¡Albricias!

Mosque in Alexandria, Egypt

Lo que siento sólo cabe describirse como dicha plena. Mañana empieza el mes de Ramadán y la noche avanza a buen ritmo. Me quedo mirando los barcos de vapor que circulan por el canal Mahmudiya, cuyas aguas brillan a la luz de la luna. A Ali Al-Samra se le ha encomendado la misión sagrada de ir de casa en casa para anunciar el comienzo de las festividades a todo el pueblo. Yo me uno a la comitiva de mocosos que le sigue en zaga. Nos esforzamos por no mezclar los nombres a la hora de desearles felices fiestas a los cabezas de familia y por hacerlo, no sólo a coro, sino también al son del tambor que Ali aprovecha para tocar en esta ocasión tan señalada todos los años. No se puede decir que la coordinación y la armonía constituyan nuestro fuerte, pero, por lo menos, nos divertimos.

Una vez que hemos acabado de hacer la ronda, nos juntamos delante de la mezquita y, mientras esperamos a que llegue el abuelo, nos ponemos a jugar con el agua que sale del grifo que hay instalado fuera. Para evitar que nos caiga una bronca, nos quitamos la ropa de fiesta antes de ponernos a salpicarnos y dejarla chorreando.

Al abuelo nadie le llama por su nombre de pila, a pesar de que nadie ose olvidarlo. Mi padre dice que, con la de adversidades que ha sobrevivido, no le extrañaría que acabara enterrándonos a todos, y eso que el paso del tiempo ya ha comenzado a pasarle factura. Siempre ha sido de complexión más bien enjuta, pero ahora se le ve escuchimizado. Suele ir encorvado y servirse de un bastón para andar, pero en Ramadán, prescinde de él, según él, porque, durante estas fechas, se siente rejuvenecer.

Abre la mezquita nada más llegar y nos ordena que nos quitemos los zapatos y los dejemos a la entrada antes de penetrar el espacio interior. Toca zafarrancho de combate. Armados de cubo y escoba, nos ponemos manos a la obra para dejar la mezquita reluciente para la misa de inauguración de las festividades que se celebra al amanecer. Al acabar, nos adentramos en el jardín que se encuentra en la parte posterior del edificio, que, actualmente, usamos fundamentalmente para almacenar el instrumental de limpieza, y cortamos un par de rosas para decorar el interior de la mezquita. Antes de dar su labor por terminada, el abuelo se saca un frasco de esencia de almizcle del bolsillo de la camisa y rocía la estancia con él.

Todavía queda más de una hora para el rayar del alba, por lo que el abuelo nos sugiere que nos echemos a dormir sobre las esteras de esparto con las que hemos tapizado el suelo de la mezquita. Sin embargo, nos hallamos demasiado exaltados como para poder conciliar el sueño, por lo que nos ponemos a lanzar piedras a las copas de las palmeras que crecen frente a la mezquita en un intento de hacer que caigan los dátiles que portan. Los más intrépidos de nosotros tratan de trepar por el tronco para arrancarlos directamente con las manos. Seguidamente, los lavamos y se los llevamos al abuelo, que nos agradece la ofrenda y nos propone que los repartamos en cuencos para ofrecérselos a los fieles que vengan a misa.

Para cuando finalmente llega el almuédano, el jeque Abdel Muhsin, estamos que se nos caen los párpados. Nos saluda y entra en la mezquita, donde el abuelo se encuentra echando una cabezadita, reclinado contra una pared, y roncando como un hipopótamo bebé. Al oírle entrar, se despierta. Ambos se abrazan calurosamente y se desean felices fiestas. Mientras el almuédano sube a lo alto del minarete, nosotros aprovechamos para realizar nuestras abluciones. La misa está a punto de dar comienzo. Los hombres no tardan en aparecer, todos luciendo sus mejores galas y una sonrisa de oreja a oreja. Las mujeres no acuden a la mezquita; en vez, van al cementerio para adecentar las tumbas y rezar por las almas de los difuntos. El jeque les advierte que no procede que visiten el cementerio, pero ellas hacen oídos sordos.

La mezquita está a rebosar. Al acabar la misa, la gente se vuelve a sus casas a desayunar en familia. Después, los niños pedimos permiso para salir a jugar. Nuestro pasatiempo favorito consiste en tirar petardos y subirnos a los columpios de la feria que se monta en nuestro pueblo por estas fechas.

Para cuando queremos darnos cuenta, vuelve a sonar la llamada a la oración. Toca volver a ir a rezar a la mezquita.

 

Escrito por Mounir Otaiba.