Recorres la alameda. El aroma del entorno te lava la memoria. La luz de un día despejado baña las montañas y el agua brinca por los despeñaderos recitando una letanía lírica. Del desierto, una brisa tropical acude a azotar la superficie terráquea. Convoca al espíritu de la nostalgia. La nevada que cayó ayer ha silenciado al mundo. Los almendros han comenzado a florecer.
Tablat ofrece una calurosa bienvenida a los recién allegados, que se parecen a las aves migratorias en tanto que no se dejan arredrar por las distancias a cubrir para establecer su domicilio temporal en un sitio o en otro y que se rigen por las estaciones a la hora de elegir hacia donde emprender rumbo.
Te rocías perfume sobre la ropa. A una cita quieres ir oliendo bien. Tratas de refrenar tus pasiones. No quieres que se te note que ella te pone nervioso. En el guión, pone que estáis hechos el uno para el otro. En el soportal que da a tu casa despuntan rosas, delicadas, como tu corazón. Al salir de casa, cierras la puerta con cuidado de no pegar un portazo para no asustarlas. Con ademán decidido, te pones en marcha. “La ciudad debería tenerlo más fácil que yo y, si yo me atrevo, …”, te dices para tus adentros. Extender las alas y volar, sin miedo, perseguir los sueños, adueñarse de la vida. Con este encuentro, esperas recobrar tu vitalidad. Estar lejos de ella te tenía con el ánimo por los suelos.
A gachas casi, avanzo hacia donde tengo apoltronados a mis mayores de mentes bien amuebladas para presentarles mis respetos. Ellos saben dar razón de todos mis pesares antes incluso de que a las palabras les dé tiempo a agruparse en mi sesera. Clavado in situ, les lanzo una mirada desposeída y mis venas comienzan a latir a todo fuelle. En resumidas cuentas, dice mi mirada, la noche la pasé ausente, la cita era al alba, yo, que soy una tipa tirando a retraída, acudí con el rabo entre las piernas y, por la mañana, el cielo se había encapotado.
Mis piernas proyectan una sombra trémula que se estira hacia donde se hallan ellos, esperándome. Me empiezan a dar arcadas. De pronto, echo para afuera el discurso que tenía preparado, de una pieza. Mis miedos y mi titubeo de pardillo se han evaporado.
“Queridos amigos, no se debe carraspear muy a menudo cuando uno lleva una relación a distancia ni dejar que el corazón se distienda demasiado, pero todos convendréis conmigo en que vivir de poner excusas es mucho más detestable. Conciudadanos míos, ¿no os parece que nuestra ciudad está más bella con cada día que pasa? Parece una niña prepúber colorada y de piel aterciopelada. La luz matutina se refleja en sus pupilas al tiempo que un hermoso arcoiris despide a la tormenta en el horizonte.”
Un amigo de un amigo me tiene dicho que la nostalgia se hereda, como las armaduras y las esquinas que doblamos. Las lágrimas amenazan con arañarme las córneas, anudarme la voz, hacerme trastabillar.
“¿Por qué se nos ha impuesto guardar las distancias? No obstante, todas las noches te acuestas agradecido por el pacto que has sellado con el pasado. ¿A qué esperabas, lejos, desperdiciando tus mejores años? Ni que a la sombra de la palmera que crece en el extranjero se estuviera más a cubierto que en casa. No obstante, ya estoy aquí de vuelta, para que no se haga tan larga la espera. ¿No se había quedado la tierra a cargo de consolarla por mi partida? Nada más llegar, me cae una bronca del copón que estropea el ambiente, que yo me había prefigurado que se prestaría a que nos susurráramos nuestros deseos más recónditos al oído. ¿No se supone que debemos encontrar el equilibrio sobre el Monte Judi? ¿No debemos, amigo mío, alimentar nuestras esperanzas? ¿Acaso no hemos de hacer de Tablat una ciudad jovial? Porque algo se muere en el alma, cuando un amigo se va.”
Mientras espero al bus, me pongo a pensar en lo que ha dicho. Siento que me pesa el corazón y que me cuesta respirar. Bebimos, comimos, fue una celebración en condiciones, pero yo me podía oler que no volveríamos a vernos.
¿Está mi aprensión justificada? El viaje de regreso se me hizo extremadamente pesado. Amigo mío, me voy para no volver. Pero no descarto pasarme a recogeros para salir de parranda una última vez. Las distancias, es lo que tienen, a veces se evidencian inabarcables. ¿Aguantará nuestra amistad? El tiempo dirá.
Escrito por Redha Bouraba.