La responsabilidad que conlleva un gran poder

Borg Rashid, Markaz Rasheed, El Beheira Governorate, Egypt

A sus pies, les pidió indicaciones y, a su corazón, explicaciones por perseverar cerrilmente en atormentarla. Se dirigía, no necesariamente sin reservas, hacia la playa de Borg Rashid, al lugar donde solían quedar, rodeados por unas rocas sobre cuya superficie habían dejado grabadas sus iniciales, en prueba de su amor eterno. También era desde donde zarpaban hacia Europa los botes de refugiados ilegales. ¿Era posible que lo hubieran elegido como sitio de encuentro por la promesa de futuro que representaba en cierto grado?

El amor que sentían el uno por el otro no había hecho sino incrementar desde el primer día que se conocieron, pero no podían plantearse la conveniencia de arrejuntarse hasta haber adquirido lo que se requiere de quien busca contraer matrimonio en su sociedad, que, en su caso concreto, consistía en la aprobación de los padres de ella. Todo empezó cuando él le dijo:

—No te preocupes, tengo un plan. Me voy a Europa, consigo un trabajo, me quedo allí un par de años reuniendo el dinero necesario para que tus padres vean que puedo proveer para nuestra futura familia, regreso y nos casamos.

Ella se asustó y le pidió que reconsiderara sus opciones.

—¿Vas a jugarte la vida en alta mar por tener a mis padres contentos? No digas ridiculeces.

Él, no obstante, parecía haber tomado la decisión incluso antes de comunicársela y darle la oportunidad de hacer gala del, en apariencia, menos común de los sentidos en tratando de disuadirlo. Según él, no tenía alternativa. Por lo que se gastó todo el dinero que había estado ahorrando para poder casarse con ella en algún momento y lo que le pidió a un amigo suyo para alcanzar la cantidad de lo que valía el pasaje en el viaje hacia Europa en barcaza. Ella acudió a ese mismo lugar para despedirse de él, anegada en llanto. Trató de consolarse pensando que las desgracias sólo les pasan a quienes las merecen. No obstante, la realidad siempre se acaba imponiendo y las malas noticias nunca se hacen esperar. Su barcaza se había hundido en alta mar; no se habían encontrado supervivientes.

Desde que se enteró de la fatídica suerte que había corrido su prometido, había vuelto todos los días a ese mismo lugar para sentarse frente al mar e increparlo. Su corazón se ponía al rojo vivo y, al arrojar invectivas a las olas, le salían llamas por la boca.

—¿Por qué sólo reclamas la vida de los desesperados, y no la de todos esos a los que se ve surcando tu superficie con yates de lujo?

Decidió entonces señalar uno de los yates que se dejaban atisbar en el horizonte y desafiar al mar diciendo:


—¿A que no tienes lo que hay que tener para hundir ese yate?

Lo que ocurrió a continuación, la dejó sin palabras. El mar decidió aceptar el reto y engulló el yate. Alarmada, a la par que sumamente intrigada por sus recién descubiertos superpoderes, señaló otro yate, que, tan sólo segundos más tarde, se había ido a pique. No pudo evitar sentir un placer sádico al verlos naufragar y sumirse en las profundidades del ponto. Sin embargo, como todo lo bueno, aquel delirio también estaba destinado a durar poco. De pronto, pues, comenzaron a proliferar los yates que flotaban sobre las aguas que se extendían ante sus ojos. Antes de que le diera tiempo a procesar lo que se hallaba presenciando, el número de yates había crecido hasta cubrir cabalmente la superficie que, hasta hacía nada, había ocupado el mar. En vez de ante una masa azul salpicada de blanco relumbrón, de repente se hallaba ante un lienzo de un blanco cegador. Le ordenó entonces al mar, confiando en que aún palpitara debajo, que se tragara a todos los yates a una. Los yates debieron de interceptar su mensaje, porque el mar no reaccionó.

 

Escrito por Amr Ibrahim.