Era de noche. Sami se hallaba sentado en el parque de la isla del Nilo que se encuentra frente a la Ópera de Egipto. A su alrededor se erguían rascacielos y flotaban barcos que esmaltaban de azul eléctrico las oscuras y tranquilas aguas del Nilo. De fondo, tronaba la machacante música que despiden los atavoces de los barcos que organizan recorridos por el Nilo para turistas y locales, a los que se apuntan todos aquellos que desean olvidarse durante un rato del suplicio que supone tener que vivir día tras día acoplado a la maquinaria de la realidad que hace emparedados con el libre albedrío del individuo, y que, lamentablemente, no duran más que media hora a lo sumo.
De todas formas, Sami no estaba al chunda chunda. Se había puesto sus cascos para escuchar la música que se había descargado de Internet, ese universo paralelo en el que uno se puede guarecer del régimen totalitario que impone el mundo real, en el que uno puede saltarse sus normas, que le supeditan a uno a la voluntad del resto como entidad monolítica que estipula la música de fondo, la labor que uno ha de desempeñar en el mundo, la temática y el estilo de tanto los libros de texto como los de recreo, … En el mundo virtual, uno no tiene que rendir cuentas a nadie sobre cómo opta por desplazarse y dónde decide aparcar sus posaderas. En definitiva, uno es libre de escuchar la música que le venga en gana.
Sami siempre escogía un lugar especialmente tranquilo y apartado a la orilla del Nilo para relajarse escuchando música y bebiendo té, antes de regresar a la vorágine de su vida cotidiana. Una de las veces en que se hallaba así sentado a la vera del Nilo, ocurrió lo que llevaba media vida esperando que ocurriera.
De pronto, oyó a alguien reírse a sus espaldas. Volvió la vista a atrás y esta se topó con Raquiya, el amor de su vida, su perdición. Durante los últimos años de su vida, no había hecho más que pensar en ella, deseando ardientemente volver a verla. En ese momento, ella reparó en él y su risa cesó. Consagraron el instante siguiente a celebrar el albur que los había llevado a reencontrarse. El tiempo se congeló en aquella mirada recíproca. De súbito, todo lo que habían sufrido desde que sus vidas se bifurcaron, el tiempo que habían pasado anegados en llanto y sin lograr ilusionarse con nada, quedó reducido a un vago recuerdo de una pesadilla lejana. Sami dejó entonces de lado su música, se levantó y caminó hacia ella. Ella, por su parte, dejó a sus amigos y se dirigió hacia él. Se abrazaron mentalmente, sin llegar a tocarse. En sus ojos llameaba una pasión que, de haberse rozado, los hubiera hecho entrar en combustión. En ese momento, los amigos de ella se percataron de que sobraban y, en consecuencia, se retiraron en silencio, para permitirles profesarse su amor a solas. Sami la cogió de la mano y la invitó a sentarse a su lado.
Seguidamente, él declaró:
-Raquiya, te oigo en todas partes, tu voz me acompaña allá adonde vaya.
Al escuchar sus palabras, Raquiya no pudo contener las lágrimas. Estas se debían a la imperiosa necesidad que sentía de evacuar el cóctel de sentimientos que le oprimía el pecho. Con lo mal que lo había pasado, era un alivio encontrarse finalmente junto a él.
Ella le confesó:
-Ojalá te hubiera hecho caso hace años; ojalá no me hubiera empecinado en dejarme guiar por mi sentido práctico a machamartillo. Estaba enfadada con mis padres, con mis hermanos, ¡hasta conmigo misma! Era, que duda cabe, la mayor energúmena que ha parido nadie desde que el mundo es pasto de las furias.
Sami se sirvió de su mano para secarle las lágrimas que le rodaban por las mejillas. Luego, se inclinó y le besó la palma de la mano. Ella sintió cómo la calidez de sus labios impregnaba su delicada piel, la atravesaba, llegaba a fundirse con la sangre que corría por sus venas y, tras remontar la corriente sanguínea, se posaba en sus labios. Sami la miró y le dijo:
-Loado sea Dios, que nos ha vuelto a reunir, Raquiya, justo cuando estaba a punto de perder toda esperanza de volver a verte. No poder estar contigo me estaba matando. Siempre que la pena que sentía por hallarme lejos de ti se volvía insoportable, acudía a este lugar, que era donde solíamos quedar. Aquí venía a tratar de evadirme de la aflicción que me producía imaginarme mi vida sin ti. Aquí recordaba nuestro pasado junto, cada uno de los hermosos momentos que compartimos. Sin embargo, sé que ya no tengo nada que temer. Ahora que el destino nos ha vuelto a juntar, …
Ella le completó la frase:
-Ahora que el destino nos ha vuelto a juntar, amor mío, ya nada podrá separarnos. Recuperaremos el tiempo perdido y haremos realidad nuestros sueños.
Aquella última palabra se quedó reverberando en los oídos de Sami. De pronto, su teléfono móvil comenzó a sonar y se despertó. Constató que todo había sido un sueño, fruto de su prolífica imaginación. Aparentemente, su instinto de auto-preservación había tratado de rescatarlo de morir ahogado en su melancolía trasladándolo a un mundo onírico.
Escrito por Abdullatif Mohammed.