No hay palabras para describir lo escalofriante que fue lo que ocurrió. Fue como si un meteorito colosal hubiera caído del cielo y se hubiera estrellado en el lugar más bello de todo Marrakech. La gente de la calle no tardó en arremolinarse en torno al lugar de los hechos y a especular acerca de lo sucedido, llevándose las manos a la cabeza:
-He sentido cómo la tierra temblaba bajo mis pies.
-Ni que hubiera explotado un almacén de bombonas de butano.
-¡Qué chungo! A saber que habrá pasado.
-Dios nos asista.
Yo acababa de salir de la mezquita Kutubía, a la que había ido a hojear los anales que documentan la historia de las ilustres dinastías de los almorávides y los almohades. Me hallaba cruzando la plaza de Yamaa el Fna cuando oí la explosión. Iba de camino a recoger a Murad, mi amigo de la infancia, al que había dejado en el café Argana dos horas antes haciendo manitas con Jaqueline. Tenían previsto casarse y después mudarse juntos a los ...Leer más