Las aguas refulgen cristalinas. En el Sur de Irak, más concretamente, en las Marismas de Hawizeh, juncos y nenúfares taracean la superficie del agua sobre la que flotan guirnaldas de rosas, allí donde el cóctel de verdes se reclina contra los espigados muros que elevan cañas y demás vegetación acuática. Sobre las gigantescas lagunas se asientan viviendas a las que las cañas con las que han sido edificadas confieren una tonalidad áurea. Aquí es donde habitan los descendientes de los sumerios, de los que se cuenta que cruzaron las mágicas puertas esmeralda ¡por las que el fragor y el clamor de este mundo desaparecen y pasan a ser cosa del pasado! Conforman este jardín del Edén 11500 quilómetros de terreno que las lluvias inundan durante gran parte del año y veinte quilómetros cuadrados que el agua cubre ¡de forma permanente! El paraje recibe el nombre de las Ciudades del Agua y aquí es donde mora nuestra heroína, del linaje de los al-Sawae’id, conocidos ...Leer más
Relatos
La sombra de una mujer
El invierno arremete contra el mundo, que se arrebuja en sus zamarras. Vierte el frío sobre los montículos rurales, la tierra que rezuma el agradable aroma de la arcilla, el sudor de su gente. En el valle, una vez aireados los trapos sucios de las humildes casas de adobe, poco queda que mantener bajo llave de puertas adentro. La gente mastica los secretos ricos en fibra que, con la miseria que hornea su pan de cada día como caldo de cultivo, acaban por inyectar el caos en el tejido de su ajetreado trajín cotidiano. Cerca, el río se contorsiona con una corriente preñada de enigmas que engarzan ambas orillas, realidad y fantasía. En el delta, germina la ingenuidad de aquellos que creen poder permitirse soñar. A la sombra de un pórtico desportillado, la nostalgia se bifurca en convulsos arroyos púrpura. El durmiente continua soñando largamente hasta despertar, al cabo, a las puertas de un escándalo.
Encandilado con el falso esplendor de la civilización, regresó de su estancia en el extranjero ...Leer más
Gente
En la cúspide de las milenarias colinas de Mokattam, detrás de las que se yerguen las colinas de Dawiqa, se atrincheraban nuestras casas, muchas de ellas guarecidas tras un peñasco gigantesco.
Vivíamos en una zona llamada Al Muadaseh, en cuyo seno se vierten la basura y los desperdicios de la gente. Más concretamente, en las granjas de Manshiet Nasser.
Como las campanas de las iglesias que nos convocaban para que acudiéramos a rezar la oración sagrada, el alba nos badajeaba y, durante horas, las cerdas del amanecer tañían su exhortación sobre nuestra piel, que ardía incandescente, pues el desértico muladar asignado a nuestro tan merecido descanso nos forzaba a continuar vagando en sueños. Nos quedábamos varados y encorvados, como el arisco chasquido de una luz que mengua acoquinada por las tinieblas. Desde lo alto de nuestras montañas, nos asomábamos a un mundo que dormía impasible. Nos abatíamos sobre él cuales forajidos nocturnos que garrapiñan residuos. Descendíamos por una senda escabrosa que habíamos ido pavimentando con el hábito de discurrir ...Leer más
Blida, mi ciudad: la puerta de entrada a mi patria
A Wasim no le iba a resultar fácil dar con la cuna de su historia, en la que radicaba la casa de sus abuelos, dado que apenas sabía nada de su lugar de origen. No obstante, conocer a Samir le hizo albergar esperanzas de llegar a lograrlo. Wasim rondaba los veinte, mientras que Samir tenía treinta años largos de talle.
Antiguamente, Blida era un ciudad conocida por las rosas que proliferaban en cada una de sus esquinas, por lo que Samir no tuvo más que mandar a Wasim que preguntara a los perfumistas por el lugar de procedencia de sus mejores rosas. Su periplo en pos de las flores y las rosas de las que se extrae la fragancia más exquisita había partido de las calles de París y le había llevado a dar con un perfumista que le propuso que se quedara a trabajar para él durante un mes, fines de semana incluidos, a cambio de que, al finalizar dicho periodo de tiempo, el perfumista le transportara a la ciudad de sus antepasados. Él ...Leer más
Te pregunté, amor mío
Sentada con su portátil en una cafetería recoleta, escuchaba la canción de Fairuz que dice: “Te pregunté, amor mío, ¿a dónde vamos? Déjanos, déjanos, y así se nos escaparon los años.” De vez en cuando, revisaba su correo electrónico. En la tele estaban echando un programa sobre la guerra de Israel contra el Líbano del 2006, lo que la llevó a acordarse de Yakhour, el hermano de su amiga libanesa Reema, aquel joven del Sur del Líbano. Su amiga y ella se veían con cierta frecuencia, por lo que, en una ocasión, acabó entablando conversación con él. Al poco tiempo, ya charlaban a diario, o, más bien, cada rato, a intervalos que sólo merecían ser calculados en minutos. Trabaron una relación basada en la confianza que enseguida le hizo quedarse prendada de todos sus huesos. Llegaron incluso a contemplar la posibilidad de irse a vivir juntos y quedarse afincados allí. Anhelaban poder gozar juntos de momentos hermosos. No obstante, el asedio exacerbó las tensiones entre los países enfrentados ...Leer más
No pienso regresar, que os vaya bonito
Hoy el frío campa a sus anchas por las calles de Tánger. Ya no siento las extremidades. Duermo sobre una estera a la intemperie y es probable que muera en cuestión de horas. Padezco insomnio, pero no del tipo que atormenta a los ricos cuando no consiguen cerrar un trato importante, han perdido algo de pasta o les han dejado las churris y deciden estrangularse. De todas formas, a mí los ricos me la soplan. Si no se enderezan y cumplen con todas las de la ley, pues ya acabarán en el infierno.
