Comentario a «Junto al puesto de la vendedora de té»

Nel mezzo del cammin

Leí varios cuentos seleccionados como finalistas, y al hacer una reseña inicial de ellos para elegir aquél que me hubiera impresionado más, escribí sobre éste al vuela pluma que no lo había entendido, para continuar opinando de los restantes, de modo que, al cabo, quedé con la sensación de que me había dejado uno olvidado sin comentar. Entonces me percaté de que precisamente esas emociones eran las que experimentaban los protagonistas de la plaza del mercado, que habían estado sentados intercambiando pocas palabras, pero habían logrado comunicarse en lo fundamental, como para dejarse una huella que te hace volver: una melodía, un objeto abandonado.

Así es como volví al texto, como si yo mismo me lo hubiera dejado olvidado, pero con la misma curiosidad con la que se inicia el relato, ese cuento estrafalario en el que algo surge de la cabeza sin que sepamos muy bien darle forma o ponerle palabras, pero que nos atrae.

Tuve que admitir que, como los cuadros que a veces nos llaman de las esquinas en algunos museos inmensos, y que no se caracterizan por su tamaño excesivo, ni por su brillante luminosidad, sino que más bien encierran un misterio recóndito pero inescrutable que nos atrapa de pronto, de idéntico modo, un tanto sonámbulo, fue el relato el que me eligió a mí y me llamó a su vera, sin poder dar razón.

Entiendo que ese es el valor de la literatura y el arte verdaderos, el de tomar cuerpo en la realidad y tornarse independiente de sus lectores activos y voluntariosos, para hacerse presente como personajes que buscan a su autor, como caracteres que seducen a paseantes no ilustrados y advertidos.

La vida tiene ese ritmo del deambular entre lo cotidiano para sentarse a ver el mundo y, de pronto, dar con una puerta a lo desconocido e inesperado, al menos esa es la vida que tiene algo de sal, de olor a menta, de pizca de encanto que a uno le hace tornar repetidamente sobres sus pasos para darse explicaciones infinitas y saborear momentos con nuevos aromas cada vez. Ese hábito de querer entender lo incomprensible del secreto de vivir, del encuentro con el otro con el que no se contaba de antemano. Esa costumbre milenaria de la conversación sin sentido, sin meta, de la charla por placer, porque la esencia humana está hecha de palabras, palabras, palabras… , ese el meollo de este texto hasta banal en su simplicidad, que sólo nos habla de lo que conviene decirse: que hay algo incomprensible que encierra el quid de la vida buena, de la vida loca, de los peligros que nos acechan, pero que no nos podemos transmitir entre nosotros, que sólo cabe sintonizarse con ello, dejarse llevar por su música y vivirlo cada uno a su propio paso, en solitario, con la única compañía de vendedoras de té, de sibilas o nornas que saben del futuro y están hechas de la materia de las fragancias, pero a las que nadie escucha, aunque siempre digan su misma cantinela: todo pasa, es lo mismo de siempre, las mismas pérdidas y las mismas soledades, pero mañana se reiniciará la batahola y seguiremos vendiendo humo para poder vivir.

 

Versión original.

Escrito por Ricardo Tapia Villaamil.