Ponerse a hojear el libro de texto que se había encontrado tirado sobre las escaleras de un colegio abandonado con el que se había topado dando un paseo por el barrio le hizo recordar que fue feliz en otro tiempo. De pronto, se deslizó de su interior una rosa prensada que cayó al suelo lentamente y con un movimiento pendular, teniendo a gala infinita gracilidad, casi como si estuviera presentándose al casting de una película muda.
El colegio aquel había resultado ser una mina de oro en lo que atañía a contener papelotes que lo indujeran a uno a retroceder en el tiempo. Se había encontrado, pues, con un anuncio de una excursión escolar, la redacción de un estudiante, el logo del equipo de fútbol del colegio y una lista con los resultados de unas elecciones a portavoz de clase.
De vuelta en casa, se había metido un chute de café antes de volcarse en inspeccionar sus tesoros para despertar recuerdos de otrora, aunque sabía que no le convenía abusar de ese bebistrajo que lo alentaba a quedarse anclado al pasado.
Aquello era todo lo que recordaba de lo que le había llevado a hallarse sentado una vez más sobre aquel banco verde situado bajo una carpa verde, donde a la sazón acostumbraba a pasar el rato con su colega de la infancia. Era un verde de una tonalidad poco esperanzadora, pero, a cambio, nada estridente. Le inquietaba no recordar cómo había llegado hasta allí, por lo que se levantó para ir a comprarse un café en la tienda de la esquina y así poder disipar la nebulosa que lo cegaba.
Nada más adquirir su café, volvió a tomar asiento en uno de los bancos. Le pegó un sorbo. Despedía un aroma embriagador. Aún lo servían en vasos de cartón. Como en los viejos tiempos, pensó. Echaba de menos a su amigo.
De pronto, recordó haberse metido en el bolsillo de la chaqueta la rosa del libro que había encontrado en el colegio abandonado. La sacó y la colocó junto a él, en el lugar donde solía sentarse su novia de aquel entonces. El roce de sus pétalos le hizo rememorar lo que sintió la primera vez que le acarició a ella la mano. ¡Qué tiempos aquellos en los que parecía factible que algún día acabaran comiéndose el mundo!
Alzó la vista al cielo, encarando al sol de frente, menos desafiante que en sus años mozos, pero, por lo menos, percatándose, ahora sí, de la carpa verde que mediaba entre ambos.
Escrito por Muhammad Mahmoud Suleiman Mahmoud.