Seguía siendo el mismo, a pesar de que la pintura amarilla de sus paredes se hubiera desconchado y oscurecido. Bastante había aguantado en pie con todo lo que había llovido a lo largo de los años.
Erguido frente al colegio, me puse a recordar. Me acordaba como si hubiera ocurrido el día anterior de cuando de niño pedí ser transferido de vuelta a ese colegio. Se armó un revuelo del quince. El mundo se puso en mi contra. Hasta al gobierno, al que casi nunca se le daba vela en nuestros entierros, se le dejaba meter baza. Por lo visto, había sido expedida una ordenanza que establecía que los niños debían acudir a los colegios que hubiera en la vecindad de sus domicilios. Nos habíamos mudado hacía un año a las afueras y, por ende, a mí me tocaba cambiarme de colegio.
Pese a que el colegio nuevo se hallaba a un tiro de piedra de casa, en la plaza central del pueblecito en el que vivíamos, que se hallaba poblada de palmeras y árboles de todo tipo, el interior del colegio se revelaba desolador. Ni árboles, ni flores, ni pajarillos, ...Leer más