Pende, como el puente, del aire y su inconsecuente consistencia, que la mantiene enajenada, entre un pasado y un presente enfrentados. El arrullo del viento la mece y ella se acurruca en su regazo. Suspira y se aleja, por inercia, como un balón que se desinfla, lo justo para que él pueda alcanzarla nuevamente. Le agrada saber que, si se precipitara al vacío, él la dejaría caer. No sabría decir si llueve cuando ella llora, o si es únicamente cuando llueve que ella llora. Tal vez el cielo en su origen sólo quisiera ayudarla a disimular su tristeza, pero ahora ya no pueda dejar de estar triste para que cuando por fin logre verse que está triste pueda dejar de estarlo. La lluvia cae, armónica para ella, estridente para el resto de la gente de la calle, que aprieta el paso. Desafiando con su rostro lunar el temporal, permanece sentada, al tiempo que sigue el compás recitando la letanía de nombres que se le asignan al Altísimo. Al cabo de media hora, la ...Leer más
Ilusiones truncadas
No hay palabras para describir lo escalofriante que fue lo que ocurrió. Fue como si un meteorito colosal hubiera caído del cielo y se hubiera estrellado en el lugar más bello de todo Marrakech. La gente de la calle no tardó en arremolinarse en torno al lugar de los hechos y a especular acerca de lo sucedido, llevándose las manos a la cabeza:
-He sentido cómo la tierra temblaba bajo mis pies.
-Ni que hubiera explotado un almacén de bombonas de butano.
-¡Qué chungo! A saber que habrá pasado.
-Dios nos asista.
Yo acababa de salir de la mezquita Kutubía, a la que había ido a hojear los anales que documentan la historia de las ilustres dinastías de los almorávides y los almohades. Me hallaba cruzando la plaza de Yamaa el Fna cuando oí la explosión. Iba de camino a recoger a Murad, mi amigo de la infancia, al que había dejado en el café Argana dos horas antes haciendo manitas con Jaqueline. Tenían previsto casarse y después mudarse juntos a los Estados ...Leer más
Celos locos
Más que amarlo, lo veneraba, y era de natural posesiva de solemnidad. Un buen día, él le anunció que tenía un viaje de trabajo que no se podía saltar. Casi le da un síncope. Sólo de pensar en que habría de distanciarse de él, le entraban sudores fríos. Sentía que le faltaba el oxígeno y que su alma se avellanaba de imaginarse respirando un aire que no se hallara perfumado con sus feromonas ni gozara de la consistencia que acostumbraba a conferirle su aliento.
Iba a ausentarse durante toda una semana, siete días que a ella se le harían siete largos años. No se habían separado ni un solo día desde que decidieron unir sus vidas para siempre hacía ya tres meses. El Señor los había bendecido con una coyunda boyante. En los cuatro años que habían estado estudiando juntos en la universidad se habían hecho uña y carne. Ella lo amaba ciegamente, hasta el punto de no verle más que las virtudes, y él la amaba a ella, hasta el punto de estar dispuesto a dar su vida por ella.
Ella se pasaba el día esperando a que él ...Leer más
Somnolencia estival
Me encontraba atajando la densa oscuridad en soledad. De tanto ansiar la claridad diurna, me pareció vislumbrar una macilenta luz rutilando en el horizonte. Me esmeré en hacerme a la pestilencia que exudaba el seboso cuerpo de las negrura nocturna, porque, por muy largo y estomagante que se enunciara el viaje, debía alcanzar mi destino. Avancé otro trecho y a mi mente acudieron imágenes de lo que amaba. De pronto, una voz ronca y cavernosa que parecía haber salido de la nada me preguntó por mi amada. Yo respondí pausadamente, intentando disimular mi desconcierto:
-Es agua pasada, o, más bien, agua estancada en el pasado, de esa que mata la fragancia de todas las flores presentes. Pertenece al vergel de las estrellas que siguen brillando pese a haberse extinguido, que nos infunden falsas esperanzas de estar ahí para responder a nuestros deseos cuando hace tiempo que han sido raptadas por el caballero de las tinieblas, ese jinete de aterciopelada armadura que salva distancias siderales para tendernos una emboscada a la vuelta de cada esquina. Un momento, Leer más
La calle Esperanza
Están a punto de dar las cuatro de la madrugada y yo, sin poder pegar ojo. No suelo padecer insomnio. Por norma general, mi cama es mi lugar favorito. No obstante, esta noche parece haber encogido. Me levanto y salgo de la habitación. Me dirijo hacia la amplia terraza de la casa en la esperanza de que el aire fresco me despeje y me alivie la angustia que siento y que me espanta el sueño.
En la terraza, reina un silencio religioso que únicamente se ve interrumpido por los bocinazos que pegan de tanto en tanto los coches que circulan por el barrio. La imagen que me devuelve la calle al asomarme por la terraza es la de siempre, una que no olvidaré mientras viva, pues ha formado parte de mí desde que tengo uso de razón. Tanto la calle como la terraza han sido testigos de gran parte de lo que me ha acontecido en la vida: lo bueno, lo malo y lo inenarrable.
