El amor a orillas del Nilo

Finalista del concurso literario “Las mil noches y un amanecer”

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Antaño se decía que placer daban tres cosas en este mundo: el agua, la vegetación y una cara bonita. Yo digo que las tres radican en un lugar llamado la Cornisa del Nilo.

Deseaba toparme con ella por la mañana temprano en aquel lugar, que era célebre por ser el punto de encuentro de los enamorados desde que, a través del telescopio que constituían las películas de los años cincuenta del siglo pasado, el mundo desfilaba ante nuestros ojos ataviado en blancos y negros.

Rompiendo con mi rutina, decidí acudir al encuentro caminando, para evitar que la luna del coche me empañara el propósito de agraciarme la vista con su semblante.

Nada más llegar, a las siete de la mañana, la vi acercarse con su vestido dorado y el calor que desprende, que hace caer rendidos a sus pies a los empedernidos románticos.

No hay, pues, espectáculo más hermoso que el quebrar del alba sobre la orilla del Nilo, cuando Eos extiende sus rosados dedos para desparramar sobre el azul del Nilo las perlas que le confieren a este su esplendor, acariciando las hojas que caen a ambos lados de los sauces en ese cuadro singular que da fe de la gloria de Dios.

Paseé al lado de la barandilla de la Cornisa. Enfrente, se podía apreciar la Torre del Cairo, que saluda al sol con arrogancia en medio de un grupo de portentosos edificios que pertenecen a millonarios y la sede del Club Al-Ahly, baluarte del deporte y hogar de los logros.

Notaba la garganta apergaminada y ansíe saciar la sed con una taza de té.

Me propuse, por ende, conseguirlo de uno de los vendedores instalados junto a la barandilla de la Cornisa, mientras disfrutaba observando el desplazamiento de los carruajes tirados por caballos, un vestigio del apogeo de la industria audiovisual en Egipto.

Volví la vista hacia atrás en hora punta y vi que, a mis espaldas, la calle hervía en tráfico, con toda una flota de coches y monstruosos autocares. Me apresuré a mirar nuevamente al frente y me sumergí en la calma y la suntuosidad del Nilo.

Abstraído en la contemplación de este fascinante decorado, divisé las embarcaciones del Nilo, los también denominados “autobuses fluviales”, y recordé aquella ocasión en que mi padre, que Dios lo tenga en su gloria, nos acompañó a degustar la panorámica que brinda el mundo y las sonrisas que arranca a la gente el abrazo de las arterias de la vida.

Con el ocaso, vi al sol despedirse del cielo de la ciudad y meterse por detrás de la Torre. Con la aparición de la luna, las luces de las embarcaciones se encendieron para dar comienzo a las celebraciones.

Mis ojos refulgían con esos colores brillantes que adornan desde botes pequeños hasta grandes navíos. Las luces danzan al son de melodías festivas a bordo de este tipo de embarcaciones y transbordadores marcados con la inscripción “Con la bendición de Dios”.

Llegué al Puente Qasr al-Nil y sentí la altivez de los leones apostados a la cabeza y la paciencia de aquellos pescadores que se congregan en fila junto al muro del puente a la espera de que piquen los peces.

Por la tarde, me sentía un tanto apático, por lo que descendí la escalinata de la Cornisa a fin de que alguno de los vendedores me ofreciera como muestra de hospitalidad un hummus al-sham y así poder deleitarme con las vistas sobre el Nilo, que seguía fluyendo a mis pies.

Miré a mi derecha, pues había unos novios que avanzaban hacia un autobús del Nilo escoltados por sus familias, que clamaban de alborozo y repartían rosas y felicitaciones. En ese momento, me percaté de que tanto aquel novio tan apuesto, con su elegante traje, como aquella novia tan bella, con su vestido blanco como la luna, deseaban que el Nilo presenciara el comienzo de su vida juntos.

De pronto, sin haber caído previamente en la cuenta, me cercioré de que el tiempo había pasado volando y de que el día había llegado a su fin.

Me sentía algo cansado, necesitaba que un coche me dejara en casa.

¿Cómo? Era la una de la madrugada …

La calle estaba vacía …

No tendría más remedio que volver andando.

Ojalá viviera a orillas del Nilo.

 

El autor:

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Mahmoud Khaled Abd al-Jawad se licenció magna cum laude de la Facultad de Periodismo y Medios de Comunicación de la Unversidad de El Cairo. Lo que más valora en este mundo son su religión, su familia y su amor por la lengua árabe. Defiende la importancia de tener éxito en la vida y destaca por saber pensar y creer de forma original.

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Amor,

a) esa toxina etérea en la que Cupido, ese alcornoque de la mitología de los del kebab, baña la punta de la flecha que nos dispara cada vez nos volvemos a hallar en presencia de la de los dedos rosados a la orilla del río que ha lavado las heridas de algunas de las primeras civilizaciones humanas.

b) lo que la peña hace para sentirse como fulminada por un rayo.