Finalista del concurso literario “Dos mil noches y un amanecer”
Los lugares nos habitan. Se instalan en nuestro fuero interno y, sobre ellos, imprimimos nuestros recuerdos. Constituyen el lienzo sobre el que se proyecta la peli de nuestras vidas. Y cuando los abandonamos, nuestro fuero interno se resiente, porque intuye que, para cuando regresemos a ellos pasado el tiempo, serán los recuerdos de otros los que los galopen.
Miro hacia el patio y me digo a mí mismo que menos mal que los abuelos lograron marcharse antes de que estallara la guerra. Todo está cubierto de escombros. El patio se ha vuelto gris ceniciento, hasta el césped, un gris oscuro que tiende a negro sobre los muros que quedan en pie. De pronto, vislumbro lo que queda de la pintada que uno de mis amigos de la juventud plasmó sobre uno de aquellos muros que encuadraban el patio y se me cae el alma a los pies. Estaba dedicada a la hija del vecino, por la que estaba colado, y rezaba:
«Si amarte es un crimen, será mejor ...Leer más