “El Manantial” a dos desconocidos.
—Has de saber que con nosotros estás a salvo —prosigue el comandante—. Además, nada de lo que hubieras hecho en el pasado ni de lo que pudieras hacer durante la guerra importaría. Unirte a nosotros equivaldría a hacer borrón y cuenta nueva. Se te exoneraría de toda culpa y podrías volver a caminar con la cabeza bien alta.
En el rato que el comandante lleva enumerando las ventajas de partir hacia al campo de batalla, al joven le ha dado tiempo a darse cuenta de que el interés que sus dos perseguidores habían mostrado por darle caza hasta hacía un instante ha disminuido drásticamente al verle en compañía de un grupo de militares. Deleitado por su descubrimiento, imprime una sonrisa pícara en su rostro, que se asegura de que sus dos perseguidores adviertan. ¡Cuánto le gustaría que se les quedara grabada a fuego en la mente!
A continuación, coge la mano que le extiende el comandante para ayudarle a subir al furgón y toma asiento entre los que están a punto de convertirse en sus nuevos camaradas. Al poco, el furgón arranca, poniendo rumbo a España.
El autor, Ali Al Tuma:
Recibió su doctorado en Historia de la Universidad de Leiden, sita en Holanda. Ha ganado el concurso literario El Hizjra Literature Prize en la categoría de cuento corto varias veces, así como el premio Sharjah Award for Arab Creativity en la categoría de guiones de libretos y guiones teatrales. Le gustaría escribir una novela histórica, pero aún no se ha puesto a ello.