No escampa y ya va siendo hora. No es buena señal que la tormenta dure tanto. Me echo la manta sobre la cabeza y trato de conciliar el sueño en la esperanza de que, por la mañana, haya cesado de relampaguear.
Supuestamente, ya es de día para cuando amanezco, pero apenas se nota: fuera siguen cayendo chuzos de punta. Me pego a mi madre para sentirme a salvo.
Quiero poder salir a la calle para proseguir con mi vida. Me visto como si mi predisposición a tal efecto fuera a hacer alguna diferencia. Llego incluso a abrir la puerta antes de darme por vencido. El cielo se está desplomando. Adentrarme en las tinieblas que reinan en el exterior sería un acto suicida.
Para matar el tiempo, nos sentamos a la mesa a ponernos tibios. Al acabar, nos quedamos, no obstante, mirándonos las caras de brazos cruzados. Mi familia no es particularmente ducha en el arte de la conversación. Entre todos decidimos que, si para el día siguiente no ha dejado de llover, degollaremos un cabrito y se lo presentaremos al Todopoderoso en calidad de ofrenda ...Leer más