Ayer, el frío se cargó a mi amigo y hermano en la avenida Al Arabi. Dormíamos juntos en un mismo lecho compuesto de papel de periódico y cartones, y nos cubríamos con una manta que no daba para aplacar la furia del frescor polar que se abate sobre las calles tangerinas porque era vieja y estaba raída.
De noche, tanto la sociedad como el estado nos abandonan a nuestra suerte, a que adoquinemos las calles con nuestros cuerpos. ¡Todo un gesto de ...Leer más
El náufrago respira
Se detuvo a contemplar el rifle de él, que colgaba de la pared de los recuerdos. Despertaba su pasado, que le abría las puertas de par en par. Fue cruzar el umbral y salir en desbandada tras las palomas. El movimiento de las nubes cogía vuelo en el cielo de mediodía. Tropezó al oír de repente un disparo pasar rasándola. Su silbido le recordó el bramido de las bahías encalladas en su fuero interno y le hizo temblar. Sabía que la bala del cazador siempre daba en el blanco, como si la hubiera abatido a ella, en vez de a esa paloma que se ahogaba en su sangre. De repente, sintió una mano posarse sobre su hombro. Se giró, pero no vio a nadie. Respiró hondamente y suspiró por la tubería de su corazón. Se trataba de su fantasma, el de él, que la redimía del calvario de recordar. Se incorporó y su mano arrancó la cancela de la cueva, que ...Leer más
La estación de Egipto
La llovizna y el medio disco solar anaranjado beatifican enero, que se asoma desde detrás de las pocas horas que le quedan de vigencia y extiende sus faldas sobre los hombros de la ciudad del Cairo para ungirla, primero, con su calor y, al cabo, con su bendición.
Las pisadas de los peatones, el pitido de los agentes, las voces de los vendedores ambulantes y el silbido de los trenes al arrancar animan el lugar con música alegre, que se manifiesta ora en vítores que reciben al que se hallaba ausente, ora en la melodía que se presta para despedir al que ha de zarpar, que suena como si llovieran pétalos de violetas.
Con su elegante vestido rojo, como una efigie del cumpleaños, una princesa salida, de golpe, de un cuento de hadas, cubre la distancia entre el portón de entrada a la estación y la antigua cafetería con el cartel nuevo, las sillas de plástico y los manteles amarillo chillón en ambos sentidos, yendo y viniendo.
Con mirada y cabellera desmelenada inspecciona los trenes ...Leer más
La isla de Dios
El primer y el último día son los que se me hacen más cuesta arriba con diferencia. Las angustias previas al encuentro y el duelo de la partida; las expectativas que tan susceptibles son a quedar pisoteadas y la espera a que la nostalgia trate de apuñalarte por la espalda.
He pasado una noche nefasta. Me bajó la presión sanguínea en la medida en que me subió la presión que me ejercían contra el cráneo sentimientos y pensamientos. Me he despertado bien pasada la hora a la que me había habituado a amanecer durante los últimos diez días. Me acicalo frente al espejo más que ningún otro día. Combato mi palidez y mis sentimientos con la misma fórmula cromática.
Me paso el día sin poder concentrarme y con la mente dispersa. Recapitulo lo vivido: el viaje de vuelta con mis muchas y pesadas maletas, cuyo peso y volumen se habían visto duplicados con creces con la cantidad de regalos y artículos varios que ...Leer más
La almohada
¿Qué significa eso una noche sorda? Un paseo rápido por una tierra lapidada bajo un cielo justiciero contribuyó a que le asaltara un ansia desmedida por meter los cajones hasta el fondo y recostarse. Ya tan sólo quedaba acometer la espera, una senda iluminada día y noche, de verano a invierno, que auspicia la contemplación, el sentir y el ejercitarse en todo momento.
Dime: A la hora de trepar, ¿quién da un duro por los otros? Para cuando regresó a su guarida, el atardecer ya había permeado todos los horizontes. Empujó la puerta oxidada a un lado, profiriendo un gruñido similar a los que se dan en ámbitos de cohabitación animal. Se adentró en la habitación con pies de plomo, como si alguien le estuviera forzando a obrar en contra de su voluntad. Mientras tanteaba el camino en busca de su rincón favorito, tratando a un tiempo de apartar las telarañas que invadían su rostro, una voz extraña lo llamó de forma repentina: “Apagad la luz”. Esgrimió un silencio agudo a ...Leer más