No pienso regresar, que os vaya bonito

Calle de Tánger, en el norte de Marruecos

Hoy el frío campa a sus anchas por las calles de Tánger. Ya no siento las extremidades. Duermo sobre una estera a la intemperie y es probable que muera en cuestión de horas. Padezco insomnio, pero no del tipo que atormenta a los ricos cuando no consiguen cerrar un trato importante, han perdido algo de pasta o les han dejado las churris y deciden estrangularse. De todas formas, a mí los ricos me la soplan. Si no se enderezan y cumplen con todas las de la ley, pues ya acabarán en el infierno.

Ayer, el frío se cargó a mi amigo y hermano en la avenida Al Arabi. Dormíamos juntos en un mismo lecho compuesto de papel de periódico y cartones, y nos cubríamos con una manta que no daba para aplacar la furia del frescor polar que se abate sobre las calles tangerinas porque era vieja y estaba raída.

De noche, tanto la sociedad como el estado nos abandonan a nuestra suerte, a que adoquinemos las calles con nuestros cuerpos. ¡Todo un gesto de generosidad por su parte! No obstante, en cuanto comienza a hacerse de día y brilla el sol, ese sol de cuyo calor tan necesitados nos hallamos, nos tiran los cartones, nos apalean y nos pegan patadas para que nos levantemos y nos escondamos. Ventajas de una gran nación, ¡a todas luces! Nosotros reflejamos la cara fea de esa nación que tanto los turistas como los responsables prefieren ver pintarrajeada. ¿Acaso no conoce límites su hipocresía? En ramadán pasa exactamente lo mismo. Las autoridades salen a patrullar las calles para meter en la trena a los que rompen el ayuno, pero no van en busca de los que se mueren de hambre el resto del año para alimentarlos. ¿Hasta cuándo habremos de apencar con esta política de doble moral que es indiferente al sufrimiento humano y no mide a todos por el mismo rasero?

Soy un sin techo y puede que esta noche sea la última que pase en este mundo. Dicen que hay vida tras la muerte, pero yo os pregunto: “¿También veis posible una vida antes de morir?” Yo personalmente no la veo a diario. El propósito de mi vida se resume a encontrar restos de comida en los contenedores de basura. Soy un mendigo hasta los tuétanos. Yo no elegí esta vida, me la encontré dada, pues no tengo ni nombre ni familia. Miento, cuento con una familia ancestral, una cuya estirpe se remonta al origen de los tiempos. Mi familia es la calle y todo aquel con quien comparto mi día a día es mi hermano en la indigencia.

“Desbarras.”

Al escuchar la frase, me vuelvo, pero es bastante gratuito, porque la voz parece proceder de mi interior. De pronto, dejo de sentir los latidos de mi corazón. A lo mejor ya estoy muerto y no hay razón para seguir enrollándome como una persiana. Ya os podéis hacer a la idea de lo que viene a continuación. Mañana me encontrará un madero y pedirá una carroza fúnebre. ¡Ay, Dios mío! Será la primera vez que me suba a un coche. Eso está de lujo, valga la redundancia. A lo mejor, a partir de mañana, estreno vida nueva montándome en un coche fúnebre. Mañana empieza mi vida después de la muerte. Y no pienso regresar, que os vaya bonito.

 

Escrito por Ibrahim El Yaichi.

Elige tu propia aventura

En este mundo, el que parte y reparte se queda con la mejor parte, y la ecuanimidad no tiene vela en el entierro. Pero, como este mundo posa para ser retratado por una lengua que ha sido diseñada por los humanos en aras de proveerse colectivamente de un medio para vendarse los ojos ante la insoportable levedad de su ser e imparte estructura al galimatías que se denomina realidad, no es de extrañar que

a) la vida después de la muerte vaya a ser todo coser y cantar.

b) los obscenamente ricos vayan a palmarla todos de sobredosis.