Todo ocurrió en menos que canta un gallo. Había salvado el pellejo por el medio metro que había cubierto en su descenso a la playa y que en el momento culmen mediaba entre él y el lugar en que la apoteosis había hecho acto de presencia. Las víctimas se contaban en decenas, los ataúdes del cortejo fúnebre desfilaban uno tras otro por toda la ciudad, y la asistencia sanitaria se hallaba colapsada. Para no faltar al honor de ser considerada una ciudad árabe que se precie de serlo, Skikda no escatimó en recursos para proveer de fastuosidad, pompa y circunstancia a la celebración que acompañó la inauguración del nuevo cementerio comunal. Rodeada de tiendas de ultramarinos, la mezquita del barrio observaba el espectáculo de luces y sonidos desde la acera de enfrente con estoicismo espartano.
La calle Mourad Didouche, que, por mucho que le pesara, pasaría a la historia con el apodo que le dieron los franceses, “Les R4”, amaneció como de costumbre con la llamada a la oración del rayar ...Leer más