La tapia de los mártires

Martyrs' Wall, Batha, Irak

“Apuntaló un muro que amenazaba derrumbarse” Alcorán, azora 18, aleya 77.

Cinco años llevo pasando por delante de la misma pared. Se encuentra, pues, en mi ruta de casa al trabajo. Primero paso por delante de una estación de bombeo de agua que se haya cercada por una verja de hierro. Todas las mañanas, me detengo a saludar al guarda que se halla apostado a la entrada, mirando a todo el mundo con recelo. Luego, paso por delante del herrero y del maderero. Seguidamente, atravieso el barrizal que linda con el parque de la ciudad y que siempre me deja los zapatos hechos un asco. Continúo sin desviarme hasta llegar al taller de coches. Justo al lado, se encuentra la tapia que, en su momento, era de color blanco, pero que ahora presenta una tonalidad tirando más bien a caqui por la de fotos de mártires uniformados que se hallan pegadas a su superficie. La mayoría luce una sonrisa formidable y eso que posan armados hasta los dientes. A ellos también los saludo, no quisiera que nadie creyera que no reconozco su valía.

Cada vez que paso por delante de la tapia de los mártires, veo que presume de una imagen nueva. Se ve que la gente está muy dispuesta a inmolarse por sus ideales, aunque lo de inmolarse es un decir, porque los métodos para alcanzar el cielo varían de mártir a mártir.

Bajo las fotos, suelen aparecer un par de líneas que hacen referencia al nombre del héroe, el lugar en el que se sacrificó por la causa, la fecha y, a veces, también, la forma específica que eligió para llevar a cabo lo que le merecería ser proclamado mártir. En según qué casos, narran toda la historia de lo que le acaeció al mártir, desde que fue capturado por los enemigos hasta que su cuerpo recibió sepultura. Además, los epitafios no suelen escatimar en detalles truculentos.

Las imágenes suelen mostrar chicos jóvenes y gallardos que tienen a todas las chicas de por aquí suspirando y lamentándose por las esquinas de que todos los garañones de buen ver tengan, a su vez, convicciones que los hagan durar tan poco en el más acá.

Abu Karar, mi amigo de la infancia, también está en la tapia. Tenía previsto pegarse un tiro antes de dejarse capturar con vida, o eso es lo que me contaba a mí siempre, pero se ve que los sucesos luego nunca se desencadenan como uno se lo imagina. Teniendo en cuenta lo que lo torturaron los del otro bando antes de colgarlo de un puente, seguro que, en sus últimos momentos de vida, se arrepintió de no haberse atenido a su plan original. Creo que luego alguien se encargó de vengar su muerte. Algo es algo.

Esta es una tapia del pueblo para el pueblo. No obstante, para mí que cada una de las imágenes que la adornan es todo un poema, que puede jactarse de recibir la misma adoración que los que solíamos colgar de la Kaaba en época preislámica.

El complejo amenazaba con derrumbarse, pero nosotros nos hemos asegurado de que se mantenga en pie, aún y a costa de que eso suponga quedar reducidos a ser historia.

 

Escrito por Yosef Hadday.