Siguiendo la luz

Bayt al-Suhaymi, Cairo, Egypt

Pega un sol de justicia. El asfalto está que echa humo. Lo patea al paso que su sopor le permite. Los edificios a ambos lados de la calle parecen ir a echársele encima, a aplastarla y confinarla a un espacio insignificante que la reduzca a una expresión redundante. Ya comienza a notar los efectos, pues le cuesta articular frases que expresen nada que no pueda quedar dicho con un emoticono y un signo de exclamación.

Trata de huir de la realidad, pero esta siempre se acaba imponiendo. El truco está en convertirse en piedra, una con una superficie rugosa, que se asemeje al asfalto, para que la realidad le pase por encima y la exposición a esta sea la justa. Lo malo es que la realidad no se molesta en lavarse los pies y, del fregado que le hace, acaba una con el alma de mugre hasta el tuétano. No tuvo en cuenta en su momento que pudiera perder la apuesta que hizo por su futuro, uno que con el tiempo se ha tornado en una estatua de sal, que busca quedar anclada, como una obra de arte, a la pared de un cuarto de baño.

Aprieta el paso, hasta donde empieza el túnel, donde ve la luz y siempre todo vuelve a cobrar sentido. Continúa hasta donde el empedrado de la vía peatonal reemplaza el asfalto. Nota la diferencia de temperatura en las suelas de los pies. Se adentra en el casco antiguo. Los edificios que flanquean la calle Al-Muizz se evidencian menos amenazantes. Deja de sentirse acorralada. Poco a poco, las palabras que la componen se ensanchan, hasta casi volverse transparentes. Los signos que denotan su perplejidad tododevoradora abren paso a términos con la capacidad de, en convocando lo preciso, pavimentar su discurso para que los huecos de los que antes se hallaba sembrado queden cubiertos. A tal efecto, no obstante, debe aventurarse a asomarse al abismo. Su destino la espera.

Ya está cerca. Gira a la derecha y se mete por la calle Haret al Darb al Asfar, que conduce directamente al patio principal de la casa Bayt Al-Suhaymi. Cada vez que la visita, se siente renacer. Le gusta admirar los balcones con celosía que se asoman a la calle. Sobre la puerta de entrada cuelga una inscripción que reza: “Sé bienvenido.” Ella se lo toma al pie de la letra.

Entra por el patio principal, pero continua andando hasta hallarse en el patio posterior de la casa, cuya esquina del fondo se halla bajo una bóveda con vidriera. A su alrededor, se yerguen palmeras, yucas y buganvillas. Avanza con cuidado de no clavarse una espina, esquivando los cantos. Una vez que se encuentra bajo la cúpula, mira a lo alto y sonríe. La luz que la atraviesa ilumina las partículas de polvo que flotan por el aire y las empapa de color. En la cornisa de enfrente, se deja ver un nido de palomas que parece haber quedado abandonado. Las palomas de aquí se hallan surcando el aire. Claro, como debe ser, piensa.

 

Escrito por Enas Mohamed Ali Eltorky.