El deseo sagrado

Checkpoint al sur de Sheikh Zuweid, en la Península del Sinaí

El incesante tiroteo es atronador. El calor abrasador calcina cuanto toca. El viento huracanado bate la arena. Este recodo de la Península del Sinaí, junto al puesto de vigilancia al sur de Sheikh Zuweid, se ha convertido en el escenario de una pesadilla. Los sacos de arena que revisten el pequeño edificio le confieren pergeño de fortaleza. En su acorazado corazón palpitan jadeos y lamentos ahogados. Si uno saca los prismáticos, puede ver a un soldado moribundo agarrándose la tripa aovillado en el suelo. Tiene el chaleco empapado en sangre. La sangre resbala por su mano y gotea sobre el polvoriento asfalto. Su compañero, que yace encogido a su lado, ya ha pasado a mejor vida. La mitad de sus sesos descansan en un charco de un inquietante color púrpura. El soldado malherido lanza una mirada aterrada y suplicante al joven comandante, que, a su vez, yace postrado frente a él, asiendo una ametralladora con ambas manos y tal garra que parece haber depositado sus esperanzas de supervivencia en ...Leer más

La historia de Bater

Zoco Al-Bukhariyeh en Ammán, Jordania

Sale a la calle de madrugada; la ciudad aún duerme. Debe atravesar varios barrios para llegar al zoco de Al-Bukharia en el centro de Ammán, por cuyas estrechas y congestionadas arterias se dedica a empujar su carro y a vender las exquisitas tartas que se hallan apiladas en su interior y que cocina antes de acostarse por la noche siguiendo una receta secreta que ha confeccionado él mismo a partir del poso de sabiduría y paciencia que le han legado las vivencias que lo han marcado a lo largo de los años. Fija su mercancía cubriéndola con una fina malla anti-mosquitos.

A sus sesenta años, el padre de Bater disfruta como un enano de su día a día, lo que, a su vez, hace que las arrugas que le surcan la frente a raíz del cansancio que acumula a lo largo de la jornada parezcan menos profundas. Con una sonrisa, se para a saludar a todo el mundo durante su itinerario cotidiano por el gran zoco, en el que proliferan las tiendas que engalanan ...Leer más

Deus ex machina

Sabeel AlHoriyat, Amman, Jordan

¡Era un incordio tener que estar venga a brincar por encima de las patorras de aquel viejales tirado sobre la acera! No obstante, nunca le daba tiempo a recriminarle su falta de civismo, porque, siempre que se topaba con él, lo que primaba era evitar que sus perseguidores le echaran el guante. Para sisar con arte había que aprender a ser ágil y a volverse invisible. A tal efecto, solía llevar un pañuelo ocultándole la parte inferior del rostro. A fin de cuentas, el viejales, que se conocía el casco antiguo de Ammán como la palma de su mano y por cuyas venas corría el alma de la ciudad, estaba en su derecho de repantingarse donde le diera la real gana, un derecho que no se privó de ejercer en ningún momento, hasta que Ahed le ofreció una alternativa a su indigente trashumancia.

Se ganaba la vida con la mendicidad, ocupación para la que tampoco venía mal saber pasar desapercibido. Le gustaba haraganear por el zoco de las verduras. Para evitar que el sol añadiera más patetismo al cuadro ...Leer más

El fattoush

El funeral de un mártir en Duma, cerca de Damasco, Siria

Cualquier parecido con la realidad es extremadamente intencionado.

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Diab me visitó en sueños y me pidió que le hiciera un plato de fattoush. Enseguida llamé a la madre de Sami para que me echara una mano.

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Las dos mujeres comenzaron a preparar el fattoush para el joven, que había muerto hacía dos meses. Esa misma tarde, la madre de Sami escribió en su muro de Facebook: “A veces pienso en el desgaste emocional que comporta cocinar, cantar y bailar para invitados que nunca llegan a hacer acto de presencia. No sólo no llegan a aparecer, sino que además nos ponen de manifiesto su ausencia. Hoy me he acordado de los rasgos que memoricé en su día de la poesía que versaba sobre la ausencia y la presencia. Después me he volcado en aprestar el fattoush para Diab, al que no tuve el placer de conocer. Sé cómo murió y conozco su cara de haberla visto en dos fotos. Una es la que cuelga de la ...Leer más

La tumba

El campo de refugiados palestinos Baqaa en Jordania, al norte de Amman

Apenas quedan unas horas para que amanezca y dé comienzo el Eid.

¿Qué has dispuesto para la ocasión? ¿Lamentarán tus hijos haber nacido?

Se arremolinan junto al estante con las tarrinas de dulces y se niegan a abandonar la tienda y volver a casa con las manos vacías.

Estas fiestas toca que cicatricen las heridas que llevan todo el año sin querer cerrarse. Si no, la cosa pinta muy negra. Tienes el corazón al borde del colapso, enseguida pierdes la capacidad de concentración y te refugias en un silencio sepulcral, que veteas con el humo de tus cigarrillos, que se espesa en el techo hojalata de tu habitación.

¿Has incluido en tus cálculos la ayuda económica que quieres prestar a tus hermanas? ¿Has hecho bien las cuentas para que no les falte qué llevarse a la boca a tus inconsolables criaturas, cuyos insistentes ruegos por que les des de comer cordero estás venga a desoír?

