Salvo por las huellas que habían dejado plasmadas en la arena las ruedas del bus que le había traído hasta allí, hasta donde alcanzaba la vista, no había nada que dejara aventurar el progreso que la humanidad había acometido en los últimos siglos. Frente a él, se extendía una hilera de cabañas de madera con techos de hoja de palmera que daban directamente al mar. Al acercarse a una de ellas, pudo comprobar que los troncos se hallaban en un estado de putrefacción tal que hacía sorprendente que la estructura no se hubiera venido abajo hacía tiempo. Llamó a la puerta, esperó y, como no obtenía respuesta y la intriga por averiguar la función que cumplían aquellos habitáculos tan cochambrosos lo estaba matando, decidió colarse en el interior por una ventana que encontró entornada, a saber, poco más o menos que extendiéndole una invitación a que perpetrara allanamiento de morada. Dentro, le alivió descubrir que su infracción iba a pasar desapercibida, pues el espacio se hallaba hecho un asco y el mobiliario, ...Leer más
Autor: Rita Tapia Oregui
Naturaleza aviesa
Mantengo mi condición en secreto. Los únicos que saben que no me siento atraído por el sexo opuesto son los médicos que me han tratado. No fue hasta la adolescencia que empecé a darme cuenta de que no era como el resto de los hombres a mi alrededor. Lo primero que hice fue comprarme y estudiarme media estantería de libros de psicología para averiguar qué debía hacer para reparar mi virilidad. No obstante, aquello no surtió el efecto deseado y, para cuando por fin me percaté de que necesitaba ayuda profesional y pedí cita en la consulta de un médico, me dijeron que llegaba demasiado tarde y que lo mío ya no tenía remedio.
Hoy cumplo medio siglo, pero no tengo pensado celebrarlo. La última vez que recuerdo haber festejado mi cumpleaños fue hace ya quince años, cuando Hala vino a traerme una caja de dulces decorada con flores de manzano de la pastelería de la esquina, que resulta ser de las más famosas de la ciudad. Yo es que vivo cerca del casco antiguo, en el barrio de ...Leer más
La carpa verde
Ponerse a hojear el libro de texto que se había encontrado tirado sobre las escaleras de un colegio abandonado con el que se había topado dando un paseo por el barrio le hizo recordar que fue feliz en otro tiempo. De pronto, se deslizó de su interior una rosa prensada que cayó al suelo lentamente y con un movimiento pendular, teniendo a gala infinita gracilidad, casi como si estuviera presentándose al casting de una película muda.
El colegio aquel había resultado ser una mina de oro en lo que atañía a contener papelotes que lo indujeran a uno a retroceder en el tiempo. Se había encontrado, pues, con un anuncio de una excursión escolar, la redacción de un estudiante, el logo del equipo de fútbol del colegio y una lista con los resultados de unas elecciones a portavoz de clase.
De vuelta en casa, se había metido un chute de café antes de volcarse en inspeccionar sus tesoros para despertar recuerdos de otrora, aunque sabía que no le ...Leer más
El nieto de los Anunnaki
Un día, un forastero llegó a nuestra ciudad sagrada subido a un bólido y ataviado como un dandi. Nada más instalarse en sus inmediaciones, se empezó a correr la voz de que se dedicaba a comprar antiguallas. Por lo visto, no le hacía ascos a nada que tuviera por lo menos un par de siglos de antigüedad, ya fueran estatuillas de piedra, como tablillas pintadas, vasijas de cerámica o joyas varias. Pagaba en dólares americanos.
A los pocos días de su llegada, no había en todo el pueblo quien no se hubiera puesto pala y azada en mano a desvalijar las tumbas de sus antepasados. Nadie parecía tener reparo alguno en arrancarles a los cadáveres sus vestimentas y despojar a los huesos de cuanto pudiera aportarles identidad y entereza. Los cuatro billetes sueltos que esperaban recibir a cambio de profanar el lugar de reposo de sus progenitores parecían justificar su flagrante vandalismo con creces.
Lo cierto es que a mí también me pudo la codicia en un primer momento y, muy a mi pesar, no supe resistirme a la tentación del dinero ...Leer más
Un amor sin perspectivas de prosperar
Suad miraba por la ventana inmersa en un piélago de cavilaciones del que ni la música que tenía puesta en el tocata a mil bombas lograba sacarla. Se enroscaba mechones de su melena azabache en el dedo de una mano al tiempo que se pasaba la otra por la cara con ademán pensativo. Se había puesto a rememorar viejos tiempos. En un momento dado, uno de esos recuerdos le demudó el rostro y le encendió las mejillas, que adoptaron un color tostado tornasolado.
Los calurosos vientos que comenzaban a soplar por aquella época del año en la ciudad costera de Adén le trajeron el olor a alheña negra que despedía el tarro sobre la mesa de madera de la habitación, el cual le hizo volver la mirada hacia dentro. El interior de la habitación se hallaba lleno hasta los topes de los paquetes que el prometido de su hermana, con el que se casaba al día siguiente, le había estado enviando desde los Emiratos durante los últimos meses de regalos de boda, y eso que aquellos eran sólo los que a su hermana ya no ...Leer más
La oración matutina
Son tantos y tan intrépidos los hijos de Alejandría que a la ciudad le faltan ojos y brazos para mantenerlos a todos a salvo. Estamos al albur de lo que decida hacer con nosotros y a lo mejor nos propondríamos tomar las riendas de nuestro devenir si no fuera porque enseguida nos duelen los pies y no hay como una madre que le lleve a uno a cuchus y le sepa meter en vereda.
