Oh, Jonás, tú que sobreviviste a ser regurgitado por una ballena, ¡perdona mis ofensas! Me apresuré, sabía que llegaba tarde a mi cita con el cadalso. Conté las horas que me quedaban de vida. Me puse a reflexionar sobre tu historia y, de pronto, capté el sentido de tu odisea. Me avergonzaba de mis actos. Me entró la risa y reí hasta que se me saltaron las lágrimas. Puse mis esperanzas de futuro en manos ajenas y ahora ya sólo me queda rogar a Dios que se apiade de mi alma y la acoja en su vientre. Bregué con las manecillas del reloj para que moderaran su marcha. Me había hecho la loca año tras año, hasta que no me quedó más remedio que consentir. Ya fuera hábil como festivo, de noche como de día, tú te plegabas a su voluntad. Te educaste creyendo fervientemente en los milagros, hasta que la realidad se te impuso. Ay, hijo, ¿cuándo volveremos a vernos? No te olvides de tu madre y de Jesucristo, el fruto del seno de la ...Leer más
Relatos
La lucha de la calzada
Estaba tomándome algo en la cafetería “La Rosa Roja” cuando me enteré de la noticia: El Peregrino Guevara había besado el suelo tras tropezar con uno de los hoyos de la calle La Marcha Verde. Antes de comenzar a desglosar las implicaciones que tuvo dicho accidente, quisiera poner a mi audiencia en antecedentes de dos historias: la primera gira en torno al nombre de la cafetería y la segunda, en torno al nombre del peregrino.
“La Rosa Roja” es una de las cafeterías más nuevas de la aldea, que es la típica aldea que hasta los años ochenta del siglo pasado no contaba con más de diez habitantes. Su historia se halla estrechamente ligada a la del Peregrino Guevara y a la de su sobrenombre. Ahora es su hijo menor, Omar AlMahdi, el que regenta el local y lleva las cuentas. El mayor, AlMahdi Omar (al Peregrino Guevara le pareció que tenía su aquel poner a sus hijos el mismo primer y segundo nombre, pero invirtiendo, con la segunda criatura, el orden que les había asignado al ir ...Leer más
Cita con el paraíso
Todo ocurrió en menos que canta un gallo. Había salvado el pellejo por el medio metro que había cubierto en su descenso a la playa y que en el momento culmen mediaba entre él y el lugar en que la apoteosis había hecho acto de presencia. Las víctimas se contaban en decenas, los ataúdes del cortejo fúnebre desfilaban uno tras otro por toda la ciudad, y la asistencia sanitaria se hallaba colapsada. Para no faltar al honor de ser considerada una ciudad árabe que se precie de serlo, Skikda no escatimó en recursos para proveer de fastuosidad, pompa y circunstancia a la celebración que acompañó la inauguración del nuevo cementerio comunal. Rodeada de tiendas de ultramarinos, la mezquita del barrio observaba el espectáculo de luces y sonidos desde la acera de enfrente con estoicismo espartano.
La calle Mourad Didouche, que, por mucho que le pesara, pasaría a la historia con el apodo que le dieron los franceses, “Les R4”, amaneció como de costumbre con la llamada a la oración del rayar del ...Leer más
El distrito de Shujaiya
“Buenos días, queridos telespectadores de esta gran nación.
Antes de comenzar el programa matutino de hoy, quisiera tejer el relato de lo ocurrido anoche, pues no sólo hemos de abonar la tierra con nuestros seres queridos, cuyos descuajeringados miembros han de encontrar eterno reposo en una fosa común, sino que también hemos de rezar una plegaria por sus almas, que, a diferencia del chasis, no encuentran sepultura y se quedan vagando a este lado de la orilla, imbuyendo en los vivos el deber de atenerse al pacto de sangre que se ha sellado con ellos. De camino a la oficina, la calle se extendía tan sumamente salpicada por restos mortales que me he visto en la obligación de ponerme de puntillas para evitar pisar un tramo sobre el que aún yaciera el cuerpo inerte de un niño. Con la cabeza gacha, trataba de avanzar espantando a manotazos la escenificación de la barbarie que se desplegaba ante mí. No quería acabar de constatar el truculento decorado. Sobre una pila de escombros, vislumbré los dedos de Mariam ...Leer más
La alien
A las ocho de la tarde, retiraron en el aeropuerto de Estambul la escalera de acceso al avión con rumbo de vuelta a Kuwait. La azafata me arrojó una sonrisa para darme la bienvenida a bordo. Yo se la devolví distraída con la tarjeta de embarque que sostenía en la mano, de cuyos guarismos intentaba colegir dónde debía asentar mis posaderas. Asiento asignado: E11. Aún conservo la cifra grabada en mi memoria. Llegué a la fila de mi asiento y, junto a la ventana, me encontré sentada a una niña pequeña. Se hallaba hecha un ovillo en el asiento. Se había echado a la cabeza la capucha de la parka que llevaba, que la envolvía como si se tratara de una crisálida, engulléndola por completo. ¡Ni que nos halláramos encallados en el círculo polar ártico! Vestía un conjunto que distaba mucho de parecer fruto de una elección estudiada. Poseía rasgos del África Tropical. La miré a los ojos y vi que los tenía enrojecidos. “Seguramente sea cosa del cansancio o del estrés”, ...Leer más
Hogar, dulce hogar
