Enamorado de la costa africana

Le parc archéologique de Tipaza

Yo soy de Tipaza. Me crié y curtí al calor de la sabiduría que distingue a su bienaventurada gente, que, pese a ser de costumbres rudimentarias y talante sencillo (es lo que tiene dedicarse a arar el campo), se puede jactar de ser honrada. Sus restos arqueológicos de época romana y su gran bagaje cultural en términos generales han conferido a la ciudad un nombre a nivel internacional, y ya son muchos los turistas que la visitan todos los años.

Tengo por costumbre invitar cada año a un amigo mío a pasar las vacaciones de verano en mi ciudad conmigo y mi familia. Este año, ha venido a visitarme una persona de fuera de Argelia por la que siento mucho aprecio. Se llama Omar al-Halbi y es un ciclista sirio al que conocí en el Gran Tour de Argelia, durante el que, gracias a la oportunidad que le brindó el circuito de apreciar la belleza de la región, se quedó prendado de mi ciudad. Le invité para que, en esta ocasión, pudiera detenerse a disfrutar de cuanto tiene para ofrecer mi ciudad y pudiera dejarse mimar por la gente local.

Desgraciadamente, sólo pudo quedarse con nosotros un par de semanas, porque anda apurado de tiempo para invertir en nada que no sea competir o entrenar para competir representando a su país en carreras ciclistas de categoría internacional.

El primer día, le llevé de excursión a visitar el mausoleo de la dinastía mauritana, en el que descansan los restos mortales de Cleopatra Selene y el que fuera su esposo, Juba II. El yacimiento arqueológico, sito en la comuna de Sidi Rached, que es una región montañosa, no se encuentra muy lejos de la ciudad de Tipaza. La naturaleza de en derredor es exuberante. Las ruinas se hallan en mitad del bosque y la pureza del aire que se respira en este rincón del mundo alegra los sentidos y despeja la mente que da gusto. Desde allí, se podía atalayar el mar, cuyas aguas cristalinas brillaban de color turquesa cuando los rayos del sol incidían sobre su superficie. La costa de Tipaza es famosa por sus playas, que atraen una cantidad nada desdeñable de turistas todos los años.

Omar se quedó pasmado con las vistas y, como yo le había pedido que me confesara adonde le apetecía ir a continuación, él me señaló la playa que más le llamaba la atención desde las alturas. Sin más dilación, nos subimos al coche y pusimos rumbo hacia la cornisa de Chenoua, que reúne montañas pobladas de árboles y pintorescas playas de arena fina, consiguiendo que cada uno de sus flancos apreste un paisaje en el que los verdes y los amarillos se funden para confeccionar una imagen que no tiene nada que envidiar a las de postal.

Al día siguiente, le llevé a descubrir el casco antiguo de Tipaza, que es de un tamaño considerable. Da al mar directamente y alberga ruinas romanas que permiten aventurar la vida que llevaban nuestros antepasados y la forma que tenían de organizarse entre ellos a pequeña, mediana y gran escala. La belleza de sus santuarios, cuyos suelos están completamente cubiertos de mosaicos espectaculares, nos dejó especialmente patidifusos.

El último día de su estancia, me acordé de que mi hermana me había aleccionado acerca de dejarle marchar sin que hubiera tenido ocasión de catar lo bien que saben los frutos de la región recién caídos del árbol (o de la mata, según el caso). Por ello, le llevé al huerto de un amigo mío. Omar no se había llegado a hacer a la idea de hasta qué punto la tierra de por estos lares es fértil y produce frutos de calidad suprema, por lo que, nada más pegarle un bocado a una pieza de fruta, declaró asombrado:

-Es exagerada la cantidad de cosas que hay para ver y disfrutar en Tipaza. No puede decirse que sea una ciudad cualquiera.

Yo asentí, sabedor de lo maravillosa que es efectivamente mi ciudad, pues no le falta de nada. En el extranjero, se la ensalza por su cultura y su tradición culinaria. Todo el que alguna vez ha oído hablar de mi ciudad se muere de ganas por visitarla y nadie que haya tenido el honor de transitar por sus calles puede decir sin cargo de conciencia que no se haya enamorado perdidamente de ella.

Al final de su estancia, a Omar no le quedó más remedio que regresar a su hogar. Por mi parte, espero poder seguir brindando a quien quiera visitar mi ciudad la oportunidad de hacerlo con un guía que no sólo se la conoce de pe a pa sino que además la ama más allá de lo que dicta la razón.

 

Escrito por Islam Badji.

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Para mi gusto, el Paraíso Terrenal tiene un inconveniente fundamental:

a) no hay mucho que hacer, porque siempre hay demasiado en juego y el cambio ha dejado de poseer atractivo.

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