La ventana que le abren a uno cuando le dan puerta

View from the car window of a road in Cairo, Egypt

Con la vista borrosa y los ojos como puños de haberme anegado en llanto, salí del edificio y corrí hacia el coche, que, por lo menos, tenía aparcado a pocos metros de la entrada. A punto estuve de tropezar y pegarme un porrazo. Me subí al coche y arranqué. Tenía que salir de allí como fuera. Ya tendría tiempo de decidir hacia donde poner rumbo más adelante.

No entendía cómo era posible que me hubieran despedido, con lo que yo me había volcado en ser la mejor empleada de toda la empresa, la de éxitos que jalonaban mi carrera profesional y la de elogios que había recibido de mis jefes por los excelentes resultados que había ido obteniendo a lo largo de los años que había pasado trabajando para ellos. No podía dejar de preguntarme qué era lo que, a sus ojos, me hacía meritar semejante ultraje a mi persona. Mi vida entera hasta la fecha había girado en torno al trabajo y, ahora que me había quedado sin, no sabía hacia donde tirar.

No debía llevar más de una hora conduciendo cuando el coche comenzó a fallarme. Me dio justo tiempo a salirme al arcén antes de quedarme tirada en medio de la carretera. Con lo enfrascada que había estado en maldecir mi mal fario y repasar lo que me podía haber llevado a hallarme en la situación en que me encontraba, no me había parado a fijarme en las señales del coche que me habían estado advirtiendo de lo cerca que estaba de quedarme sin gasolina. Para más inri, la carretera en que me encontraba se hallaba desierta.

Afortunadamente, no tuve que esperar mucho a que mi suerte diera un vuelco, pues, al poco rato, apareció un coche que se detuvo junto a mí. Su conductor bajó la ventanilla y me preguntó si necesitaba ayuda. Se trataba de un hombre apuesto, que debía frisar los cuarenta. Sentada junto a él, se hallaba una hermosa joven que llevaba unas oscuras gafas de sol que le cubrían media cara de lo grandes que eran. Le expliqué que me había quedado sin gasolina y él se bajó del coche para inspeccionar el mío y asegurarse de que el motivo que yo le había citado era el único por el que el vehículo había dejado de funcionar.

Apenas unos minutos más tarde, comenzó a sonar un móvil en el interior de su buga. Al poco de cogerlo, la mujer del asiento del copiloto palideció. Seguidamente, se giró hacia él y, con un hilo de voz, le soltó:

—Adán, a tu madre le ha dado un síncope y le han tenido que llevar al hospital.

Adán comenzó a marearse y tuvo que tumbarse en la parte trasera de su coche para no desplomarse in situ. En ese momento, ocurrió algo un tanto inesperado. La mujer me preguntó si les podía hacer el favor de llevarles en su coche al hospital al que habían trasladado a la madre de Adán, porque ella no sabía conducir y Adán, obviamente, no se encontraba en condiciones de sentarse al volante. Yo accedí, cerré mi coche con llave y me subí al suyo.

Antes incluso de que me diera tiempo a aparcar, mis dos acompañantes abandonaron el vehículo y corrieron al interior del hospital, dejándome a mí sola a cargo de su coche. Yo lo aparqué, entré en el hospital y me puse a buscarles para devolverles las llaves. Los encontré hablando con un médico, que se hallaba comunicándoles que no tenían de qué preocuparse, porque, al parecer, la madre de Adán no sufría de nada grave y no tardaría en recuperarse. Pese a no conocerlos apenas, me alegré inmensamente por ellos.

Después de hacerles entrega de las llaves de su coche, me dispuse a dar media vuelta. Adán, no obstante, me pidió que me quedara a tomarme un café con ellos. Nos sentamos, pues, los tres juntos con un café y nos pusimos a conversar. Al ponernos a contarnos recíprocamente de nuestras vidas, saqué a colación mi despido. Adán, al oír mi historia, puso cara de sorpresa y dijo:

—No te lo vas a creer, pero nosotros estamos buscando gente de tu especialidad en nuestra empresa. ¿Por qué no te pasas mañana por la oficina para una entrevista? ¡Estaríamos encantados de poder contar con una profesional tan cualificada como tú!

 

Escrito por Noha El Masry.