La gaviota, divina como ella sola

Port El Jebeha, El Jebha, Morocco

La gaviota clavó su mirada en mí y el tiempo se detuvo. De pronto, comenzó a faltarme el aire. Mi alma se me figuraba, de golpe, corpórea, tridimensional, de ancha como el cielo y de profunda como el mar. Con el miedo que me dan las alturas, jamás pensé que llegaría el día en que, por desentrañar lo que encierra la mirada de una gaviota, estaría dispuesto a encaramarme a un estrecho muro de cuatro metros de altura y ponerme a hacer equilibrismos sobre él.

Las olas rompen en el embarcadero. La Playa de las Gaviotas es, en lo que a mí respecta, una auténtica joya. Es prácticamente virgen. Tan sólo la frecuentan unos pocos pescadores, las mujeres que se han quedado suspirando en la orilla por el retorno de sus maridos, que se aventuraron en su día a adentrarse en alta mar, y los jóvenes que se sientan en la arena a fumar canutos y rumiar acerca de su futuro con la mirada perdida en el horizonte. En días despejados, ...Leer más

Corazón robado

Khenifra, Morocco

No sabría decir cuándo fue exactamente que me enamoré perdidamente de Oum Er-Rbia, el río que atraviesa Jenifra, mi ciudad. Tal vez fuera una de esas tardes que pasé a sus orillas con mi familia o tal vez la primera vez que probé la carne de uno de los peces que nadan en sus aguas. El caso es que, siempre que me sentía flojo de ánimo, escogía uno de los cinco puentes que hay en mi ciudad para pasar la tarde contemplando el río desde él, esperando que la cadencia de la corriente me purgara el espíritu y la moral.

Así es como la conocí a ella, pues también gustaba de echar la tarde mirando al infinito sobre un puente. Fui yo quien inició conversación. Se llamaba Nisreen, se hallaba cursando bachiller y vivía cerca del río, aunque se decantara por observarlo desde un puente.

Una noche de invierno que llovía a cántaros, se desbordó el río y sus aguas inundaron el primer piso de todas las casas en las inmediaciones. Fue el bailoteo que se ...Leer más

Hakuna Matata

Classroom in Tazakht, Morocco

Entró en el colegio y se asomó al despacho del director. Uno de mis alumnos susurró: “¡Es el padre de Ziad!” Debía de rondar los cincuenta. Era un hombre corpulento de corta estatura. El director no debía de haber llegado aún, pues, seguidamente, se me acercó, me saludó y, con voz grave y ademán apesadumbrado, me preguntó si sabía dónde podía encontrarlo. Su voz me confirmó su identidad, pues sonaba igual que la de su hijo. Yo le pregunté, a su vez, si podía contarme por qué necesitaba hablar con él, por si yo podía ayudarle de alguna manera, y me contestó que necesitaba sacar a su hijo del colegio. Su respuesta me desconcertó, por lo que le dije:

—No me quiero entrometer, pero me extraña que quiera cambiar a Ziad de colegio, cuando se trata de un alumno brillante que, además, no parece tener problemas con sus compañeros de clase, todo lo contrario.

Con el rostro encendido, me contestó:

—¡Ojalá tuviera alternativa! Lo que ocurre es que nosotros, como la mayoría de la gente ...Leer más

El hoyo

Pothole in Lotissement Zerktouni, Marrakesh

Cada vez que arribamos a donde se emplaza Al-Wazany, se le demuda el rostro a Sulma, lo cual me parte el corazón. No me gusta verla de capa caída. Algún día (me digo a mí mismo), en vez de entregársela sin más y dar media vuelta, haré algo al respecto.

Al-Wazany es como llamamos al socavón de la carretera que rodea el barrio de las afueras de Marrakech donde vive Sulma. Lo bautizamos así en honor al alcalde que gobernaba cuando se formó, antes incluso de que creciera hasta convertirse en un hoyo hecho y derecho.

Y Sulma, ¡ay!, me cuesta puntualizar quien es Sulma, en tanto que, para mí, lo es todo. Tan sólo a duras penas logro distinguirla de quien soy yo. Nos educaron y nos curtimos juntos. Compartimos tanto los espacios físicos donde nos instruyeron para integrar la sociedad de la que habíamos de formar parte como corresponde, como los espacios oníricos donde nos permitíamos negociar los términos del contrato social que habíamos de suscribir para convertirnos en ...Leer más

Todo a su debido tiempo

Entrance to the walled city, Oujda, Morocco

Esta historia se remonta a cuando, con cuarenta y pico abriles, Leila decidió aprender a leer y escribir.

Leila se podía considerar una mujer afortunada. Estaba casada con un hombre que la amaba locamente y que seguía sintiéndose atraído por ella, pese a que ella ya no presentaba la apariencia física de antes de dar a luz a sus tres retoños.

Aunque su marido, Majnun, solía colmarla de atenciones y no escatimaba en piropos para mostrarle lo mucho que la quería, una vez que sus hijos se hicieron mayores y abandonaron el nido, decidió empezar a acudir una vez a la semana a un centro de alfabetización para mujeres de todas las edades en aras de lograr mantener a su hombre interesado en ella.

Empezó, pues, a asistir a las clases y, al cabo de un tiempo, su marido comenzó a notar cambios en su comportamiento. Sentía que lo rehuía, como que evitaba encontrarse con él a solas. Además, parecía hallarse desencantada de la vida.

Su repentino cambio de actitud respecto a su relación ...Leer más

Eco en el desierto

Merzouga, Morocco

Lágrimas resbalan por sus mejillas y caen al suelo, donde forman un charco sobre el que se abalanzan los pajaritos. En el desierto de Merzouga, no se desperdicia ni una gota de nada que fluya.

