¿No es cuando cae la noche que se dejan ver los ladrones?

Ain El Kebira, Algerian countryside

Me hallaba doblando ropa cuando, de pronto, vi un trozo de papel entrar volando por la ventana abierta y caer a mis pies. Me agaché, lo recogí del suelo y advertí que contenía una nota que decía:

“Trepa que te trepa, tras el bosque.”

Debajo, figuraba una nota al pie:

“Lucas 9:11”

Me metí en Internet para consultar la Biblia online. El versículo en cuestión rezaba:

“Pero cuando la gente se dio cuenta de esto, le siguió.”

Aquel mensaje me tenía súper intrigada, por lo que decidí ponerme a investigar su significado, empezando por dar con el paradero del lugar al que hacía alusión.

Había quedado con una amiga para el día siguiente. En principio, teníamos previsto pasarnos el día comiéndonos los mocos, pero, a la luz de los recientes acontecimientos, se me ocurrió llamarla para proponerle un plan mejor.

-¡Hola, Tina! ¿Cómo andas?

-¡Hola, Emma! Tengo novedades.

Por un instante, dudé si contárselo. Pero ella enseguida se percató de mi vacilación y me instó a que continuara hablando.

-Me he encontrado un mensaje críptico escrito en un trozo de papel amarillento. ¿Te acuerdas del extranjero aquel? Creo que es quien me lo ha hecho llegar. Tenemos que ponernos a husmear por ahí.

Para mis sorpresa, celebró mi proposición con entusiasmo.

-¡Mañana mismo nos ponemos manos a la obra! Mejor por la mañana, que de noche siempre llueve.

-¡Pero estamos en Ramadán! Como no te inventes algo para justificar que tengas que ausentarte, no creo que te vayan a dejar salir de casa.

-Diré que tengo cita con el dentista.

A las ocho de la mañana me pasé por su casa para recogerla y juntas nos pusimos en camino, a andar a la deriva, guiadas tan sólo por la luz con la que las esperanzas que habíamos puesto en que nuestra feliz ocurrencia diera los frutos apetecidos esclarecía nuestro cometido. Emma fue la primera en abrir la boca:

-Veamos, -dijo -a continuación, hemos de enfrentarnos a nuestro primer reto: Por aquí no hay viviendas de esas que se presten a alojar a extranjeros entrados en edad, por lo que, ateniéndonos a la ruta que nos marca el trozo de papel en estado decadente y el panorama que se extiende ante nuestros ojos, los edificios con los que contamos como puntos de referencia son una escuela de primaria, un hotel y, Dios no quiera que vaya a ser allí donde demos con los huesos del extranjero en el caso de autos, un hospital. Yo voto por que enristremos el hotel, teniendo en cuenta que, por el momento, todo lo que sabemos de él con absoluta certeza es que es extranjero.

Emma había dado en el clavo sugiriendo que aprovecháramos para salir por la mañana. Fuera no había ni un alma. Poder cerciorarme de que nadie nos veía adentrarnos en la frondosidad del bosque me allanó el terreno a la hora de emprender nuestra expedición. Tras andar un trecho por la naturaleza en estado salvaje, nos topamos con un recinto tapiado. Pero esto no nos acobardó, porque llevábamos un kit para todo tipo de emergencias y la tapia se hallaba en unas condiciones que dejaban qué desear. Al rato, habíamos trepado por la tapia y nos encontrábamos al otro lado. Dentro de aquel recinto, se erguía un inmueble imponente. Probamos a entrar, pero tenía las puertas cerradas con candado. Nos pusimos a inspeccionar la zona y, de repente, oímos a alguien susurrar:

-¡Vaya!, pero si parece que son dos señoritas que se han presentado al guateque sin invitación.

Nos quedamos clavadas in situ y la sangre se nos heló en las venas. De por entre el follaje, se asomó de pronto un rostro.

-¡Buenos días! -exclamó con un buen humor que no presagiaba nada bueno -Menos mal que habéis aparecido, estaba por precipitarme al vacío desde la copa de un árbol de aburrimiento. Decidme, ¿qué os ha llevado hasta este rincón del mundo dejado de la mano de Dios?

Seguidamente, dimos cuenta y razón de nuestra misión. Luis, pues así dio en llamarse el incauto, se ofreció a forzar las cerraduras de las puertas de la entrada principal para abrirnos paso. Nos alegro corroborar que habíamos tomado la decisión correcta al permitirle que se sumara a nuestro equipo al ver que estaba hecho todo un manitas.

-Esperad un momento, creo tener algo que puede sernos de utilidad. ¡Una lima de uñas! Si es que los bolsos de mujer son como cofres del tesoro. ¡Tened! -nos exhortó Emma al tiempo que nos extendía una lima de uñas.

-¿No tendrías por un casual nada más manejable? -pregunté yo a continuación.

-¿Cómo qué?

-Yo tengo un corta uñas -manifesté yo y me puse a escarbar en mi propio bolso.

En ese instante, Luis profirió levantando una cuartilla que llevaba algo escrito:

-Fijaos en lo que me acabo de encontrar.

El mensaje rezaba:

“Reparad en vuestro entorno.”

Le arrebaté a Luis la cuartilla de las manos, saqué el trozo de papel que, a la sazón, había aterrizado en el suelo de mi habitación y que yo, muy atinadamente, todo sea dicho, había optado por traerme conmigo a la excursión, los comparé y colegí que procedían del mismo puño y letra.

-Creo que vamos progresando. Esto significa que al menos estamos donde debemos estar. Voy a pegarme un voltio por aquí para ver si consigo acotar la búsqueda otro poco.

Decidimos pues separarnos para ser más eficaces peinando el terreno. Emma se fue a escalar a los árboles, que era lo que se le daba bien; Luis desapareció del mapa (o eso fue al menos lo que yo me figuré que tenía en mente hacer, porque no dio indicaciones de adonde se dirigía); y yo me volqué en inspeccionar los pedruscos que constituían la tapia que cercaba el recinto (que, a mi entender, era una actividad menos arriesgada que la de ponerse a trepar a los árboles).

Seguimos buscando hasta que dieron las diez de la noche, hora a la que nos planteamos darnos por vencidos. De repente, un chillido en clave de canto de victoria me enderezó la espina dorsal. Provenía de las regias cuerdas vocales de Luis, que se erguía en lo alto de la tapia a unos tres metros de distancia. La tapia estaba resquebrajada y, del interior de una gran hendidura, Luis extrajo algo que al principio confundí con un baúl pero que, en cuanto se puso a manipularlo, identifiqué correctamente como un libro. No tardé, no obstante, en ver la decepción que retrataba su semblante. Volteó unas cuantas páginas con desgana y me lo lanzó.

Durante los siguientes días, me di al reconocimiento de nuestro botín, que se había convertido en mi tesoro. Era un libro de relatos de aventuras antiguo. Era abrir sus páginas y dejarse transportar a otros mundos. No obstante, en uno de esos lapsos de tiempo en los que aún estaba con los pies en la tierra, me escamó que el libro, pese a rebosar sabiduría, pesara lo que pesaba. Sin pensármelo dos veces, le arranqué las tapas, las descuajeringué y, … no se pueden hacer ustedes una idea de lo que me encontré. Ni más ni menos que … ¡un lingote de oro!

 

Escrito por Sara Elagag.

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