Somnolencia estival

Beni Hammad Fort, Maadid, Algeria

Me encontraba atajando la densa oscuridad en soledad. De tanto ansiar la claridad diurna, me pareció vislumbrar una macilenta luz rutilando en el horizonte. Me esmeré en hacerme a la pestilencia que exudaba el seboso cuerpo de las negrura nocturna, porque, por muy largo y estomagante que se enunciara el viaje, debía alcanzar mi destino. Avancé otro trecho y a mi mente acudieron imágenes de lo que amaba. De pronto, una voz ronca y cavernosa que parecía haber salido de la nada me preguntó por mi amada. Yo respondí pausadamente, intentando disimular mi desconcierto:

-Es agua pasada, o, más bien, agua estancada en el pasado, de esa que mata la fragancia de todas las flores presentes. Pertenece al vergel de las estrellas que siguen brillando pese a haberse extinguido, que nos infunden falsas esperanzas de estar ahí para responder a nuestros deseos cuando hace tiempo que han sido raptadas por el caballero de las tinieblas, ese jinete de aterciopelada armadura que salva distancias siderales para tendernos una emboscada a la vuelta de cada esquina. Un momento, genios, concededme otro momento y acallad mis temores: ¿Es mi amada o acaso soy yo el que se ha quedado congelado en el tiempo? ¡Aún la amo!- declaré a voz en grito.

-Tarde, no conquistaste su corazón y ahora la disfruta otro.

Con el ademán hierático que exige un corazón partido, me adentré en el reino de los hamadíes. Entonces, la voz ronca volvió a interpelarme:

-¡Eh!, alma de cántaro que vives en los mundos de Yupi, todavía no te ha llegado la hora, por lo que afina el instrumento que traes contigo.

De súbito, me percaté de que llevaba un laúd a cuestas. ¿Cómo era posible que se me hubiera pasado por alto? Haber perdido a mi tortolita me había dejado tan atolondrado que no había tenido cabeza ni para fijarme en lo que mis circunstancias se traían entre manos. En ese momento, la voz ronca volvió a hender el silencio reinante:

-¡Eh!, alma de cántaro que vives en los mundos de Yupi, prepárate para seducir a la princesa. Tócale tu canción, la intemporal, esa que aboga por vivir el presente.

De repente, me encuentro a las puertas de la imponente fortaleza, sobre las que con tinta roja y en lengua zulú figura escrito: “¡Muerte a los bardos plañideros!, ¡larga vida al rocanrol!”

Espero, sujetando el laúd árabe.

-Voz, como no me des una respuesta inequívoca a las tropecientas preguntas que me martillean el coco, voy a fracasar rotundamente. Para empezar, no hablo palabra de zulú.

-¿Cómo te has enterado entonces de lo que ponía en la puerta?

-Tampoco sé tañer las cuerdas del laúd.

-¿Cómo entonces es que lo estás tocando en este mismo instante?

-Me niego a entrar en la fortaleza. Podéis hacer conmigo lo que os plazca. Estoy dispuesto a morir si hace falta.

Se me acercó un verdugo vestido de negro que blandía una espada afilada. En respuesta, me sumergí en cavilaciones. Al repasar el rosario de desdichas que me habían acaecido, la rabia me anegó el entendimiento. Recordar su sonrisa, nuestro compromiso y su puñalada trapera no hacía más que espolear mi sed de venganza. No obstante, no debía martirizarme, porque Dios lo veía todo y cuando administraba justicia, era de la buena. Los talismanes tintineaban anunciando el advenimiento de una nueva era en la que los usos y costumbres volverían a ser respetados. La primavera tocó a la puerta con miras a alterar la sangre hasta que entrara en ebullición. Tras años de opresión y tiranía, los ánimos estaban a flor de piel. “¡Lucha, lucha, lucha!”, arengaba la multitud.

Yo sólo deseaba poder librarme del recuerdo de mi amada, pero la providencia parecía reacia a acudir en mi auxilio. Al final, no me había dejado otra opción que la de tomarme la justicia por mi mano. La desidia del cielo me había condenado y, para sobrevivir, hube de transformarme en una fiera salvaje. Ahora me hallo a la espera de que se resuelva mi caso, mientras me pudro en un nauseabundo agujero.

 

Escrito por Abdelkader Kechida.

Elige tu propia aventura

Ni siquiera los escritores de ciencia ficción se atreven a esbozar un futuro en el que

a) la primavera no se celebre.

b) los músicos hayan perdido su capacidad para hechizar a las mujeres.