Unas alitas de pollo habrán de bastar para acallar sus súplicas y para que ...Leer más

La carcajada

Nieve en Irbid, Jordania

Fulano se quedó mirando la pantalla de su teléfono móvil. La noche iba llegando a su fin. Afuera, la nieve enmoquetaba las oscuras calles. Estaba vendido a su móvil. La electricidad llevaba días cortada y el único cacharro tecnológico de toda la casa que no se había visto afectado era aquel. Le había salido por trescientos dinares, que era a lo que ascendía su sueldo mensual. Se dirigió hacia la cocina guiándose por la mustia luz que despedían las velas que había plantado en el pasillo. Pisó una vela sin querer y se puso a jurar en hebreo, soltando todo tipo de improperios contra la vela y los muertos de Prometeo. Al cabo, profirió una sonora carcajada. Fulano no era, cómo quien dice, un dechado de virtudes, pero su capacidad para, rasca que te rasca, sacarle a todo su lado cómico era verdaderamente encomiable. Cuando se percató de que su mujer le ponía los tochos y de que su hijo no perdía ocasión de ridiculizarlo a sus espaldas, simplemente se ...Leer más

Érase una vez la ciudad rosa

Las ruinas de la ciudad de Petra, Jordania

De pronto, sentí una necesidad acuciante de sentarme sobre las salinas dunas del desierto. Los rayos del sol naciente se infiltraban entre los rocosos muros de la colosal ciudad que se extendía ante mí e incidían sobre la superficie reflectante de unas botellas que yacían desperdigadas por el terreno. Nada más percatarme de las dimensiones del piso superior, desistí de intentar recorrerme la ciudad entera a pata, tan sólo asistido por mis dos enclenques extremidades. Mi cabello rubio me caía sobre los hombros.

Por un lance de fortuna, cayeron en mi poder tras asistir a una subasta pública unos manuscritos atribuidos a un tal Dewy que databan de 1830. Tuve que contrastar la información que mis ojos proporcionaban a mi cerebro con lo que figuraba redactado en aquellos vetustos manuscritos, que no sólo daban fe de que la ciudad rosa existía, sino también de que llevaba en pie desde el siglo cuarto antes de Cristo. Descocada, vestía un morado que azoraba a las estrellas que se habían quedado rezagadas en el cielo. Con sus encantos al descubierto, exhibía una belleza que ...Leer más

La memoria del mar

Playa de Alejandría: el mar en Egipto con pájaros y olas

Aquel día, según paseaba como acostumbro a orillas del mar, reparé en que el mar se estaba comportando de forma un tanto inusual. Me paré a contemplarlo y entonces lo capté: A pesar de hacer un día de mil demonios, el mar se hallaba en calma, más hermoso que nunca. Me dio la impresión de que me encontraba frente a una postal en la que el mar hubiera quedado anclado a las aspiraciones que su azul marino parecía tener de convertirse en celeste, mientras que, por su parte, la espuma de las olas y las nubes acordaban dejarse retratar por el mismo blanco para aportar equilibrio a la composición, que, con tantos designios encontrados, había adquirido, no obstante, visos de surrealista. Miré al mar y me embargó una sensación de paz. Muy a mi pesar, me hallé de pronto buceando en recuerdos que esperaba haber logrado, tras infinidad de intentos, expulsar definitivamente de mi cabeza.

“Ay, mar, ¡cuán insólito eres! Llevas siglos escuchando nuestras historias y supervisando nuestro devenir y todavía nos sigues pareciendo insondable. ¿Cuántas personas a ...Leer más

Las aceitunas y los extranjeros

Al-Aqsa: La mezquita de la roca en Jerusalén

El cansancio acumulado lo derribó sobre el frío colchón. Puso las manos detrás de la cabeza y miró al techo: la pintura había empezado a desconcharse. Una chispa de melancolía rutiló en su mirada. Se trataba de la misma pesadumbre que, con el tiempo que llevaba asaeteándole, había conseguido que le saliera chepa. Para determinar el origen de su tristeza, decidió trasladarse mentalmente a cuando tan sólo era un niño.

Aquella mañana, se había despertado temprano. Una agorera nube negra le había encapotado el ánimo antes siquiera de que le diera tiempo a quitarse las legañas. Optó por ignorarla en un primer momento. Salió a la calle a jugar con sus amigos. No obstante, sus piernas no le respondieron; se le habían quedado agarrotadas. Se quedó observando largamente a los otros chavales, mientras estos corrían y reían. Finalmente, se encaminó hacia el río, que desde hacía días le hablaba en sueños. Avanzaba a zancadas, por lo que no tardó en perder a sus amigos de vista. Sintió cómo una lágrima se le escapaba ...Leer más

El abrazo del oleaje

Playa de Dubai al atardecer
Aquí me hallo, escribiendo, como siempre.

Me gustaría poder liberar mi alma confesando, pero el miedo me lo impide. En vano, trato una y otra vez de desembotar mis entendederas para desembaular y, por fin, exonerar mi corazón. No obstante, cada vez que enfilo mi cometido, cada vez que me decido a revelar lo que me aflige y conmueve, me abofetea el mismo viento de siempre, áspero, brusco, desapacible. Me abruma la marea de mis borrascosos sentimientos, que parecen emperrados en enunciarse sordos a mi necesidad de encontrar paz y calma.

Aquí me encuentro, buscándote una vez más.

Siempre me ha apasionado escribir a tu vera. Tú, fiel a tu intempestiva naturaleza, saltas a la primera, pese a haber aparentado ser imperturbable instantes antes. Te apartas de mí para, acto seguido, volver arrastrándote hasta mí nuevamente. Cuando acudo a ti, tu suave voz me serena el ánimo atribulado. Con el paso de los años, el destino ha ido segándome los sueños hasta convertirme en una peonza, en su muñeca de trapo. Me hallo tan derrengada ...Leer más