Al regresar a mi comarca natal de mi estancia en el extranjero, me percaté de lo mucho que la había echado de menos. Todo me parecía infinitamente más maravilloso de lo que me había parecido con anterioridad. Los árboles, altos; sus flores, coloridas; los pájaros que se posaban sobre sus ramas, de recias cuerdas vocales. Y, ¿qué decir del aire puro? Era de un terapéutico que los que padecían de bronquitis no tenían más que respirarlo para sentirse renacer. Me había pasado los mejores abriles de mi vida en esta región y el tiempo restante, suspirando por volver, con los recuerdos punzándome las entrañas. Cuando mi madre cayó enferma, sentí que el mundo se me venía abajo. Me acababan de ofrecer un puesto de interino en el hospital de mi pueblo natal y entre mis recién adquiridas prioridades como joven doctor figuraba la de asegurarme de que la atención que dispensara el hospital a los pacientes de la comarca fuera irreprochable, exquisita cuando menos. A primera vista, mi madre no parecía haber contraído nada grave. Le ...Leer más
Aborreciendo la vida
Mustafa era un joven que frisaba en los treinta años y que durante la universidad se echó una novia llamada Hayam. Al poco de licenciarse, decidió formalizar su relación, por lo que fue a pedirle la mano de su amada al padre de ella, un alto dignatario que no acababa de ver con buenos ojos el idilio entre su hija y Mustafa porque él aún no había encontrado trabajo. No obstante, ante la porfía de Hayam, al padre no le quedó otra que acceder a que se prometieran.
Los meses se sucedieron, pero la situación permaneció invariable. No parecía importar lo mucho que Mustafa se esforzara en encontrar un empleo, la suerte no parecía estar de su parte.
Aquella noche caían chuzos de punta. De pronto, le sonó el teléfono. Era su prometida. Lo llamaba para informarle de que su padre jamás cejaría en su empeño de interponerse entre ambos y que a ella no le quedaba más remedio que acatar sus órdenes y plegarse a su voluntad porque había tratado de estrangularla.
Mustafa colgó sin saber si debía sentirse más o menos ofuscado ...Leer más
Recordar a intervalos para recordar con cariño
Me sentía desfallecer con cada paso que daba. Las rodillas habían comenzado a temblequearme. Me hallaba siguiendo el curso del río para llegar a la casa donde nací, que se asienta cerca del pozo de la campiña de Quaà Asserasse. No había probado bocado en todo el día y el efecto de los porros estaba a punto de dejarme fuera de juego, al albur del viento, que, por intuito de su díscolo talante, no dudaría en llevárseme volando como una mísera hoja de papel. Llevaba días sin pegar ojo por la angustia que me producía la mera idea de regresar a casa. Pero, ¿a qué se debía?, ¿por qué sentía que, pese a llevar tiempo preparándome mentalmente para ese momento, el tan anhelado retorno a casa me iba a dejar con un palmo de narices? Tal vez estuviera relacionado con el hecho de que, pese a estar avanzando aparentemente, con cada paso que daba, en el fondo, me sintiera retroceder.
Al rato, me hallaba frente a la puerta principal. Las cortinas de la entrada estaban echadas. Del interior de la vivienda emanaba música ...Leer más
La Calle de la Misericordia
Salgo de la mezquita AlHamad al concluir la oración del viernes. Ni zorra de sobre que ha versado el sermón de hoy, no me he enterado de nada. Aparte de largo y repetitivo, la declamación me ha parecido nefasta. No obstante, me ha provisto del espacio de tiempo necesario para prepararme mentalmente para la cita que tengo en un rato.
Cruzo la calle que corre paralela al canal Mahmudiya y me meto por la calle de la Misericordia. En 500 metros de distancia, me toca poner fin a 35 años de distanciamiento. Toda la vida se me ha dado de vicio buscarle las cosquillas. Uno de mis muchos talentos innatos. No obstante, esta vez me da más reparo que de costumbre despertar a la bestia que sé que habita en su interior. Camino pisando huevos por miedo a caerme en una zanja, en un agujero negro de los que se obturaron en una de las últimas obras que se llevaron a cabo en esta calle y que ...Leer más
Como caído del cielo
Nos hallábamos confinados en el patio de la Gran Mezquita. La noche se manifestaba tenebrosa y lúgubre de solemnidad. Nos había encerrado un tuerto abyecto, que parecía salido de una mazmorra del averno. No conocía rival a la hora de ejercer de depravado y de decapitar a gente inocente. Era un nigromante experto que había plantado la corrupción sobre la faz de la tierra. En Levante, había empujado a la mayoría al borde del precipicio. Nosotros, no obstante, no teníamos pensado rendirnos a la primera de cambio. Nos dedicábamos a suplicar al Señor que nos enviara a uno de sus combatientes para que nos liberara y le sacara al tuerto su ojo remanente. Finalmente, un día, vimos descender del cielo en picado a un hombre a lomos de una acémila que parecía un ángel. A unos palmos de distancia del minarete, el caballero ralentizó el trote de su montura posando sus manos sobre las alas del ángel. Seguidamente, se coló en el interior de la mezquita por uno de ...Leer más