Era de noche. Sami se hallaba sentado en el parque de la isla del Nilo que se encuentra frente a la Ópera de Egipto. A su alrededor se erguían rascacielos y flotaban barcos que esmaltaban de azul eléctrico las oscuras y tranquilas aguas del Nilo. De fondo, tronaba la machacante música que despiden los atavoces de los barcos que organizan recorridos por el Nilo para turistas y locales, a los que se apuntan todos aquellos que desean olvidarse durante un rato del suplicio que supone tener que vivir día tras día acoplado a la maquinaria de la realidad que hace emparedados con el libre albedrío del individuo, y que, lamentablemente, no duran más que media hora a lo sumo.
De todas formas, Sami no estaba al chunda chunda. Se había puesto sus cascos para escuchar la música que se había descargado de Internet, ese universo paralelo en el que uno se puede guarecer del régimen totalitario que impone el mundo real, en el que uno puede saltarse sus normas, ...Leer más