¿Y ese ruido? Suena como si alguien se hubiera dejado un grifo abierto, pero yo sé que eso no es posible, porque soy el único que se encuentra en el edificio y acabo de recorrérmelo de cabo a rabo para asegurarme de ello. Aguzo el oído para determinar su lugar de procedencia. Parece venir de la sala de autopsias. No obstante, juraría haberla dejado cerrada con llave. Vuelvo a ella. En efecto, se hallaba cerrada con llave. Entro. Resulta que sí que hay un grifo abierto. Lo cierro. Inspecciono los rincones donde alguien pudiera haberse escondido. Nada. Sólo somos yo y el joven que yace con el cráneo atravesado por una bala sobre la mesa de autopsia. Se ha debido de ver envuelto en un tiroteo.
A la mayoría, la morgue le da yuyu, pero no al tito Mahmud, que sólo le teme al Altísimo y no a ofender a los espíritus.
La morgue es un buen sitio para trabajar de noche. Es bastante tranquilo. La del Cairo posee dos puertas, una que da a la calle principal, que es por la que entran y salen los médicos, y otra que da a un callejón poco transitado, que es por donde se despachan los cadáveres. Esta última solía ser de color blanco, pero de eso parece que ha una eternidad a juzgar por el aspecto que presenta ahora.
Por dentro, la morgue se divide en dos espacios. El de las cámaras refrigeradas donde se conservan los fiambres hasta que se decida lo que se hace con ellos y el de los ataúdes, que también es adonde acuden los empleados de la morgue a prepararse un té cuando necesitan entrar en calor, de ese cuya expansión parece restringirse a la zona en cuestión y del que no se sabe si emana del calefactor o de los amuletos que cuelgan por todas las paredes para mantener a los espíritus alejados.
A estas alturas, he oído todo tipo de historias acerca de lo sobrenatural. El imán de la mezquita que visito, por ejemplo, insiste en que, en una ocasión, fue atacado por un muerto al que estaba lavando los pies. No obstante, yo, que soy un hombre tradicional de cincuenta tacos bien cumplidos nacido en una zona rural del Alto Egipto, no me creo que nada de lo que dice la gente sea cierto, pues sé que el miedo puede inducir alucinaciones. No, señor, el tito Mahmud sabe perfectamente que lo sobrenatural desafía las leyes de la razón y de la fe, pues no tiene sentido que Dios permita que los muertos nos acosen a los vivos. Por eso me dedico a lo que me dedico, porque soy el único que se atreve a pasar la noche entre los difuntos.
Sin embargo, ¿cómo es posible que me haya encontrado el grifo abierto? ¿Quién ha sido?
Escrito por Ahmed Ali Ahmed Swelam.