La millonésima primera entrevista

Library of Alexandria, Alexandria, Egypt

—El día que me echó a la calle, el simpático de mi jefe arguyó para justificar el despido que yo no valía para el periodismo, porque sólo me permitía ver el mundo con buenos ojos.

Se oyeron risas del público, formado fundamentalmente por gente de letras de prestigio que había acudido a la firma de la décima edición de su libro, intitulado “Un Millón”. Él iba repeinado, perfumado y de punta en blanco. Se había preocupado incluso de ponerse una flor en la solapa de la chaqueta para lucir compuesto.

—Llevan tildándome de iluso con más o menos tacto desde que tengo memoria. Creo que se debe a que la gente espera que lo sepa todo, porque enseguida desarrollé la fea costumbre de intentar ponerlo todo en palabras.

Alguien levantó la mano y él le cedió la palabra:

—¿Cómo se le ocurrió la idea para su libro?

Señaló la ventana y, con una sonrisa, contestó:

—Me topé con la Biblioteca de Alejandría.

La gente puso cara de no saber a qué se refería, por lo que añadió:

—Decidí mudarme a Alejandría al poco de que me despidieran. Me sentía vacío por dentro, sin pareja, sin oficio ni beneficio, … En definitiva, sentía que había perdido el rumbo y necesitaba cambiar de aires. Un día, me dejé el móvil en casa y me fui a pegar un paseo por la orilla del mar para despejarme. Me hallaba buscando algo que me ayudara a volver a encontrarle sentido a la vida.

—¿Y fue entonces cuando diste con la Biblioteca de Alejandría? —preguntó alguien, apremiándole a que fuera directo al grano.

—Sí. De pronto, me hallé frente a dos edificios, uno cilíndrico y otro esférico, que parecían haber surgido del mar para desafiar los cielos y simbolizaban lo lejos que hemos llegado los seres humanos gracias a haber sabido valorar el legado de nuestros antepasados. Sobre una pared se hallaban grabadas letras pertenecientes a distintas lenguas, entre otras, también a algunas de las que han quedado extintas. Contemplar aquella obra de arte me llevó a pensar que, para poder estar orgulloso de quien era, no bastaba con que me identificara con una cultura de la que me pudiera sentir orgulloso. Además, debía aportar algo de mí a esa cultura. Debía darles voz a todos aquellos que no disponían de las herramientas necesarias para hacerse oír y que, en otro tiempo, habrían caído en el olvido.

Una periodista le preguntó:

—¿Y qué se te ocurrió? —a lo que él respondió:

—Se me ocurrió realizar un millón de entrevistas a gente de distintos estratos sociales, niveles educativos, oficios, procedencias, creencias, inclinaciones, responsabilidades, sexos, etcétera, acerca de lo que se les pasa por la cabeza, los problemas con los que tienen que lidiar en su día a día, la visión que tienen de futuro, … Quería poder determinar cuáles son los elementos constitutivos de la cultura árabe egipcia. Por lo tanto, emprendí un viaje que acabó durando treinta años, que me llevó a recorrer todo Egipto y a embarcarme en un sinfín de aventuras.

Emitió un largo suspiro antes de continuar.

—Me gustaría que todo el mundo pudiera apreciar Egipto tanto como lo hago yo. Es por eso que he recopilado todas estas entrevistas, para que quede constancia de lo bello que es el país y lo magnífica que es su gente.

La gente estalló en aplausos y comenzó a alinearse para que les firmara sus copias del libro que había escrito. Él miró por la ventana. La luz del sol se reflejaba en las ventanas de la Biblioteca de Alejandría. Se sentía orgulloso de sí mismo por ser quien era.

 

Escrito por Mahmoud Khaled Abdel-Jawad.