Pongo agua a hervir para prepararme una refrescante taza de té. Después, le ...Leer más
El molino
Saleh, el molinero, se hallaba frente a la puerta de su molino con la vista clavada en el horizonte. Para su regocijo, el cielo vaticinaba tormenta. ¡Por fin! Tenía pensado comerse el mundo. Aquel iba a ser un año como Dios manda.
Había implorado al Señor que suturara las heridas de la tierra con el agua del cielo para que los cereales germinaran. Finalmente, Dios parecía haber escuchado sus plegarias. En la bóveda celeste comenzaron a acumularse unas nubes negras que, al poco, se descargaron sobre el pueblo. Se puso, pues, a llover a cántaros. Todo el mundo volvió entonces la mirada hacia los cultivos. Las semillas no tardaron en echar raíces y, poco más tarde, las primeras plantas empezaron a despuntar. El caudal del río que irrigaba los campos de la comarca creció hasta casi desbordarse. Aquello congratuló al molinero, que sonrió encantado de la vida.
El molinero se sentía optimista. Tenía pinta de que aquel año su molino iba a estar operativo para moler grano a mansalva, ahora que las cosechas ...Leer más
El respeto que se le debe al profeta Khaled
Entré en la ermita y saludé. Un fámulo que llevaba una bandeja con un bol de dátiles y un vaso de leche salió a mi encuentro.
-Bienvenido al cenotafio del profeta Khaled.
-¿Profeta?
-Claro, ¿tú también estás a por uvas? Es el profeta árabe que pasó desapercibido hasta a su propio pueblo.
Sin dar más explicaciones, se marchó a atender al resto de los recién llegados. Yo me había topado con la ermita al perderme tratando de atajar para llegar a Biskra, una ciudad sita en Argelia. Mi mujer me había mandado a comprar dátiles. Lo cierto era que, llegado un punto, su constante lloriqueo se había vuelto cargante:
-Llevo con el gusanillo desde hace la tira y te recuerdo que no sale a cuenta desoír los antojos de las embarazadas, que luego la cría nace con una mancha en la frente con forma de dátil.
Regresé finalmente a casa con los dátiles y la cara de susto que se me había quedado de enterarme de la existencia de un profeta del que no había tenido noción previa. ...Leer más
Jonás
Oh, Jonás, tú que sobreviviste a ser regurgitado por una ballena, ¡perdona mis ofensas! Me apresuré, sabía que llegaba tarde a mi cita con el cadalso. Conté las horas que me quedaban de vida. Me puse a reflexionar sobre tu historia y, de pronto, capté el sentido de tu odisea. Me avergonzaba de mis actos. Me entró la risa y reí hasta que se me saltaron las lágrimas. Puse mis esperanzas de futuro en manos ajenas y ahora ya sólo me queda rogar a Dios que se apiade de mi alma y la acoja en su vientre. Bregué con las manecillas del reloj para que moderaran su marcha. Me había hecho la loca año tras año, hasta que no me quedó más remedio que consentir. Ya fuera hábil como festivo, de noche como de día, tú te plegabas a su voluntad. Te educaste creyendo fervientemente en los milagros, hasta que la realidad se te impuso. Ay, hijo, ¿cuándo volveremos a vernos? No te olvides de tu madre y de Jesucristo, el fruto del seno de la ...Leer más
La lucha de la calzada
Estaba tomándome algo en la cafetería “La Rosa Roja” cuando me enteré de la noticia: El Peregrino Guevara había besado el suelo tras tropezar con uno de los hoyos de la calle La Marcha Verde. Antes de comenzar a desglosar las implicaciones que tuvo dicho accidente, quisiera poner a mi audiencia en antecedentes de dos historias: la primera gira en torno al nombre de la cafetería y la segunda, en torno al nombre del peregrino.
“La Rosa Roja” es una de las cafeterías más nuevas de la aldea, que es la típica aldea que hasta los años ochenta del siglo pasado no contaba con más de diez habitantes. Su historia se halla estrechamente ligada a la del Peregrino Guevara y a la de su sobrenombre. Ahora es su hijo menor, Omar AlMahdi, el que regenta el local y lleva las cuentas. El mayor, AlMahdi Omar (al Peregrino Guevara le pareció que tenía su aquel poner a sus hijos el mismo primer y segundo nombre, pero invirtiendo, con la segunda criatura, el orden que les había asignado al ...Leer más
Cita con el paraíso
Todo ocurrió en menos que canta un gallo. Había salvado el pellejo por el medio metro que había cubierto en su descenso a la playa y que en el momento culmen mediaba entre él y el lugar en que la apoteosis había hecho acto de presencia. Las víctimas se contaban en decenas, los ataúdes del cortejo fúnebre desfilaban uno tras otro por toda la ciudad, y la asistencia sanitaria se hallaba colapsada. Para no faltar al honor de ser considerada una ciudad árabe que se precie de serlo, Skikda no escatimó en recursos para proveer de fastuosidad, pompa y circunstancia a la celebración que acompañó la inauguración del nuevo cementerio comunal. Rodeada de tiendas de ultramarinos, la mezquita del barrio observaba el espectáculo de luces y sonidos desde la acera de enfrente con estoicismo espartano.
La calle Mourad Didouche, que, por mucho que le pesara, pasaría a la historia con el apodo que le dieron los franceses, “Les R4”, amaneció como de costumbre con la llamada a la oración del rayar ...Leer más