En una noche de luna llena, aunque especialmente tenebrosa, se reunieron los brujos más poderosos del mundo en un lugar secreto del fondo del valle que se conoce como Wadi el Kuf. No era una noche cualquiera; era la noche en que, en virtud de lo que estipulaban sus códigos de conducta diabólica, los brujos confiaban en que se abrirían las puertas del infierno. Supuestamente, esto ocurría sólo una vez cada mil años, por lo que se trataba de una ocasión muy especial. Sus fuentes no precisaban la fecha exacta en que este acontecimiento se suponía que había de ocurrir, pero todo indicaba que aquella era la noche en cuestión, pues la gente había perdido toda noción del bien y el mal, y se había acabado plegando a la voluntad de la mayoría y conformando con la realidad tal cual se presentaba ante ellos.
Los brujos bendijeron la tierra a sus pies y, seguidamente, se pusieron a recitar sus encantamientos. A continuación, les tocaba a los tres brujos de más alto rango convencer a Lucifer de que les dejara entrar en el infierno.
El budista fue el primero en hablar:
—Nos hemos cargado a todos los musulmanes, hemos devorado a sus hijos y hemos silenciado a todo el que ha osado desafiarnos. ¿Acaso no merecemos tu aprobación?
Después, tomó la palabra el judío:
—Hemos oprimido y atentado contra el pueblo palestino, hemos ocupado la mezquita de Al-Aqsa y hemos logrado persuadir al mundo entero de la rectitud de nuestras acciones. ¿Acaso no merecemos tu visto bueno?
Finalmente, le llegó el turno a uno de los discípulos de ISIS, quien imploró a Satanás diciendo:
—Hemos diseñado un método para que los musulmanes se maten entre sí. Hoy, en Libia, sin ir más lejos, hemos logrado que vecinos y amigos de toda la vida se degüellen unos a otros. ¡Danos acceso al averno, somos de los tuyos!
Esperaron un rato a que al demonio le diera tiempo a procesar su mensaje y reaccionara, pero, al ver que no ocurría nada, decidieron tirar por el puente que se extiende sobre Wadi el Kuf al policía que habían secuestrado para tener qué ofrecer a Belcebú en calidad de ofrenda ritual, en aras de hacerle entrar en razón. Ahmed, el brujo que lo había secuestrado, se le acercó y le preguntó con sorna evidente:
—¿Qué? ¿Un último deseo? —a lo que el policía, que se llamaba Wannous, contestó con una sonrisa:
—Pues ya que has tenido la gentileza de preguntar, te confieso que me gustaría poder devolverle a la niña a la que estaba llevando al hospital en mi coche justo antes de que me secuestrarais la muñeca que se dejó en el asiento trasero. Se la veía muy apegada a ella.
Ahmed recordaba haber visto la muñeca y haber conjeturado que debía de pertenecer a la hija de Wannous. Pegó un resoplido y dijo, al tiempo que sacudía la cabeza:
—¿Y qué hacías tú llevando a una niña al hospital? ¿Es que ahora te dedicas a hacer de taxista?
Wannous repuso con una sonrisa:
—Llevan un tiempo sin pagarnos nuestro salario en el cuerpo de policía, así que sí, trabajo de taxista para poder llegar a fin de mes.
—¿Y cómo es que diste con la niña esta?
—Conozco al hombre que la acompañaba y que me paró para pedirme ayuda. Se trata de su tío. La niña se llama Oración y es hija de una mujer que ha sido recientemente abandonada por su marido. Viven en un cuchitril, dentro de un edificio medio en ruinas, en el barrio de Shabna. Las he estado ayudando últimamente porque las pobres están con el agua al cuello y yo sé que son buena gente.
Al oír el nombre de la niña y los detalles de su historia, Ahmed advirtió de pronto que se trataba de su propia hija. Había abandonado a su madre cuando, tres meses atrás, se había convencido a sí mismo de que no podía seguir haciéndose cargo de ellas y había decidido que se las iban a poder arreglar mejor por su cuenta. Sobrecogido por aquel descubrimiento, dejó caer el revólver que había estado apuntando a la cara de Wannous y decidió, en vez, tomar el camino de la salvación, pues tenía entendido que nunca es demasiado tarde. Justo entonces, comenzó a sonar la llamada a la oración y una piedra se precipitó al vacío.
El discípulo de ISIS aprovechó entonces para constatar:
—¡Me cachis, no ha servido de nada maldecir al género humano! A la primera de cambio, bate una mariposa sus alas y se va todo al garete. Será mejor que nos larguemos de aquí antes de que nos pillen conspirando.
Los brujos siguieron su consejo y abandonaron Wadi el Kuf, que continuará constituyendo una incógnita por los siglos de los siglos.
Escrito por Hend Abdallah Omar.