Siempre he querido que me vieran como un héroe, al menos una vez en la vida. Mi ciudad es un hervidero de delincuentes. En una ocasión, vi cómo unos chavales se liaban a puñetazos con un niño escuchimizado porque los había interrumpido mientras jugaban al pasar a su lado. También presencié en otra ocasión una pelea entre adultos. Un señor barrigudo trató de zanjar la refriega separando a los contrincantes antes de que la cosa llegara a mayores, pero, para cuando intervino, los ánimos ya se hallaban demasiado caldeados. Uno descalabró a otro y, antes de que a nadie le diera tiempo a reaccionar, se confundió entre la marabunta de gente que se había congregado en torno al suceso. En cuanto la gente se percató de lo ocurrido, comenzó a vociferar: “¡Horror! ¡Canallas!” No obstante, apenas hubo la sangre comenzado a teñir la acera, los alaridos se trocaron en vítores que ensalzaban al hombre que había intercedido por la concordia: “¡Qué grande eres, oh, tú, nuestro héroe!”
Otra vez, estando en ...Leer más