Ella:

—Los hombres no lloran.

Él:

—Como el cielo, y así nos va.

Ella:

—No pienso volver, que lo sepas.

Se han criado lado a lado, en el espacio comprendido entre la palmera y el olivo. No obstante, no fue hasta que cayó la noche de su trigésimo cumpleaños que se juntaron y él le hizo una promesa. “Cuando te pierdas en el desierto, sigue mi voz.” Al día siguiente, ella le confesó que le había ayudado a escapar de una pesadilla. Tal vez sea esa pesadilla lo único que los une de veras.

Coge una silla de madera del interior y se sienta en el jardín a fumarse un cigarrillo. Supo que había ocurrido algo en cuanto lo vio aparecer. Muhammad sólo acude a él para darle malas noticias y hacía ya tiempo que no se pasaba a hacerle una visita. Esta vez se trata ...Leer más

La vendedora de suerte

Tafoughalt, Morocco

En el villorrio de Tafoughalt, que es apacible hasta límites insospechados, las novedades son asaz bienvenidas. De resultas, a los dos día de que llegara a nuestro pueblo la anciana que se anunciaba a sí misma como vendedora de suerte, la noticia ya se hallaba en boca de todo el mundo.

Vestía una túnica oscura hecha jirones, se valía de un bastón para andar y siempre llevaba bajo el brazo un trozo de papel amarillento del que se rumoreaba que se trataba de un contrato que había firmado tiempo atrás. La muy bruja parecía haber logrado engañar al paso del tiempo. En vez de adquirir definición con los años, sus rasgos faciales parecían haberla ido perdiendo. Gustaba de pegarse largas caminatas campo a través por las afueras del pueblo cuando el calor se volvía soportable. A veces, se paraba a escuchar el trinar de los piopíos. Con la sonrisa tonta y la mirada perdida que lucía en el rostro, daba la impresión de hallarse hueca por dentro. “Tan hueca como sus promesas de poder cambiarle la ...Leer más

Chauen, 1936

Ganador del segundo premio del concurso literario «Dos mil noches y un amanecer»

Corre, descalzo. Sus dos perseguidores le pisan los talones. Vista desde arriba, la ciudad parece de color blanco, pero, a pie de calle, las paredes y las puertas de las casas se revelan azul zafiro. Para darles esquinazo, trata de elegir las callejuelas por las que se mete de forma que su trayectoria parezca lo más aleatoria posible. Al mismo tiempo, no obstante, no puede permitirse olvidarse de por donde tuerce cada vez, pues teme que, de perderse por el laberíntico entramado de las travesías de esta localidad, ni el Altísimo pueda mostrarle la salida.

Lo probable es que los fundadores de esta ciudad también se hubieran hallado huyendo de algo. De lo contrario, no se habrían molestado en construir la ciudad sobre un desfiladero; en vez, la habrían erigido en un valle o a la orilla de un río.

Lo bien que le vendría en estos momentos poseer en la cima de un pico una fortaleza azul inexpugnable donde poder ponerse a refugio.

Llega ...Leer más

Esa pócima con pinta de cortinaje opaco que deja un regusto amargo

Argana cafe and Yemaa el Fna square in Marrakesh

Tomo el café solo, sobre todo si es de buena calidad, como el que sirven en el café Argana, que es una cafetería chulísima a la que, desde que mi esposo y yo nos prometimos, acudimos cada vez que visitamos Marrakech. Nos gusta sentarnos en la terraza para poder asomarnos a la bulliciosa plaza de Yamaa el Fna, que nos trae recuerdos de nuestra historia compartida. A mi esposo, Arif, el sitio le chifla. De hecho, hizo en su momento un documental sobre los cafés de la plaza en el que el café Argana jugaba, como no podía ser de otro modo, el papel protagonista. Asimismo, varios de los relatos que ha escrito acerca de cómo nos enamoramos el uno del otro están ambientados en este café.

Aquel día, habíamos ido al café Argana, nos habíamos sentado en nuestro sitio habitual, habíamos pedido unos refrescos y, mientras los niños brincaban a nuestro alrededor, nos habíamos puesto a charlar de lo divino y de lo humano, y a disfrutar las vistas sobre la colorida plaza. Los aromas que flotaban en el ...Leer más

Ilusiones truncadas

Argana cafe, Marrakesh

No hay palabras para describir lo escalofriante que fue lo que ocurrió. Fue como si un meteorito colosal hubiera caído del cielo y se hubiera estrellado en el lugar más bello de todo Marrakech. La gente de la calle no tardó en arremolinarse en torno al lugar de los hechos y a especular acerca de lo sucedido, llevándose las manos a la cabeza:

-He sentido cómo la tierra temblaba bajo mis pies.

-Ni que hubiera explotado un almacén de bombonas de butano.

-¡Qué chungo! A saber que habrá pasado.

-Dios nos asista.

Yo acababa de salir de la mezquita Kutubía, a la que había ido a hojear los anales que documentan la historia de las ilustres dinastías de los almorávides y los almohades. Me hallaba cruzando la plaza de Yamaa el Fna cuando oí la explosión. Iba de camino a recoger a Murad, mi amigo de la infancia, al que había dejado en el café Argana dos horas antes haciendo manitas con Jaqueline. Tenían previsto casarse y después mudarse juntos a los ...Leer más

Elige tu propia aventura

El desarrollo de un país que desee proteger a sus ciudadanos de hallarse a merced de las vejaciones que perpetran los individuos que viven al margen de la sociedad debe impulsarse con la maquinaria de la comunicación. Por lo que,

a) ¿quieres casarte conmigo para que no me dé por suicidarme?

b) ¿me ayudas a dar con las palabras que se me atragantan?