La empresa para la que trabajo invita todos los veranos a sus empleados y a sus familias a un viaje de una semana con todos los gastos cubiertos. El destino se elige por mayoría y la empresa se encarga de organizar el transporte y reservar el alojamiento a todo el que se quiera apuntar. Un año tocó Alejandría. En mala hora, nos pareció aquella idea poco menos que apoteósica.
Nos subimos a los buses con ilusión y ganas de descubrir la ciudad cuya historia se halla jalonada por hitos para la humanidad. Estábamos todos como una moto, de los críos ni qué ...Leer más
Alambres intestinos
Se fue la luz y la bóveda celeste cerró el chiringuito. Reinaba un murmullo ahogado y sostenido. La gente se había congregado en torno a las llamas titilantes de unas velas agrupadas sobre el suelo. La gelidez de una noche sin luna nos clavaba los colmillos. Los fantasmas que habitaban entre nosotros nos recitaban el silbido de las balas al oído. La madre del bebé que hasta hacía un instante había estado llorando desconsoladamente logró pacificarlo llevándoselo al pecho y el niño se puso a mamar con voracidad lo que esperaba que le saturara por dentro y le anegara la angustia que sentía y a la que aún no podía adjudicar término.
La oscuridad hizo que nos comenzaran a pesar los párpados. Algunos lograron conciliar el sueño, pero al resto nos latía demasiado rápido el corazón y la mente nos bombardeaba con imágenes de esas que encienden las pasiones. Recuperé mi vieja radio de bolsillo del fondo de un cajón. Estaba que se caía a cachos, pero esperaba que me aguantara por lo menos hasta el amanecer, porque ...Leer más
Si yo te contara
—Cuéntame, ¿cómo es tu ciudad, la gente, la chicas, en definitiva, la competencia?
Yo quería contestarle, pero no me salían las palabras. En vez, me llevé su mano a los labios y le planté un beso en el dorso. Estábamos sentados en un banco de madera, rodeados de velas y frente al Tesoro de Petra. Me quedé mirándola, estaba preciosa.
—Ya veo que eres un lanzado de esos que no gastan saliva más que en lo estrictamente necesario. Espero que eso incluya por lo menos una alusión a la luna y las estrellas.
Sonrió y se atusó la melena. Me había dado cuenta de que llevaba toda la tarde intentando evitar que me percatara de que llevaba un audífono, pero yo no me atrevía a decirle que no se preocupara, que no me parecía que le quedara mal, porque no quería avergonzarla.
—Toma, —me dijo tendiéndome un lápiz de ojos negro que se había puesto a buscar en el interior de su bolso de cuero momentos antes —ya que no eres muy dicharachero y parece que le ...Leer más
Las reliquias que acaparan espacio mental
Este es el sitio al que vengo a enterrar mis pesares y dejar volar mi imaginación. Me viene bien andar, me ayuda a despejarme, y el ejercicio nunca está de más. Va a llover, se nota en la consistencia que presenta la arena del suelo. A mi derecha, hay un grupo de columnas blancas, numeradas y de diferentes alturas que se hallan dispuestas en círculo en torno a una estatua, que también posee un número y que descansa sobre una base cuadrada. La estatua es de dos figuras con himationes fundiéndose en un abrazo que da pena de lo lánguido que resulta. Sobre la plataforma en la que se encuentran situados los pedruscos en cuestión crecen plantas perennes de apenas un par de centímetros de longitud y un verde obscuro.
Prosigo la marcha. De pronto, me siento observado. No veo salvo ojos por todas partes. Me doy la vuelta para asegurarme de que las estatuas se contentan con arrojarme miradas acechantes y continúo andando. Paso de largo lo que, a primera ...Leer más
Ecos de nostalgia
Tengo por costumbre salir a dar un paseo a diario y, cada vez que paso por Izbat Al Milh, que está al lado de mi pueblo, Meniet El Morshed, no puedo evitar que me dé una punzada.
Las ruinas de lo que antes constituía la morada de Mohamed Attiyeh marcan la entrada a la localidad. Su historia corresponde a la de los últimos cincuenta años de esta aldea.
De la antigua tienda y la sombrilla que solía haber en el porche no quedan salvo piedras y leños desperdigados. La gente de la zona no sólo acudía a la tienda para abastecerse de lo que llevarse al boca, sino también para cobijarse del sol en verano y del frío en invierno. A Mohamed le gustaba sentarse con la gente que se reunía en el porche. Vestía una túnica blanca que, pese a que se dedicaba a trajinar con alimentos, no parecía ensuciársele nunca. También solía llevar una taqiyah confeccionada a partir de la misma tela.
Siempre se le veía con una sonrisa puesta, con ...Leer más